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TENIS
Columna
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Ver jugar a Garbiñe era espectacular

Mi primer sentimiento, como amante del tenis, es de tristeza por pensar que no podremos verla más. Pero aplaudo su decisión porque la hará más feliz

Muguruza, durante la final de Wimbledon en 2017.
Muguruza, durante la final de Wimbledon en 2017.NIC BOTHMA (EFE)
Toni Nadal

Acabo de enterarme, como muchos otros aficionados al tenis, de que Garbiñe Muguruza ha anunciado su retirada. Supongo que ha sido una decisión largamente meditada, ya que su último partido oficial lo disputó en febrero del 2023 en el torneo de Lyon. Este dato indica que en este último año, la gran tenista española ha debido albergar sentimientos de extrañeza y de incomodidad, aunque sólo sea por comparación con los años no tan lejanos en los que protagonizó muchas de las crónicas deportivas de nuestro país.

Se retira a los 30 años, una edad que en otras décadas hubiera sido totalmente normal, pero que, en la actualidad, y a tenor de los cambios que se han producido en nuestro deporte, se percibe como prematura.

Mi primer sentimiento, como amante del tenis y conocedor del circuito profesional, ha sido de cierta tristeza por pensar que no podremos verla más en el circuito tenístico femenino. Pero una vez leídas sus declaraciones, no me queda más remedio que aplaudir una decisión que no debe haberle resultado nada fácil —pasar página a una época tan importante, nunca lo es—.

Parece ser que Garbiñe no está dispuesta a seguir renunciando a ciertas cosas, corrientes según ella, que la competición le impedía disfrutar. Para la mujeres que quieren ser madres, e intuyo por sus palabras que éste tal vez sea su caso, la competición se convierte en un gran impedimento. Me alegro, sea cual sea la circunstancia, de que haya tomado una decisión que, a buen seguro, la hará más feliz.

Garbiñe Muguruza ha sido una tenista con un físico envidiable. Poseedora de una excelente técnica en todos sus golpes y de un juego agresivo, verla jugar al tenis era verdaderamente espectacular. Después de su brillante victoria en Roland Garros en 2016, ante la otrora casi imbatible Serena Williams, se desató tanto en el mundo del tenis como en la prensa deportiva una oleada de profunda admiración y la sensación de que se avecinaba una nueva época de oro para el tenis femenino español.

En aquel inolvidable partido, nuestra tenista no sólo fue capaz de derrotar a la jugadora norteamericana, sino que consiguió desbordarla y dar la sensación de que ella era, incluso, superior. Era fácil deducir que nos encontrábamos ante la futura número uno mundial y que, dada su juventud, tan solo 22 años, lideraría el ranking por muchos años. Esos vaticinios de verla en el puesto más alto se cumplieron sólo unos meses después al alzarse campeona, también, en el prestigioso torneo de Wimbledon.

La realidad, sin embargo, fue que Garbiñe, a partir de ese momento, no logró mantenerse estable. Su juego se fue mostrando algo más errático e impredecible y pasó a combinar buenas victorias con inesperadas derrotas. Cuando una tenista demuestra el brillante nivel que ella desplegó en esos dos años, 2016 y 2017, hay que pensar que esa falta de regularidad se debió más bien a posibles contradicciones interiores que a cuestiones puramente tenísticas.

Mi memoria, sin duda, se va a quedar con muchísimos momentos en los que disfruté con su tenis y celebré sus merecidas victorias. Hoy he recuperado algunos en mi ordenador y he vuelto a admirar la belleza de su juego y el elevadísimo nivel que consiguió desplegar ante las rivales más difíciles de los últimos años. Sólo me queda estarle agradecido por todo ello y desearle lo mejor en esta nueva etapa que empieza a partir de ahora.

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