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Socialismo con rostro monetario

Si al menos el candidato en cuestión hubiera procedido de ambientes liberales, friedmanianos o monetaristas podría disculpársele el lapsus como una mala jugada del subconsciente y atribuirlo, con sonrisa benigna, a "esas cosas de los Chicago boys". Pero el candidato en cuestión era Felipe González; su filiación, socialista, y su afirmación, clara y rotunda, sin que nadie se rasgara por ello las vestiduras. Vivir para ver.Nadie tenía en realidad por qué rasgarse nada. Felipe González estuvo bien aconsejado en el párrafo de su discurso referente a política monetaria, de forma que, a cuantos tratamos de colocar la racionalidad más allá de opciones ideológicas de partido, nos pareció oportuno su compromiso de mantener la disciplina monetaria y hasta -por encima de las discu siones que provoque- la cuantificación del objetivo de crecimiento de la cantidad de dinero para el año próximo. El nuevo presidente empezaba bien.

Un nuevo concepto de dinero

Las cosas, sin embargo, pueden no ser tan fáciles en el terreno monetario (ni en ninguna otra vertiente de la economía española) durante los próximos meses, como lo demuestra el hecho de que las primeras medidas monetarias del Gobierno hayan generado nota bles resistencias, a pesar de ser difícilmente criticables en la coyuntura actual. La ejecución limpia de una política monetaria, tan com prometida como la esbozada en el discurso presidencial, habrá de sortear serios obstáculos, entre los que la experiencia aconseja destacar tres por su carácter recurrente.

sariamente ambiguo, por lo que también lo son los instrumentos para su control. Después de años de discusión habíamos alcanzado en España un cierto consenso respecto a lo que debíamos entende por dinero, aceptando como mag nitud más significativa la ya famosa M3 (disponibilidades líquidas), que incluye el efectivo en manos del público más los depósitos totales (a la vista, de ahorro y a plazo) de las instituciones de crédito. Esa definición no es mejor ni peor que otra cualquiera, pero tiene la ventaja de que ha sido ya convencionalmente aceptada en el país. Por eso no se entiende bien la utilidad de un nuevo concepto de dinero (M4) que ahora se propone en diversas instancias de la Administra ción, argumento que aporta nuevas fuentes de financiación al sector privado de la economía.

La pretendida M4 ("activos líquidos del sector privado") añade a la tradicional M3 los títulos del mercado monetario (pagarés del Tesoro, letras negociadas y bonos bancarios) y algunos depósitos relativamente poco importantes (como los de cooperativas y los de ahorro vivienda), constituyendo un cajón de sastre de no muy claro significado. En efecto, los bonos bancarios y depósitos vinculados están ya incorpoados al presupuesto monetario habitual, como pasivo del sistema crediticio, mientras los pagarés del Tesoro no inciden -obviamente- en la financiación del sector privado. El resto (letras y pagarés de empresa) es todavía una fracción -marginal de los medios de pago, lo que hace que el concepto de dinero implítido en M4 sea tan convencional,y ambiguo como el de M3, aportando, sin embargo, un nuevo elemento de confusión y el peligro de que, al complicar la terminología, se difuminen los objetivos monetarios. Si no se sabe bien qué controlar, puede suceder que no se controle nada.

El segundo obstáculo reside en el eclecticismo típico de la hora actual en la mayoría de los países occidentales, cuyas autoridades tratan de obtener la cuadratura del círculo monetario, mediante un control simultáneo de cantidad de dinero y tipos de interés, como si ello fuera posible. Es necesario que el nuevo Gobierno mantenga con obstinación la senda que él mismo se ha trazado, pues la experiencia demuestra que los buenos propósitos de mantener una disciplina monetaria tienden a desvanecerse tan pronto como chocan con su consecuencia inevitable: la elevación de los tipos de interés.

Como la rentabilidad política de mantener altas tasas de interés es nula o negativa, existe siempre la tendencia a abandonar el control de la cantidad de dinero en aras a una moderación de los costes financieros. Si el Gobierno pretende (y debe hacerlo) mantener la disciplina monetaria que su presidente ha anunciado, no tendrá más remedio que arrostrar, durante buena parte de 1983, la impopularidad de los tipos de interés relativamente elevados, que inevitablemente acompañarán a tal política.

El síndrome del éxito

Finalmente, el nuevo Gobierno deberá afrontar el síndrome del éxito, tercero de los obstáculos que, durante los últimos años, se le ha venido planteando a la política monetaria española. Tal síndrome se presenta cuando los restantes instrumentos de política económica (presupuestarios, laborales, industriales, etcétera) fracasan de forma tan dramática que producen la impresión de que en el país sólo funcionan las medidas financieras, lo que inmediatamente se traduce en acusaciones de monetarismo a la Administración y en exigencias de que la política monetaria (aparentemente lo único eficaz) sea puesta al servicio de objetivos que no le son propios. "A cada problema, su solución", puede ser un buen aforismo de gobierno.

La política monetaria debe dirigirse a la contención de la inflación, que es para lo que sirve, sin intentar abarcar metas que reclaman otros instrumentos distintos y probablemente más comprometidos. Tal es el caso de objetivos como la disminución del paro (que exige flexibilización del mercado de trabajo y reducción de los salarios reales), la financiación de la inversión privada (que requiere caminar hacia una disminución del déficit público), o el equilibrio de la balanza de pagos (que reclama un ajuste continuo y gradual del tipo de cambio). Cuando, por incapacidad política para arbitrar los remedios adecuados, han pretendido los Gobiernos resolver esos problemas mediante medidas monetarias, sólo han conseguido empeorar tales desequilibrios e incrementar, además, la tasa de inflación. La evidencia al respecto resulta abrumadora.

Bienvenidas sean, pues, las buenas intenciones del nuevo Gobierno respecto al mantenimiento de la disciplina en el control de la cantidad de dinero. No habrán de faltarle obstáculos ni presiones sociales para abandonar tan loable propósito, por lo que quizá le convenga adoptar, desde el principio, algunas normas sencillas de conducta, válidas para los cuatro años de legislatura. Entre ellas, por supuesto, las de respetar escrupulosamente la autonomía del banco emisor, olvidarse, a continuación, de lo monetario y concentrar los esfuerzos políticos en la solución de problemas estructurales de la economía real, donde de verdad nos jugamos el futuro.

Miguel de Zavala y Auñón. Este nombre, que corresponde a un economista español del siglo XVIII, fue adoptado como seudónimo del siguiente grupo de economistas: Luis Angel Lerena, Manuel Martín, Juan Antonio Palacios, Arturo Saurí, José Diego Teigeiro y Juan José Toribio.

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