_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El combate

Canal + emitirá el jueves Cuando éramos reyes, un trabajo perfecto de montaje analítico sobre el enigmático combate por el título de los pesos pesados que enfrentó a Muhammad Alí y George Foreman en un ring instalado sobre el césped -con calvas corroidas por los charcos de sangre de matanzas de prisioneros por el déspota Mobutu- del esta dio de Kinshasa, Zaire, la noche del 30 de octubre de 1974, en la que medio planeta no durmió.Es (sin ser la mejor) la más célebre pelea de que hay noticia. Y la más enigmática: quedan rincones de ella sin indagar y el filme los busca. Es un suceso con aires de leyenda en quienes vivieron lo que en él se dirimía, que era mucho más que la supremacía entre dos colosos (uno en declive y otro en plenitud) del boxeo. La elocuencia (como deportista y como agitador) de Alí y las tumultuosas resacas sociales de donde él y Foreman procedían, convirtieron su choque en un cruce de cables de tan alta tensión, que se hizo nudo de los últimos hilos descolgados de la tormenta histórica iniciada por el asesinato de Kennedy en 1963 y que cerró, cinco meses antes de este ajuste de cuentas americano en un ring africano, la expulsión de Nixon de la Casa Blanca.

Norman Mailer, adicto a las peleas y conocedor de sus leyes, intuyó el enorme voltaje que podía adquirir el combate si Alí -era inimaginable, pero por eso mismo- lo ganaba. Afiló su lápiz de cronista de silla de ring y desempolvó la mochila de los viajes a lo imposible. Lo imposible ocurrió y de ahí arranca el enigma, del que Mailer aventuró un desciframiento al tirar del hilo de algo impreciso que quedó atrapado bajo su perplejidad. Pensaba pasar unos días en Zaire, pero un corte en la ceja derecha de Foreman durante un entrenamiento aplazó la pelea (inicialmente convocada para el 25 de septiembre) y le retuvo allí siete semanas, tiempo de alcohol y tedio en que rebosó sus cuadernos de reportero de Esquire y, de vuelta a casa, apiló materia para un volumen, El combate, que es su mejor trabaio de cronista de boxeo (350 páginas en la edición de Grijalbo, 1975) y hay quien piensa (y me apunto) que su mejor libro.

Mailer (con 23 años más) está en las imágenes de Cuando éramos reyes y también (con 23 menos) detrás de ellas: es parte de su cauce oculto. En el filme se alude a este recorrido misterioso de pasada, pero en el libro sorprende la reconstrucción del itinerario mental que permitió al viejo sauce Alí abatir al joven roble Foreman mediante un cálculo diabólico de los límites de su aguante del dolor, cuya puesta en práctica le hizo vulnerar leyes consideradas sagradas en su oficio.

La paradoja que sostiene esa estrategia procede de la lógica de un suicida optimista: si se dejaba apalear por Foreman hasta límites tales que se extenuase su voluntad de pegar, lo vencería: "George es un zoquete. Está metido en un lío y no lo sabe. Pero yo sé cómo tumbar una montaña", dijo. El trazado de su argucia arrancó de meses, tal vez años, atrás; su ejecución fue una osadía sin igual en su territorio; y el camuflaje de ésta -nadie la percibió y sólo Mailer atinó a preguntarse por y para qué el maestro de Alí, Ángelo Dundee, aflojó los tensores de las cuerdas del ring minutos antes de la pelea- flota en este documento, donde confluyen superposiciones de ideas en un montaje de imágenes que hay que meter en el saco de lo indispensable del cine reportaje. Sólo una queja: ¿Por qué no hay más detenimiento en los 12 minutos que duró el aterrador castigo con que Foreman machacó (sin percatarse de que con complicidad de éste) a Alí, antes de que el resorte del gamo emergiese del abismo y en ocho segundos y once golpes tumbara la montaña?

El cine ha quemado mucho celuloide en farsas y tragedias cocidas entre esas cuerdas que aflojó -¿no se ha encontrado esa huidiza imagen, de la que tiene que quedar constancia entre los miles de instantáneas que caían como dardos de luz sobre el ring mientras desatornillaba los tensores?- el viejo lince Ángelo Dundee; pero pocas veces la intromisión de una cámara en una pelea alcanzó síntesis tan intensas y precisas como en Cuando éramos reyes, tras la mirada de Mailer dentro de aquella magnífica locura.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_