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Ahora y siempre

Ángel S. Harguindey

Fue, probablemente, uno de los mejores contertulios del país. Es decir, uno de los grandes perdedores de la historia porque es sabido que el signo de los tiempos abomina de todo aquello que no rinda beneficios tangibles y, ciertamente, la charla, la sensibilidad, el ingenio y la sabiduría hace tiempo que no cotizan en Bolsa. Pero, también y quizá incluso por eso mismo, su capacidad para, el diálogo fue una de sus grandes aportaciones a la convivencia nacional. La charla es, sin duda, una de las mayores de mostraciones de amistad, transmisión de saberes y plata forma de observación psicológica.Madrileño hasta dónde sólo los que aman este desaguisado sin raíces ni sueños son capaces de hacerlo, el talante genuinamente liberal de Juan García Hortelano quedó demostrado con una de las mayores pruebas de fuego a las que puede ser sometido uno del foro: residir en Barcelona, quererla y ser querido por buena parte de sus pobladores.Allí frecuentó la flor y nata de la intelligentsia local y de allí regresó indemne por más que tuviera que pagar con una detención y un posterior encarcelamiento en la Modelo su ejemplar sentido de la dignidad. Tampoco lo rentabilizó, tal era su elegancia personal. Otra cosa era su gusto para la vestimenta: a punto estuvo de obtener el preciado galardón de "el peor vestido de Madrid" que te arrebató a última hora un cinefilo daltónico con una trenka imposible de narrar desde las coordenadas del gusto occidental.No es este el lugar ni la firma indicados para glosar su estilo literario, su excelente dominio de los diálogos, su generoso estímulo a los jóvenes narradores y su inagotable vocación de lector. Sí lo es para señalar que por encima de los éxitos profésionales o financieros, por encima de lo tangible, de cualquier logro cuantificable, la huella que puede dejar el individuo no es otra que la que surge, precisamente, de su humanidad. Y esta fue de tal envergadura en el caso de Juan que aún ahora, y siempre, cabe sentirlo y vislumbrarlo en un tenderete de santones o gurús en Haiderabad, entre las tascas de Argüelles, por los salones de Liria, en una calleja de la parte alta de Cuenca o en una grada con aluminosis del Vicente Calderón.

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