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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué pensarán los hijos?

Por muchas medidas que se tomen hay cuestiones que necesitan de cada uno de los que asistimos a los estadios para que se puedan subsanar y que no es cosa de protocolos, normativas, ni cámaras, sino de implicación

Vinicius racismo Mestalla
Vinicius Junior saluda a la grada antes del partido entre el Real Madrid y el Rayo Vallecano, en el Santiago Bernabéu, el miércoles.AFP7 vía Europa Press (AFP7 vía Europa Press)
Andoni Zubizarreta

Era un sábado por la tarde del invierno de 1979, llovía, jugábamos fuera y el partido se disputaba a las 15.00, no por no coincidir con ninguno televisado sino por la simple razón de en aquel entonces los campos de Tercera División, la Primera RFEF actual, no contaban con luz artificial y había que aprovechar cada rayo de luz para jugar el partido. El césped estaba, como siempre, pesado, húmedo y resbaladizo y nosotros necesitábamos ganar para seguir en la parte alta de la tabla, un lugar donde nadie nos esperaba pero que partido a partido habíamos ido consolidando. El partido empezó de tanteo, poco juego, nada, en medio campo y mucho balón largo, mucha disputa, mucho balón dividido, mucha falta, aquel fútbol. No había pasado nada en las áreas pero detrás de mi portería se movía nervioso un seguidor rival que mezclaba gritos a favor de su equipo con unos cuantos insultos, imprecaciones y frases de desprecio para los míos. Visto que no conseguía ningún resultado empezó a fijar su objetivo en el jugador contrario que estaba más cerca: nuestro portero, mi espalda. Solo recuerdo que repasó todas las opciones insultadoras que había, en euskera y en castellano, doble ración, hasta que un balón salió fuera de puerta y la pelota rodó hasta la valla que separaba el campo de la grada. Yo me dirigí pausado hacia el esférico, el resultado nos venía bien y aunque todavía no había conocido a Johan para saber que cuando el rival quiere jugar rápido tú debes ir lento, algo de eso intuía. Llegué, llegamos, a la pelota a la vez, el hincha desaforado y yo, recogí con mimo el balón mientras cerraba mentalmente mis oídos, mi mente, y en ese segundo exacto levanté la mirada y le dije en voz baja, casi susurrado: “Qué pensarían tus hijos si te vieran en este momento”.

El efecto fue casi mágico y donde tenía alboroto, ruido y desprecio, todo se convirtió en silencio, abrumador silencio.

El partido discurrió favorable a nuestro equipo, ganamos y tras la correspondiente ducha, salí de los vestuarios, entonces también de los últimos, para encontrarme con mi padre y volver a Aretxabaleta juntos cuando se nos acercó un señor a quien no conocíamos y que lo primero que nos dijo fue: “Perdón”.

Era el aficionado exaltado que se había dado cuenta de que su actitud no era la adecuada y que demandaba una cierta y católica absolución de mi parte. Le dijimos que no había problema, que el fútbol saca, a veces, una pasión desmedida y con ello, también a veces, lo peor de nosotros. Algún abrazo de despedida, buenos deseos para el futuro y marchamos hacia el coche, que ya era de noche, llovía y teníamos una hora de viaje hasta casa.

En algo de eso pensaba cuando veía a Vinicius señalar a quienes le estaban insultando y recordaba la capacidad que tiene el profesional del fútbol para abstraerse del ambiente pero, a su vez, poder ponerle cara en determinados momentos a los insultos y las actitudes más exacerbadas.

Y entendía que por muchas medidas que se tomen hay cuestiones que necesitan de cada uno de los que asistimos a los estadios para que se puedan subsanar y que no es cosa de protocolos, normativas, ni cámaras, sino de implicación de cada uno de nosotros para que ese tipo de actitudes no se den en nuestro entorno. Para que si sale lo peor de nuestra personalidad alguien nos recuerde lo que pensarían los nuestros si nos vieran en tan abyecta actitud, esa que insulta escondida y justificada en la masa.

Una hora después del partido de Mestalla me ponía, otra vez, delante de la tele para ver el Sevilla-Betis y fui otro testigo de la acogida del público de Nervión a Joaquín. Parece que esto ha quedado en simple rivalidad sevillana, derbi, pasión y tantas historias vividas, pero no sé yo si los padres de los que insultaban al 17 verdiblanco estarían muy satisfechos.

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