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Messi saudí

El escritor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el balón sabe también mucho de amistad

Martín Caparrós
Messi
Lionel Messi le pasa el balón a Ali Albulayhi de Arabia Saudí.Rodrigo Jiménez (EFE)

Pelota afuera:

Hoy estoy triste, Tu Excelencia, y quiero contarte una historia. Sí, ya sé: nuestros equipos solo hicieron entre los dos un punto, y quedamos jodidos, pero mi tristeza no viene de ahí. La historia es otra. Había una vez un país cuyos reyes y dueños hacían lo que se les cantaba y nadie se atrevía a decir ni pío. Hubo alguien, sin embargo, que lo intentó; lo persiguieron, lo amenazaron, terminó por exiliarse. Se llamaba Khashoggi y se cuidaba todo lo que podía, pero una mañana se confió: quería casarse –por cuarta vez– y precisaba unos papeles, así que fue a pedirlos al consulado de su país en Estambul. Nunca más salió. Después se supo que lo habían matado ahí mismo y que, para sacarlo a escondidas en un par de valijas, lo cortaron en trozos. La CIA dijo que lo habían hecho por órdenes del príncipe heredero, el que ya casi gobernaba ese país.

Ese país era curioso: mayor exportador mundial de petróleo, estaba dominado por una dinastía real impuesta por su dios y dedicada a difundir por el mundo la ley más cruenta de su religión, la sharía, que prevé que las mujeres “adúlteras” sean lapidadas, que los “blasfemos” o los “brujos” o los drogadictos sean decapitados, que a los ladrones de poca monta solo les corten una mano. Este 12 de marzo, por ejemplo, ese país ejecutó a 81 hombres por acusaciones variadas y confusas. Pero incluso esa barbarie palidecía frente a los 10.000 chicos que murieron desde que ese país atacó a uno vecino, Yemen, en 2015. Su ejército está entre los más poderosos del mundo: sus reyes se gastan el 10% del presupuesto en armas y esas cosas, y todas las grandes potencias democráticas fabricantes de violencia se pelean por vendérselas.

Ese país tiene casi el tamaño de Argentina y sus 30 millones de habitantes explotan a unos diez millones de inmigrantes; las mujeres tienen muy pocos derechos –no hace mucho que les permiten manejar coches, por ejemplo– y no hay democracia ni libertad de prensa ni de palabra ni ninguna de esas tonterías. Sí, Tu Excelencia, me imagino que ya habrás entendido que ese país es Arabia Saudí, la dictadura más brutal del mundo, que ni siquiera se define como dictadura porque es simplemente la propiedad de una mafia de sangre: la familia real.

(Y, hablando de sangre, no te creas que sangro por la herida. Sí, este martes nos ganaron 2 a 1. Pero los caminos del Señor son inescrutables, y cuando creíamos que habíamos caído en la peor de las desgracias, que todos se reirían de nosotros, resultó que lo que hacíamos era abrir caminos. Argentina siempre está a la vanguardia de lo inútil. Hoy tu Alemania hizo lo mismo con Japón, así que el modelo “perder contra el peor”, inaugurado por un bicampeón del mundo, fue seguido por un tricampeón –el otro tricampeón ni siquiera llegó a Qatar–y sigue buscando seguidores.)

No, el problema no es ese. Y, entonces, ¿qué tiene que ver toda esa historia con la Copa del Mundo? Nada, o casi nada, si no fuera porque Leo Messi, el Gran Capitán, acaba de firmar un contrato para ser el “embajador turístico” de Arabia Saudita, su imagen global. Los detalles del contrato son secretos, por supuesto; se supone que le pagarán entre 15 y 25 millones de dólares por año durante varios años. (Y Cristiano Ronaldo –esto sí que es humillante– había rechazado esa oferta.)

Duele, ¿no, Tu Excelencia? ¿Por qué cuernos un tipo como Messi hace esas cosas? ¿No sabe, no le importa, le da gusto? Si dice que no sabe es un necio: no cuesta nada averiguarlo –averiguar cómo es el país cuya imagen vas a promocionar por todo el mundo. Si dice que no le importa es un cínico; si no dice nada es más cínico aún. Y si dice que le gusta es un canalla. ¿Qué le gusta, la plata? Es mucha plata. Son muchos millones, pero él ya tiene suficientes para varias generaciones. Entonces, ¿por qué cuernos lo hace? ¿Porque se tienta y no puede parar? ¿Porque el dinero lo justifica todo? ¿Porque es tonto? ¿Porque no le importa nada de todo esto que te cuento? ¿Porque no le importa nada?

Es duro, Tu Excelencia. No sé cómo voy a hacer para festejar sus goles, pagados por la sangre. Voy a tratar de olvidarlo porque no quiero que su venalidad banal me arruine el campeonato; quizás incluso lo consiga porque seguramente no soy mejor que él, solo más pobre y patadura. Mientras tanto, mientras cicatrizo, voy a sentirme español por unos días.

(Y aquí, lo inverosímil: te juro que esto lo había escrito justo antes de que empezara el partido contra los ticos, pero no tienes por qué –ni cómo– creerme. En cualquier caso, hoy mis neo-compatriotas no se dejaron tentar por el modelo argentino y le ganaron tan fácil, tan suelto, tan elegante a Costa Rica, que cumplió con creces su papel de equipo malo, el mismo que saudíes y nipones supieron olvidar. Sospecho que España ganó, goleó y gustó porque no se creyó que era una máquina imbatible sino un grupo de chicos por el que nadie daba un duro y que, además, incluye a Pedri, el mejor jugador que he visto aparecer en los últimos años. Es un pichón de Riquelme: uno de esos pocos elegidos que, con sus pases, maneja a sus compañeros, les inventa espacios y jugadas que solo existían, un segundo antes, en su mente. Y es el eje que hace que España juegue guardiolista: con esa idea taimada de que si yo tengo la pelota el otro no la tiene y, por lo tanto, no me puede joder. Es cierto, no siempre es fácil hacerlo. Pero la primera condición, necesaria pero no suficiente, es intentarlo.)

Nos quedan muchos hilos. Otro día conversamos del VAR, que es un gran tema: de cómo la Inteligencia Artificial nos vuelve tontos. Y será hasta mañana, cuando solo debutan Uruguay y Brasil. Espero que, por lo menos, no tengas nada bueno para decir sobre los amarillos –que, sospecho, todavía están muy verdes.

Juan Villoro responderá este jueves 24 de noviembre

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