Excelentes versiones de Rostropóvich
Hacen bien las Juventudes Musicales de Madrid celebrando el centenario de Shostakóvich (1906-1975) de la mano de Mstislav Rostropóvich, violonchelista legendario, pianista, director y amigo viejo de España. Sobre todo, Rostropóvich vivió cerca de Shostakóvich y asimiló no pocas experiencias artísticas y humanísticas del compositor ruso contemporáneo de mayor resonancia tras Stravinski y Prokófiev.
Si Shostakóvich hubiera compuesto tan sólo su serie de cuartetos, habría entrado ya en la historia grande de la música. Si pensamos en las 15 sinfonías, en los conciertos y cantatas, en las excelentes óperas (La nariz, sobre Gogol, Lady Macbeth de Minsk), en los ballets y la música fílmica, nos será fácil reconocer la importancia y la prolongada vigencia de una creación discutida por ciertas minorías, mas no por el gran público melómano de la Unión Soviética o Estados Unidos, de Francia, Inglaterra, Italia o España.
Centenario de Shostakovich Juventudes Musicales de Madrid
Orquesta de Santa Cecilia. Director: M. Rostropóvich. Pianista: M. Rudy. Trompeta: A. Lucci. Auditorio Nacional. Madrid, 6 de marzo.
Dentro de tan fabulosa aportación preciso es añadir que Shostakóvich presenta un corpus variado, heredero y continuador de la escuela nacionalista de San Petersburgo y conectada tantas veces con el impulso humanístico de Beethoven, pues ya señalaba Eugenio D'Ors que "Beethoven es el único artista puro y al mismo tiempo completa y sinceramente popular".
Acierto
Por diversas circunstancias, sin excluir ni exagerar las políticas, el sinfonismo del un día autor de La Edad de Oro, música de gesto e ironía, dista mucho de ser siempre el mismo, y basta referirnos a la sexta y octava sinfonías frente a las denominadas guerreras (Leningrado, Stalingrado). Y me parece acierto de Rostropóvich y la Orquesta de Santa Cecilia de Roma repensar al compositor homenajeado bajo el signo de la Sinfonía número 8, su lirismo tenso sin carga épica y una larga melancolía rota a veces por expresiones apesadumbradas muy sustantivas en el patetismo o la evocación.
Poner en evidencia un mundo complejo, verter luminosidad sobre la clara sucesión de bellezas, traer y llevar las dinámicas o los colores orquestales desde los pentagramas a nuestra intimidad, es cometido hazañoso que Rostropóvich cumple con dominio e identificación. La respuesta del público fue excepcional.
Antes, el Concierto en do menor para piano, cuerdas y trompeta (1933) nos trajo una imagen distinta en las ideas, la sustancia y el estilo, de un Shostakóvich vivo, espirituoso y desenfadado. Junto a la calidad de la versión por parte de los instrumentistas brilló el trabajo del trompetista Andrea Lucci y el pianista Mikhail Rudy (Tachkent, 1953), de juego claro y brillante, premio Marguerite Long, 1975. En resumen, una tarde de música bien pensada y realizada.