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La huelga general ya ha pasado

MARCOS PEÑA Ante el absurdo de_que se convoquen cuatro huelgas generales contra un Gobierno, considera el autor que el debate realmente importante ahora es el del papel de los sindicatos

Marcos Peña

Temo que con esto de las huelgas genérales acabe pasando aquello que -aunque nunca dijo- todos decíamos que afirmaba Hegel- a partir de una cierta cantidad se produce el salto cualitativo. Ha habido últimamente muchas huelgas generales, tantas que peligra su propia esencia.El movimiento obrero ha vivido siempre con especial emoción el debate de la huelga general. Debate, éste, que llegó en su momento a alcanzar tal nivel épico (mítico) que obligó al viejo Engels a pronunciar su famosa descalificación: "Para que una huelga general triunfe precisa el proletariado de una organización tan importante que sólo es conseguible ocupando el poder, y en ese caso la huelga general es innecesaria".

Preveía, quizás, el fracaso que se iba a producir al alba de la I Guerra Mundial: "Frente a la guerra mundial, huelga general", porque entonces, como decía una antigua canción obrera alemana: "Todas las ruedas se detienen / si así lo quiere tu vigoroso brazo".

En España, la huelga general es una institución de cierta solera. Habría que remontarse a 1855, fecha en la que se produce la huelga general de Barcelona, a la par que la muerte del dirigente obrero José Barceló; de nuevo en Barcelona en 1902, en Bilbao en 1906, las de 1910, la insurreccional de agosto de 1917, la frustrada del verano de 1930, la Comuna Asturiana, etcetera.

Y, últimamente, un montoncito: cinco, cuatro contra el Gobierno socialista.

Es tan importante el recurso a la huelga general, tan trascendente, que igual debe serlo la causa que justifica la convocatoria. Y dudo sinceramente que así haya sido.

Se habla mucho ahora de las bondades del Estatuto de los Trabajadores, del consenso que le dio vida, pues bien, padeció la paralización de Euskadi, la huelga general de Asturias, la de la Comunidad Valenciana, etcétera... Al poco tiempo se acudió a la huelga general ante la brutal agresión de la Ley de Pensiones de 1985; hoy todo el mundo se daría con un canto en los dientes si fuéramos capaces de aguantar esa ley unos añitos más. Llegó, después, la fecha heroica del 14 de diciembre de 1988, y no se pudo seguir con el Plan de Empleo Juvenil, pocos dudan ahora que es posible que con dicho plan nuestro paro juvenil en la actualidad fuera inferior. De nuevo se fue a la huelga general en 1992 ante el salvaje recorte en la prestación de desempleo", salvaje recorte que nos ha permitido seguir pagando a los parados en el 92, en el 93, en el 94, etcétera... Y, el otro día, el 27 de enero, huelga general contra la reforma del mercado laboral, porque "hay que pararlos". Por el "paro y la solidaridad". Muy bien.

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Por el paro y la solidaridad hicimos la reforma; creíamos, y creernos, que ayuda a crear empleo, que permite mantener nuestro empleo existente y que enriquece nuestro sistema de negociación colectiva. Y, por tanto, sería un poco insensato que pensando así el Gobierno retirara la reforma ante un éxito mayor o menor de una huelga general, que no es ahora el caso de cuantificar.

¿Ha sido significativa la huelga general?

¿Significativa? Por supuesto que sí. Muy significativa. Pero saber qué significa realmente no es tan fácil. ¿Tan significativa que obligue a retirar o renegociar la reforma laboral? Pues no, no parece sensato, no parece que exista relación. Si el único referente de la reforma es el empleo, dudo que un acuerdo Gobierno-sindicatos sea útil al respecto. No sé para qué podría valer, quizás para retraer la inversión. Sin embargo, que haya habido en los últimos años cuatro huelgas generales, sí que es un hecho significativo. Un hecho tremendamente significativo.

Algo pasa, y deberíamos ser capaces de saber el qué.

Solemos acordarnos del movimiento sindical solamente cuando truena, y creo llegado el momento de emprender una reflexión en frío. De acometer interna -desde dentro del sindicato- y externamente -¿por qué no?- el debate sobre la recomposición del movimiento obrero y la función del sindicato en el arco de las fuerzas de progreso.

Es habitual que el desacuerdo puntual con los sindicatos mueva a muchos a su descalificación global, universal, y esto es sorprendente, porque nadie, medianamente en sus cabales, cuando critica un partido político en concreto acaba rechazando el régimen político de partidos en general. Corremos el riesgo de una renegación cósmica de los sindicatos, lo que, aparte de ser un disparate y una injusticia, entraña un riesgo enorme que pone en peligro la vertebración y la cohesión social. Debatir, por ello, el papel del sindicato en la sociedad moderna desde el aprecio y el respeto es asunto, a mi entender, de trascendental importancia.

Apreciar y respetar quiere decir también considerarlos mayores de edad y enteramente responsables, tanto para atinar como para equivocarse; es saludable huir de la situación actual, de darles totalmente la razón o quitarles totalmente la razón.

Y pienso yo que este debate debe partir de una serie de puntos que difícilmente pueden ser contestados, salvo por aquellos que no registran realidad.

En primer lugar, una obviedad: nuestro modo de producción carece de alternativa. Podrá ser mejorado, pero no sustituido (¿sustituido por cuál?). Es una obviedad que tiene la ventaja de conocer la frustración y miseria que el cambio comporta. En este sistema de producción la empresa es el epicentro; lo progresista es que sea competitiva; lo reaccionario, lo contrario. Y aquí, en nuestro mundo, quien crea puestos de trabajo es el empresario, y sólo los puede crear si obtiene excedentes gracias a la competitividad de sus empresas.

Si queremos crear empleo y que las cosas vayan un poquito mejor, estas verdades de Perogrullo no deberían ocuparnos mucho más tiempo. Verdades imprescindibles, por otra parte, para reforzar la insubrogable negociación entre empresarios y sindicatos.

Si la empresa es el epicentro qué duda cabe que la acción sindical en la empresa (empresa y sectores) debe ser la seña de identidad del sindicato. Pero es una sena que no termina ahí. Si se desea que el sindicato sea algo más que el defensor de colectivos ocupados, dispersos y con tendencia al corporativismo, hay que dar un paso adelante. Y con ello entramos en la política sindical de alianzas y su relación con el Gobierno. No es el momento de extendernos en estos asuntos, pero algunas preguntas deberíamos ser capaces de responder, por ejemplo: ¿cómo se explica la coincidencia de las últimas huelgas generales con el momento histórico en el que más crecen los gastos sociales?

Yo, particularitiente, no me resigno a no dialogar con nuestros sindicatos la protección del sistema de protección social. Son ellos los primeros interesados y los primeros en conocer que el no sometimiento del gasto a la razón conlleva en breve plazo la propia dinamitación del sistema. La coherencia funcional y financiera de nuestros sistemas en esencial para su supervivencia. Sencillamente que el gasto responda sólo a su objeto (verbigracia: desempleo sólo para el, efectivamente, desempleado), y que no se pueda sacar de donde no hay, que no es posible gastar más de lo que se tiene. Estimo esencial su presencia en este debate sobre pensiones, desempleo, sanidad o educación. Presumo momentos sindicales difíciles, y ante la dificultad conviene el encuentro. Entramos en época de aspavientos y de vendedores de crecepelo. Sólo podremos hacerles frente con la razón y el sosiego. Que así sea.

Marcos Peña es secretario general de Empleo

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