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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Casado, Reagan y la curva de Laffer

Reagan y George W. Bush ensayaron la receta mágica de bajar impuestos para recaudar más, pero ambos fracasaron

Xavier Vidal-Folch
El líder del PP, Pablo Casado, esta semana.
El líder del PP, Pablo Casado, esta semana.Álvaro García

Pablo Casado combate con ardor el alza selectiva de impuestos de Pedro Sánchez. Propone como alternativa reducir el —ya anémico— impuesto de sociedades y el IRPF. Y suprimir otros: patrimonio, sucesiones y donaciones.

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Sostiene el diseñador de su programa, Daniel Lacalle, que eso “es económicamente rentable, se recauda más ampliando bases imponibles y por tanto atrayendo empresas y creando empleo y eso se consigue bajando impuestos”.

Nada nuevo bajo el sol. Es la teoría que un oscuro profesor norteamericano, Arthur Laffer, escribió en la servilleta de un restaurante para Donald Rumsfeld y Dick Cheney, burócratas entonces (1974) del presidente Gerald Ford. Luego, Laffer se incorporó al equipo de asesores de Ronald Reagan.

Y convirtió su curva (en la fase ascendente, suben los tipos impositivos, y la recaudación; en la descendente, bajan, por eso postula bajar impuestos para estimular el PIB y ampliar la cosecha impositiva) en el evangelio fiscal conservador.

Esa curva no ha resistido las dos grandes verificaciones intentadas en EE UU, las de Reagan y George W. Bush. Ambos ensayaron la receta mágica de bajar impuestos (sobre todo a los más ricos) para recaudar más. Ambos fracasaron.

Reagan lo hizo en dos fases, en 1981 y en 1986. Protagonizó la mayor (contra)reforma fiscal en EE UU. Bajó el tipo máximo personal del 50% al 28%. Provocó la ruina pública.

Durante los ocho años de su doble mandato alcanzó un déficit público presupuestario en promedio del 3,9% del PIB (habría suspendido el examen de ingreso al euro), con picos de hasta el 4,8%. Si no hubiera ejecutado la osada rebaja de 1981, habría pasado el primer quinquenio (los otros datos constantes) con un déficit mínimo, ¡del 1,3%!

Y así, de déficit en déficit, acabó con un récord de deuda pública. La aumentó cada año. Y la duplicó largamente, en términos absolutos (de 0,997 billones de dólares en 1981 a 2,6 billones en 1988). En términos relativos, empezó con una deuda inferior al tercio del PIB (31% en 1981) y acabó en casi la mitad (49% en 1988), según datos de The Balance.

George Bush II fue peor, pues podría haber aprendido. Y además recibió una herencia mirífica de Bill Clinton: un déficit presupuestario promedio del 0,7% sobre el PIB, y en su último trienio, superávit sostenido. Aunque en el primer año la inercia le permitió repetir ese superávit, acabó duplicando holgadamente el déficit, en promedio, al 1,9%. Y así consiguió aumentar la deuda pública del 55% al 68% del PIB.

Y ahora, la tercera. La contrarreforma fiscal de Donald Trump, su recorte impositivo a empresas y a grandes rentas y patrimonios, se augura paralela a las de Reagan y Bush II: la Oficina Presupuestaria del Congreso de EE UU calcula que si la deuda pública en manos del público alcanzó en 2017 el 76,5% del PIB, subirá en 2028 al 96,2% del PIB, por la combinación de recortes de impuestos e incrementos del gasto.

Negativos auspicios históricos para el proyecto del joven Casado.

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