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Dika Mem, el nieto perfecto

El lateral del Barcelona de balonmano, reciente campeón de la Copa Asobal, destila un liderazgo que hace brillar a los demás

Dika Mem, en la ciudad deportiva del Barcelona.
Dika Mem, en la ciudad deportiva del Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI
Jordi Quixano

Hace dos cursos, los capitanes del equipo del Barça de balonmano le dijeron por sorpresa que levantara la copa de la Champions. Dika Mem (París, 25 años) se sonrojó. “Nunca estoy en el centro de los festejos, pero en esa ocasión creo que lo hicieron porque me tenían respeto, porque estaba jugando a un gran nivel y porque soy bueno para el vestuario; me llevo bien con todos”, reflexiona en un encuentro con EL PAÍS. Mem sentía en Colonia, tras batir al Aalborg danés, que estaba tocando el cielo, que se lo había ganado después de todo lo que había luchado para convertirse en uno de los mejores jugadores del planeta. Un premio para un chico que pasó una infancia complicada y que llegó al balonmano de pura chiripa, ahora de nuevo campeón de la Copa Asobal tras vencer el fin de semana al Cuenca y al Ademar en la final.

No le resultaron sencillos los primeros años de vida, pronto se fue a vivir con su abuela Marceline porque sus padres, él de Camerún y ella de la isla Reunión, ya separados, vivían una situación delicada y no se podían hacer cargo de él, pues por parte de madre tenía siete hermanos y alguno más por parte de padre. “No fue una infancia fácil”, reconoce; “pero eso me ha hecho ser más fuerte, con carácter y confianza”. Así que su mundo se reducía a la Emami (como llama a su abuela) y a dos de sus hermanos (ahora profesionales del aro), con los que de vez en cuando jugaba a baloncesto por las calles del Distrito 95 de París. Aunque él soñaba con emular a Henry y Zidane, con convertirse en una estrella del balompié. Pero, de repente, se encontró con el balonmano.

Resulta que con 13 años, un amigo le dijo que fuera a probar a un equipo. Mem aceptó sin expectativas, pues nunca había cogido una pelota entre las manos. “Se me dio muy bien y desde ahí empecé a quemar etapas rápido”, señala. Tantas y tan rápido que seis años más tarde ya había jugado en las inferiores de Francia y el Barça lo fichó como proyecto de futuro. “Lo entendí como una oportunidad para ayudar a mi familia y a mí, es lo que me impulsa a levantarme cada día”, conviene, convencido de que ese peso no le supone ninguna presión, pues dice que no lo piensa. Tampoco lo hace antes de tirar. “No miro al portero, sino que escojo un sitio y ahí va. Si fallo, a la siguiente la vuelvo a tirar ahí y ya te digo yo que entra”, suelta; “es que a veces siento que si estoy bien físicamente, no se me puede parar. Es muy difícil que me bloqueen. Cada uno tiene su opinión, pero para mí, soy el mejor”.

Eso entiende Carlos Ortega, el técnico, que no se cansa de repetirle que no se relaje, que sea más protagonista. Pero Mem no lo ve así. “Piensa que debo ser más egoísta y marcar más goles. Sé que hay partidos que puedo meter 10 tantos, pero no lo voy a hacer porque quiero que todos mis compañeros brillen y tengan esa luz. Y cuando sea un partido o momento importante, sé que voy a estar”, resuelve el lateral, segundo capitán azulgrana. Y por eso se gana a sus compañeros. “Aunque también por las bromas”, intercede, pues le encanta vacilar, con guasas que no se esperan porque es extranjero.

Aunque esa relación costó de fraguar con Ortega, pues Mem no entendió —como el grueso del vestuario— que echaran a Xavi Pascual cuando en la temporada anterior lo había ganado todo. “Me hizo el jugador que soy y me costó asimilar su adiós”, explica al tiempo que desvela que fue el míster junto con su compañero Tchouf (Sorhaindo) —también Valero Rivera y Timo N’Guessan— los que le ayudaron a adaptarse a la ciudad. Sobre todo porque vivía en Gavà y las paredes se le echaban encima. “Me aburría mucho. Mi madre sólo podía venir unas tres veces al año y me vicié muchísimo a los videojuegos, sobre todo al Fortnite”, revela. Ahora ya no lo hace —aunque alguna partida se echa al Call of Duty— porque tiene novia y vive en Castelldefels, donde da largos paseos por la playa. Todo ha cambiado. Como su relación con el míster. “Ya nos hemos cogido cariño”, aclara.

Quizá por eso no aceptó la oferta del PSG. “Era más dinero, aunque no tanto. Y no iban en serio porque no sabían quién sería el entrenador, ni qué jugadores seguirían. No iba a ir por ser de París. Además, aquí me siento muy a gusto y hay un proyecto. Quiero hacer historia en el Barça”, esgrime. Esa que pasa por ganar la tercera Champions seguida, ya en el bolsillo la Copa Asobal y casi segura la liga.

Para la Final Four le gustaría que asistiera su abuela, a la que ayuda (también a su madre) cada mes. Pero ya se verá si levantará él la Copa o lo hace el capitán Gonzalo Pérez de Vargas. Lo mismo le da. Él prefiere que brillen otros.

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