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Hacia un Jerusalén unido

Uno de los peores legados de Netanyahu era su capacidad, por medio de una insidiosa retórica (Barak dividirá a Jerusalén...), de volver a abrir el tema de Jerusalén con el que acosó a Rabin y derribó a Peres, y de obligar a Barak a declarar repetidamente en público su compromiso con un "Jerusalén unido bajo la soberanía de Israel".Crecí en Jerusalén, en el barrio fronterizo de Abu-Tor. Una alambrada dividía en dos nuestro barrio. Solíamos observar con curiosidad la vida árabe que se desarrollaba tras la alambrada y forzar la vista (con nostalgia) para vislumbrar el monte Sión y los templos que había detrás. En junio de 1967 Jerusalén se unificó, temporalmente. Hoy en día reparto mi tiempo entre Boston y Jerusalén. Treinta y dos años después de la Guerra de los Seis Días, Jerusalén se encuentra tan dividida como si nunca se hubieran quitado las alambradas. La división más profunda sigue siendo la que hay entre árabes y judíos. Es una división a nivel político: la mayoría de los árabes no ejercieron el derecho de obtener la ciudadanía israelí, condicionada al abandono de su nacionalidad jordana; condición que no se impuso, por ejemplo, a los muchos judíos estadounidenses que viven en Jerusalén, y que obtienen con suma facilidad la ciudadanía israelí. Se encuentra, asimismo dividido espiritualmente, por la desconfianza y el odio, por parte de aquellos que creen que es su capital eterna y que la gran minoría árabe como mucho no es más que eso, invitados en la casa de uno y que siguen, y seguirán, sintiéndose desposeídos. ¿Quién tiene razón? ¿Quién está equivocado? Estas cuestiones se salen del tema que hoy nos ocupa, lo que estoy estableciendo es un hecho empírico sociológico. Sí, Jerusalén también se encuentra dividido físicamente. ¿Cómo puede ser? Hay grandes zonas del área de Jerusalén este y de los barrios árabes de la ciudad antigua que de hecho son zonas prohibidas para la mayoría de los judíos (salvo que se llamen Ariel Sharon y lleven constantemente guardaespaldas, policía y protección del ejército). El barrio judío, resulta embarazoso decirlo, es un nuevo gueto con poco contacto o vida comunal compartida con los barrios cercanos. Las zonas prohibidas son en parte resultado del miedo: cuando llevo a mis cinco hijos a rezar al Muro de las Lamentaciones, nos ceñimos a las rutas que están fuertemente protegidas por los soldados israelíes. Y en parte son resultado del autoexilio: evito Cisjordania y grandes áreas de Jerusalén, no porque crea que no pertenezco a ellas -son parte de mi patria, la tierra de mis ancestros en el sentido más estricto-, sino porque no puedo soportar el odio palpable (y comprensible) de los que también sienten, con la misma intensidad, que es la tierra de sus antepasados y su patria. No deseo que mis hijos experimenten de forma tan directa este odio; me canso de dar explicaciones.

Me gustaría vivir en un Jerusalén unido. Pero, ¿qué tiene todo esto que ver con Europa? Mucho. La Europa de después de la II Guerra Mundial ofrece muchas lecciones interesantes sobre la arquitectura de la paz. Si hubo un odio comparable al de Israel tras la Intifada fue el odio a los alemanes en la Francia de después de la ocupación. Y, sin embargo, fue precisamente contra ese odio contra el que Jean Monnet hizo su famosa y fatal declaración. Europa es también el laboratorio del mundo de todos los tipos de fórmulas para la soberanía compartida, el Babel triunfador, de los Estados que han mantenido un fuerte sentido de identidad nacional y el control de sus asuntos, pero que, a nivel práctico, comparten su soberanía sobre muchos sectores cuando les interesa hacerlo. La paradoja de Jerusalén es que no estará verdaderamente unido hasta que árabes y judíos compartan su soberanía, hasta que todos sus habitantes puedan sentirse propietarios, copropietarios, de sus piedras sagradas cubiertas de sangre. Hasta que lo cotidiano pueda finalmente tomar el relevo de lo simbólico, porque lo simbólico habrá quedado abandonado. No habrá un Jerusalén unido hasta que los palestinos, cuya independencia no es más que cuestión de tiempo, puedan también proclamar a Jerusalén como su capital. Cuál será el mecanismo preciso es algo que podemos dejar a los técnicos en política una vez que los hombres de Estado hayan tomado la decisión. Ya se han discutido algunas sugerencias muy creativas (la fórmula Abu-Dis). Europa es la prueba de que la tecnología existe. ¿Difícil, imposible, un sueño? ¿No es eso lo que dijeron "los del no" en reacción al programa Monnet-Schumann? ¿No fue ésa la reacción a la que Herzl se tuvo que enfrentar al proclamar su sueño de un Estado judío? La alternativa para este sueño es una pesadilla.

J. H. H. Weiler es catedrático Manley Hudson y Jean Monnet en la Universidad de Harvard y profesor invitado en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

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