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Koepka, el golfista de 33 años que creyó que su carrera había terminado y al que hoy no le tosen ni en EE UU

Con su triunfo en el PGA Championship y su quinto ‘major’, replica las críticas por la supuesta falta de competitividad del LIV

Jordi Quixano
Brooks Koepka
Koepka, con la copa 'Wanamaker' tras vencer su tercer PGA Championship.ANDY LYONS (Getty Images via AFP)

Por los vestuarios de los torneos del PGA Tour, después de la desbandada de golfistas que prefirieron el dinero a la tradición, convencidos por ofertas millonarias de los saudíes para ingresar en el LIV, había un enfado morrocotudo que se fogueaba con chanzas, como cuando Rory McIlroy dijo que no sabía si los disidentes podrían mantener el tono durante cuatro días de competición, pues en el otro circuito se juegan muchísimos menos torneos y constan de tres rondas y no cuatro como siempre se ha hecho. Los aficionados, molestos porque entendían que esos petrodólares también financiaron el atentado del 11S, cogieron ojeriza a los que descafeinaban la heráldica competición con su fuga. Pero se olvidaban de Brooks Koepka, de 33 años, el señor de los grandes, uno de los seres más competitivos de la faz de la tierra, ahora ya ganador del PGA Championship, su quinto major, que abofeteó a las sátiras con silenciador y golf exquisito, además de explicar al mundo que los buenos (casi) siempre ganan. Menudo es él.

Camino del green del 18, los aficionados se deshacían en vítores y aplausos hacia Koepka, que volvía a reinar en un grande. Él sonreía y se liberaba porque llegó a pensar que no viviría de nuevo una situación parecida, toda vez que pensó que tendría que colgar los palos por la ristra de lesiones que acumuló desde 2019, cuando miraba a todos desde las alturas. Fue por un resbalón en la CJ Cup que le rompió el tendón rotuliano de la rodilla derecha. Pero forzó tanto que acabó lastimándose la cadera y, más tarde, se dislocó la rótula derecha, por lo que tuvo que pasar de nuevo por el quirófano. “Hace unos meses no sabía si mi carrera había terminado. No sabía dónde estaba mi swing ni si sería capaz físicamente de recuperarlo. Le dije a mi entrenador que no estaba seguro de si volvería a jugar”, confesó tras vencer hace unas semanas en Jeddah, el sexto torneo del LIV del curso; “ahora sé que en unos años tendré que ponerme una prótesis en la rodilla, pero me siento afortunado porque puedo jugar como quiero. De lo contrario, lo hubiera dejado”. Pero pudo con ello. Menudo es él.

Para Koepka el golf no existía de bien niño, pues quería ser jugador profesional de béisbol porque su padre era pitcher en el West Virginia Wesleyan y su tío-abuelo, Dick Groat, también se ganó un nombre con el bate, amén de que llegó a jugar en la NBA. Pero un accidente de coche de la niñera que le cuidaba cuando contaba con 10 años lo cambió todo porque se fracturó la nariz y le impidieron hacer deportes de contacto. Cogió los palos y pronto entendió que tenía un don, por más que el béisbol sea su amor confesable. “El golf es aburrido”, llegó a soltar cuando alcanzó el número uno. “En el Phoenix Open el golf parece un deporte de verdad”, reveló en Full Swing, documental de Netflix, en referencia al ambiente y griterío de las gradas, que lanzan cervezas y lo que tengan a mano cuando la bola se queda cerca del hoyo o, por el contrario, abuchean cuando el golpe es peor que mediocre. Pero para llegar a la élite, Koepka tuvo que vencer a todos. “No fui el niño de oro como Justin Thomas o Jordan Spieth. A mí me dijeron que no era lo suficientemente bueno, por lo que me esforcé más que todos los demás para demostrar lo bueno que soy”, señala. Y si lo hizo una vez, podría volver a hacerlo. Menudo es él.

“Cuando estás en un punto bajo puedes desistir, pero hay que buscar la forma de salir. Yo sé que tengo calidad para ganar varias veces al año. Pero en momentos me he preguntado si volveré a ser el mismo”, reflexiona desde su casa, acompañado por su mujer Gina y su perro. Su trabajo, horas de gimnasio y mentalidad ganadora, además de talento, hicieron el resto. “Yo quiero ganar, no voy a participar sin más. Si quieren pisar mi trono, pisaré el suyo. Ganar es adictivo, es cuestión de vida o muerte”, sentenciaba en horas bajas. Y sus rivales lo saben. “Cuando viene a un torneo, su mentalidad es vengo a ganar y a largarme”, desliza Scottie Scheffler, segundo empatado con Viktor Hovland en el PGA y número uno tras arrebatarle a Rahm el laurel. Eso intentó Koepka en el pasado Masters, pero se perdió en su deseo ante Rahm porque jugó a no perder cuando iba líder y se olvidó de su golf. En Oak Hill no le sucedió lo mismo, agresivo de pe a pa, ganador de la copa Wanamaker dos golpes de ventaja.

A cientos de kilómetros de allí Greg Norman, CEO del LIV, se henchía orgulloso porque validaba la apuesta del circuito saudí como hizo el año anterior Cameron Smith en el British y en Saint Andrews, aunque sólo hacía una semana que había dejado el PGA Tour. “Perdón por el lenguaje, pero nadie sabe la mierda por la que he tenido que pasar. Había veces que ni siquiera podía doblar la rodilla”, resolvió. Y, consciente de la batalla moderna del golf, añadió: “Creo que este triunfo ayuda al LIV y es enorme, sí, pero para ser honesto, aquí estoy compitiendo como individuo”. Porque Koepka no quiere pelear si no es sobre los tapetes de los campos. Y en Rochester (Nueva York) lo hizo mejor que nadie porque a mayor reto mejor respuesta ofrece, pues suma los mismos majors -dos US Open (2017 y 2018) y tres PGA (2018, 2019 y 2023)- que triunfos en torneos regulares. Solo 14 hombres en la historia del golf han ganado más grandes que él; sólo Tiger Woods y Jack Nicklaus han vencido tres PGA Championship. Porque menudo es él.

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