La victoria en verso

El escritor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el balón sabe también mucho de amistad

Martín Caparrós
Lionel Messi y Julián Álvarez celebran uno de los goles, este martes en Qatar.
Lionel Messi y Julián Álvarez celebran uno de los goles, este martes en Qatar.HANNAH MCKAY (REUTERS)

Te saludo, Granjuán. Ya sabes, lo de hoy fue extraordinario. Así que, para comentártelo, elegí una vía un poco menos ordinaria. O más, quién sabe. Ya me contarás.

Aquí va, con un abrazo grande y la métrica del poema nacional, el Martín Fierro:

Aquí me pongo a cantar

un triunfo como pocos,

uno que bajo los focos

de un estadio tan lejano

consiguieron los hermanos

de esta bandita de locos.


Eran once y eran tantos,

todos con una intención:

darle a uno el corazón

que otra vuelta había perdido:

querían que el héroe herido

conquistara su ilusión.


Para eso trabajaron

como perros sin resuello:

era emotivo, era bello,

verlos correr y correr,

verlos jugar y saber

que no era solo por ellos.


Era por Él y por tantos

que esperaban la victoria

para salir de la noria

en que viven cada día.

Y si no salen saldrían

en esta noche de gloria.


Para eso Él también corría:

volvió a ser el que era antaño

como si nunca los años

por su cuerpo hayan pasado:

si parecía embrujado

tirando pases y caños.


Lo llamo Él por respeto

y porque no tiene rima.

Ni vos ni vos ni mi prima

sabrán qué rimar con Messi.

Yo tampoco, así que ni esi;

es Él o nada, y domina.


Hay tantos otros, seguro,

pero ninguno tan güeno

como ese muchacho lleno

de mejillas en los granos:

parecía más que humano,

puro gol, puro veneno.


Dicen que Araña le dicen

y a mí me suena que no;

lo que a verlo pienso yo

es que el pibe granujiento

le puede ganar al viento

y hay que llamarlo león.


Solito se hizo dos goles

y le dio a Él el primero;

Él a cambio en el tercero

le dijo tomá y hacelo;

no se le movió ni un pelo

cuando cerró el entrevero.


Y hay muchos más, por supuesto:

esa banda de parceros

son eso raro y fulero

que por ahi llaman equipo:

unos tigres, unos tipos

buscando el mismo lucero.


Es un equipo y es raro:

en general se le nota

al futbolista la rota

tentación de destacarse.

Acá piensan en juntarse

y fundirse en la pelota.


Y por fundirse fundieron

al pobrecito croata:

los pisaron como a ratas,

los dejaron en pelotas

con las esperanzas rotas

y pidiendo por su tata.


Vamos vamos Argentina

cantaban por todas partes.

Vamos que es arte este arte

de jugar y no jugar,

de ganar y sí ganar

y que toditos se aparten.


Eran once y varios miles

y miles los alentaban

pero ellos también gritaban:

era tan lindo escuchar

cuando fueron a corear

los cantos que les cantaban.


Fue un triunfo estrepitoso

y no pareció argentino

le faltaba en su camino

el sufrimiento habitual,

el ahogo sideral

que parecía nuestro sino.


Mire, pensé, si aprendemos

a ganar sin sufrir tanto,

sin necesidá de llanto

ni de pasarlas canutas.

Así sería, sin disputa,

la vida un amable canto.


Al final en la final

ya estamos y solo queda

para completar la rueda

del destino soberano

que Él y sus veinte hermanos

la levanten, no la cedan.


Pero de esto no hay que hablar:

por hablar, tan a menudo,

se pierden los más boludos

y no ganan los astutos.

Quiero rimar pero muto

y me quedo en el saludo.


Salud, salud, buenas noches.

Salud, salud, hasta pronto.

Que si me monto no monto

en el caballo correto

y me escapo en un soneto

como soy: un viejo tonto.

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