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El lado oscuro de Los Panchos

Un libro revela la truculenta historia del famoso trío musical

Diego A. Manrique

Fueron los más grandes. Los Panchos dejaron una dulce marca imborrable en la música popular hispanoamericana del siglo XX, imponiendo el modelo de los llamados tríos románticos en el género del bolero. Ahora llega un libro -complementado con un disco de seis temas- que revela que su historia íntima fue igual de fascinante pero mucho menos armónica. Los Panchos (MR Ediciones) está escrito desde dentro. Es obra de Celina Fernández, la esposa argentina de Rafael Basurto, que cantó con los fundadores a partir de 1976 y que ahora actúa como la voz de Los Panchos.

Con Los Panchos, nada es lo que parece. Nacieron en Nueva York en 1944 y sus creadores, los mexicanos Chucho Navarro y Alfredo El Güero Gil, debieron nacionalizarse estadounidenses durante unos años y enfrentarse a la posibilidad de luchar en la Segunda Guerra Mundial. En sus orígenes cantaban con orquestas el repertorio tradicional mexicano hasta que hallaron el filón del bolero elegantemente dicho por tres voces e instrumentado con dos guitarras y un requinto.

Sus letras nunca hablaron de la cocaína, que fue motor secreto del incansable trío
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Difundieron lo que se vino en llamar bolero "a lo mexicano". Su saga es bien mexicana por su desmesura y truculencia. Aunque se basaban en los grandes autores de boleros, sus ocasionales composiciones propias reflejaban delicadamente su tormentosa vida amorosa, donde se sucedían las esposas, las amantes y las prostitutas. Por el contrario, sus letras nunca hablaron de la cocaína, que fue motor secreto del incansable trío durante varias décadas. La combinación de ese estimulante y el alcohol podía resultar fatal. Alfredo Gil inició una pelea en un local nocturno que terminó con la muerte accidental del aparcacoches.

Poco después, Gil pasó seis meses en una insalubre cárcel tras "resolver" a tiros una disputa económica con un promotor. Pero sobrevivieron a todo. Su amigo Jorge Negrete se quejaba en el lecho de muerte: "Ustedes, que han sido unos bandidos en esta vida, que se han bebido todo y han hecho las barbaridades más grandes, mira lo saludables que están; y a mí, que me he abstenido de todo, viene a tocarme esta desgracia".

Machacado por la vida intensa, El Güero Gil fue el primero en retirarse del directo, una jubilación acolchada por haber ganado el primer premio de la lotería. La responsabilidad de mantener a Los Panchos en activo recayó en Chucho Navarro, un ludópata que tuvo la desdicha de caer en las garras de una enfermera genuinamente infernal, si hemos de creer a la biógrafa, que decidió explotar al máximo la leyenda del trío. En los años noventa se dejó de mantener el alto nivel de profesionalidad que los caracterizó e incluso se les convirtió en una franquicia, con formaciones cuya "autenticidad" estaba garantizada por documentos dudosos. Ese periodo crepuscular es un aquelarre de abogados, notarios, doctores, disqueros y representantes que Celina Fernández narra con dolor e indignación.

Lo extraordinario es que, entre tantos dramas, Los Panchos materializaran tanta y tan bella música (también aparecieron en ¡33 películas!). La autora, que advierte que circulan discos bajo el nombre de Los Panchos que contienen interpretaciones de otros tríos, establece un listado de lo grabado por las diversas formaciones. Son más de 1.300 temas, incluyendo los discos que hicieron con Eydie Gorme, Estela Raval, Gigliola Cinqueti y, aprovechando las posibilidades del estudio, un "desenterrado" con el desaparecido Javier Solís; años después, José Luis Rodríguez El Puma haría una hazaña parecida con sus cintas añejas. Al final, Los Panchos han resultado ser inmortales.

Una formación de Los Panchos (de izquierda a derecha), con Rafael Basurto, Chucho Navarro y Gabriel Vargas.
Una formación de Los Panchos (de izquierda a derecha), con Rafael Basurto, Chucho Navarro y Gabriel Vargas.

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