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Los Nuggets y el reino de Nikola Jokic

En la temporada NBA, bien nutrida de candidatos al título y superestrellas pujantes, destaca la plenitud del serbio

Nikola Jokic
Nikola Jokic, durante el partido del All-Star de la NBA, disputado el pasado fin de semana.TIM NWACHUKWU (Getty Images via AFP)

Michael Malone nunca llegó a entrenar a Tim Duncan, el que fuera icónico líder en pista de la dinastía más longeva de la historia de la NBA, la de los San Antonio Spurs. Pero conoce muy bien su figura y legado. Por ello no duda en comparar a Nikola Jokic (Sombor, Serbia; 28 años) con él. “Son ejemplos de superestrellas sin una pizca de egoísmo”, apuntaba.

Malone, entrenador de los Denver Nuggets, mejor equipo de la Conferencia Oeste en lo que va de campaña, confesaba estos días al reportero Adrian Wojnarowski que el exceso de foco llega incluso a abrumar al serbio. “Le avergüenza recibir tanta atención”. Acto reflejo del que concibe lo asombroso como algo normal.

Esa atención es, no obstante, inevitable en su caso. Por Jokic habla siempre su baloncesto, equilibrio perfecto entre lo artístico y lo cerebral, entre lo mágico y lo científico. Su despliegue le hace caminar hacia una temporada que podría ser histórica, casi inimaginable en el baloncesto moderno.

Elegido como MVP de la NBA los dos últimos años, el serbio podría unirse a una selecta lista que integran Bill Russell (de 1961 a 1963), Wilt Chamberlain (de 1966 a 1968) y Larry Bird (de 1984 a 1986), hasta ahora únicos hombres capaces de ganar tres veces consecutivas el galardón a mejor jugador de la competición.

El reconocimiento, para Jokic, no conlleva parálisis o adormecimiento. Al contrario. “Siempre quiere aprender cosas nuevas, permite ser entrenado como el primer día, da igual el éxito que haya alcanzado antes”, declaraba su técnico, no pudiendo ocultar su sincera admiración hacia el hombre que lo facilita todo. Hacia el inesperado punto de inflexión del proyecto, un europeo que llegó a la NBA desde la segunda ronda del draft y con evidentes problemas de sobrepeso. En otras palabras: uno de los más improbables casos de dominio en la historia de la liga.

Malone expone el dominio de su jugador franquicia desde la totalidad hasta el matiz. Producto de un alcance absoluto, casi irreal. “Juega al ajedrez en pista. Su conocimiento del juego es increíble, a veces pienso que es como un ordenador, lee automáticamente todo lo que le rodea y, en un tiempo mínimo, toma la decisión correcta en 99 de cada 100 veces”, sostiene.

La práctica es, en su caso, bastante próxima a ese escenario. Ningún jugador NBA entra en contacto tantas veces con el balón cada partido como Jokic (99), recibiendo además en zonas de impacto y de decisiones tan dispares como el poste bajo o los codos de la zona, áreas desde las que también lidera la liga. Con indiferencia a si se encuentra mirando de cara el aro o teniéndolo a su espalda, Jokic ejerce como motor de todo el sistema.

“Con él es todo muy simple, si estás solo y en buena situación te va a hacer llegar el balón”, resumía al periodista Mike Vorkunov su compañero Aaron Gordon, que vive la temporada de su vida a partir de construir una química fantástica con el pasador serbio. Jokic, camino de convertirse en el primer jugador interior que promedia un triple-doble a lo largo de toda una temporada NBA, no siempre tuvo las llaves del sistema ofensivo en Denver. Pero ahora estas llevan grabado su nombre.

“Hubo un entrenamiento, durante su primera temporada (2015-16), en el que todos tenían que hacer un ejercicio de manejo de balón y pase”, recordaba Malone, sobre el entonces desconocido Nikola. “Y lo hizo mucho mejor que todos nuestros bases”, zanjaba. En su segundo año, los Nuggets deshicieron su experimento de juntar en pista a Jokic con el bosnio Jusuf Nurkic, otro jugador de mucho tamaño y acción interior. El objetivo era claro: hacer a Jokic el centro de todo.

Lejos parecía ya quedar aquella primera sesión en Denver en la que el serbio vio volar por encima suyo a Kenneth Faried, compañero entonces, hasta dejar un mate de impresión. Fue una especie de mensaje de bienvenida al nuevo mundo. “Esto no es para mí”, pensó entonces Jokic, paradigma de un baloncesto donde el músculo principal, y a años luz del resto, siempre es el cerebro.

El pívot total

La realidad, sin embargo, desmontó aquella primera frustración. Primero, logrando crear, en lo deportivo y en torno a él, una cultura de pase y movimiento sin balón en un conjunto en el que todos saben que con Jokic al lado siempre es Navidad. Segundo, desde un prisma de planificación, instaurando una base de calma, con un liderazgo tranquilo, sobre la que edificar un equipo potente y sostenible. Y tercero, consagrando a su eje como uno de los jugadores más dominantes y fascinantes del mundo.

El impacto de Jokic en los Nuggets es algo no solo comprobable a partir del rendimiento sin él (3-5 de balance), en contraposición al obtenido cuando está disponible (38-13), sino sobre todo algo que pasa el test visual de forma monstruosa, percibiendo que un solo hombre —cuyas cifras son ya históricas y que recibe máxima atención rival— se encarga de poner continuamente al resto de compañeros en la mejor situación posible para que puedan ser la mejor versión de ellos mismos. En el fondo, de eso se trata.

Así, mientras analistas discuten sobre cómo la fatiga del votante (a través de la cual insistir en un mismo ganador, con indiferencia a su merecimiento, puede acabar provocando hastío y en consecuencia búsqueda de alguien nuevo a premiar) puede influir en la resolución del MVP y aficionados se asombran, noche tras noche, con la cumbre pasadora del seguramente interior más dotado en ese arte en la historia del baloncesto, el propio Jokic piensa únicamente en cómo fortalecer su bloque para descifrar y vencer a su siguiente adversario.

Es, al final, la rutina de lo extraordinario. La puesta en escena del pívot total o el base más alto del mundo, las dos caras de una misma moneda. Los dos cauces de expresión de su reinado.

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