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Messi sin Maradona

El escritor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el balón sabe también mucho de amistad

Martín Caparrós
Lionel Messi durante una conferencia de prensa en Qatar, este lunes.
Lionel Messi durante una conferencia de prensa en Qatar, este lunes.ABIR SULTAN (EFE)

A Villoro, frentazo suavecito:

Me preguntas por mis reservas de derrota, Tu Excelencia, y te debo confesar que están exhaustas: las he gastado casi todas. Pero me dicen que no es difícil conseguir recargas, que hay rebajas, que el black friday vende derrotas como churros. Así que no te aflijas, me haré con dos o tres bidones. Me dicen también –y no sé si creerles– que las derrotas futbolísticas consumen poco, que no son derrotas verdaderas: que son, como todo en el deporte, simulacros, ilusiones que te permiten imaginar que eso es lo que va mal, que ahí está el problema. Imagínate que tu peor zozobra fuera que México va a perder el sábado: serías, sin las dudas, un anciano feliz.

Y sí, podríamos hablar de la derrota horas y horas: si de algo sabemos es de eso. Pero pongámonos más serios. Mañana debutan los nuestros. Es decir: los tuyos y los míos. La idea de “nuestros” es curiosa, como esta frase bien lo muestra: suena a que tenemos algo juntos, y en realidad tú tienes algo y yo otro algo; cualquier parecido con la distribución de las riquezas y el poder en nuestras sociedades es mera coincidencia. Los “nuestros”, entonces, empiezan a jugar mañana, y los tuyos se juegan la vida. Lo hacen, ay, contra mis ex ancestros polacos, anfitriones de Auschwitz y Treblinka; los míos, en cambio, deberían regodearse con los dueños de La Meca, esos sauditos que, solo el 12 de marzo de este año, ejecutaron de un plumazo a 81 señores –porque pueden.

En fin, que mañana empieza. Mientras, esta tarde, los iraníes fueron más valientes que esos europeos que aceptaron no ponerse el brazalete one love y se negaron a cantar su himno: puede costarles mucho más que una amarilla. Y después Inglaterra les ganó. No mostró gran cosa, pero como metió seis goles –y se comió dos– ya empiezan a considerarla candidata. Por lo visto hoy, para ganar la copa debería conseguir que le permitan jugar contra Irán todos los partidos. Suena abusivo, pero la FIFA –ya lo sabemos– es capaz de eso y mucho más. Los holandeses, más tarde, y los senegaleses durmieron a las pocas ovejas que se atrevieron a mirarlos y se despertaron, por un momento, para balar ante un gran toque de Frenkie de Jong.

Son balbuceos; mañana sí que empieza. De los tuyos –nada nuestros– todavía no hablo: solo me impresiona que tengan a un técnico argentino. Imagino que su mérito es ese –ser argentino debe ser una calificación impresionante– porque su historial consiste sobre todo en haber recibido el mejor equipo de la historia para estrellarlo contra un árbol. El Barcelona del 2013 era la gloria, miel de picaflores, y el Tata Martino consiguió no ganar, con esos monstruos, ni medio campeonato. Para recompensarlo la dirección del fútbol argentino le entregó su selección, donde repitió su ciclo de fracasos. Si tus compatriotas lo eligieron por eso, Tu Excelencia, su coherencia merece reverencias y, con tu anuencia y tu paciencia, emplearé con vehemencia esta sentencia en celebrar a conciencia la vigencia de quienes, sin obsecuencia ni indolencia, persisten en su esencia –perdedora.

Por suerte un rato antes debutamos nosotros. Nosotros es una gran palabra: casi nunca se me ocurre cómo usarla, pero tú sabes que el Efecto Patria nos permite abusar de ella cada cuatro años. Si los mundiales sirven para algo es para eso: reflotar un nosotros –que se hundirá, grasiadió, en días o semanas. Pero en fin, debutamos.

Los argentinos, lo sabes, vivimos para la muerte y nuestros grandes muertos. Nadie supera, en esa patria pampa, a Gardel, Perón, su segunda señora, Guevara y compañía estrictamente limitada. A la que ahora se sumó, impaciente, el gran farsante Diego Maradona. No me malinterpretes: cuando digo farsante no podría ser más elogioso. Sus farsas –voy para allá, vengo para acá, salto de cabeza, le pego de mano, te amago esto pero te hago aquello– se volvieron arte y el amor de tantos. Este será, entonces, el primer Mundial en cuarenta años donde no esté de cuerpo presente. Pero será el primero, también, en más de veinte, donde no será un memento –meme, dicen ahora– de su decadencia sino un espíritu en todo su esplendor.

Lo cual tiene, como todo, sus pros y sus contras. Más que nada con respecto al Capitán Messi, que es lo único que al fin y al cabo nos importa. Por un lado, Messi ya sabe que, aunque gane, Maradona nunca lo sabrá: ya nunca podrá decirle soy tu par, te gané, papá, creías que eras único, LTA. Pero eso lo libera: ya no tiene que jugar para el Otro, contra el Otro; puede jugar para él, para sus compañeros, para todos nosotros: puede jugar, jugar, jugar.

Y lo mismo que le pasa a Messi les pasa a tantos –y eso sí que es raro, pero esta vez sucede. La vida del Capitán consiste en que le pasan cosas muy distintas de las que nos pasan a todos los demás, pero esta vez, acompañando su liberación, hay toda una generación que viene liberada. La sombra de Maradona ya no se alarga tanto. Más de la mitad de los argentinos, los menores de 35 años, solo vieron del Grandiez la última decadencia, así que no se empeñan en comparar todo lo que hace Messi con lo que hizo su predecesor –y, por lo tanto, aman al 10 presente por sobre todos los pasados. El pasado hay que hacer añicos, cantaron, entusiastas, y están dispuestos a pensar solo en lo que tienen ahí delante.

Como sí tú, digamos, pudieras olvidarte de Chéjov o de Onetti o de Nabókov, yo de Dos Passos o Quevedo o Pérec, los dos de Borges, y escribir como si nadie nunca hubiera escrito. ¿Te parece un plan? ¿Sabrá hacerlo Messi?

Disculpa, Tu Excelencia, me enredé. Creyendo que gambeteaba al Grande caí otra vez en sus engaños. A los pequeños nos sucede mucho. Hasta mañana, entonces, y suerte con los polas.

Juan Villoro responderá este martes 22 de noviembre.

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