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La “colosal” Vuelta a España de 2023 propone tres etapas reina: Tourmalet, Belagua y Angliru

La excepción es la regla en la ronda ciclista española que saldrá de Barcelona el 26 de agosto: 10 finales en alto, cinco puertos de categoría especial, y solo 25 kilómetros de contrarreloj

Vuelta a España 2023
Juan Ayuso, en el podio de la Vuelta 2022, que terminó tercero.Manu Fernández (AP)
Carlos Arribas

La excepción está en lo consabido, proclama la Vuelta en el Palau de la Música de Barcelona, escenario de conciertos y desconciertos de todo tipo, y saqueos, y de la presentación de la carrera ciclista española, que ha hecho de su lema casi circense, más difícil todavía, y unas cuantas sorpresas y muchas montañas, un hábito tan asentado como lo son las 12 uvas, el roscón de Reyes, los arbolitos y las guirnaldas. Y que no falten, como no faltan en la edición de 2023, del 26 de agosto al 17 de septiembre, de Barcelona a Madrid, ni el Tourmalet, su cima como meta, y el brumoso Aubisque y el asesino Larrau, y dos etapas Tour, ni el Angliru y unos cuantos días por los infiernos del Cantábrico, ni el lunar Xorret del Catí y ni siquiera unas montañas en Andorra y hasta en el desierto de Caravaca de la Cruz y Teruel, y una contrarreloj en Valladolid, como en los viejos tiempos. El recorrido es la estrella. El adelanto del Mundial, ubicado entre el Tour y la ronda española, seguramente afectará a la participación.

“Una Vuelta colosal”, anuncia Javier Guillén. Y no se pasa con la hipérbole, hasta podría haberla calificado de desmedida, su diseñador, el ideólogo de la paradoja de la consabida sorpresa, el viejo cambiar algo para que todo siga igual, que este 2023, en su 78ª edición consiste, oh, quién lo podría pensar, en que será la Vuelta más montañosa de la historia. Lo será así no solo por sus 10 etapas con final en alto, casi el 50% de las 21, que no es un récord, sino por el tamaño de las montañas, casi de nivel de los Giros de las leyendas dolomíticas: 13 primeras y cinco de categoría especial. Lo nunca visto, tan insólito el número como los 10 terceras que se subirán en la penúltima etapa, la más larga, más de 200 kilómetros en la sierra más occidental de Madrid, entre el Escorial y Gredos, una Lieja-Bastoña-Lieja entre encinares y granito. La primera gran etapa de montaña, con dos primeras, Ordino y final en Arinsal, el tercer día, en Andorra; en la segunda mitad, entre la 13ª y la 18ª, cinco tendrán final en alto. No habrá respiro ni táctica, solo capacidad de resistencia y recuperación. Guerra de desgaste, paciencia, supervivencia.

La excepción es la regla en la Vuelta del 23, en la que los sprinters pueden aspirar como mucho a seis etapas, y nada menos que tres etapas –la del inédito final en el Tourmalet (13ª, 8 de septiembre, sábado), con el Aubisque; la de Belagua, al día siguiente, un final en la frontera navarro-francesa a la que llegarán tras dos puertos hors catégorie, el col de la Hourcère (o, en euskera, Murkhuillako Lépoua, hasta la estación de esquí de Issarbe), allí donde Marc Hirschi se reveló en el Tour del 20 antes de que Tadej Pogacar ganara por primera vez una etapa en la grande boucle, paralelo al terrible Soudet, y Larrau, donde un amigo de Marco Pantani, Roberto Conti, piadoso, ayudó a Miguel Indurain el día que el Tour del 96 llegó a Pamplona con Riis radiante e Indurain hundido; y la del Angliru (17ª, miércoles 13 de septiembre), el clásico coloso asturiano– pueden considerarse reinas. Un empacho para los aficionados al borde de la intoxicación y una depresión para los ciclistas, inmersos todos en un bucle cuyo final no atisbarán y cuyo principio habrán olvidado.

Conociendo que el ganador de la última Vuelta, el fenómeno Remco Evenepoel, se ha rendido a las largas contrarrelojes que le regalará el Giro, la ronda española, como también el Tour, no ha hecho ningún esfuerzo por dar más valor que el simbólico, entre tanta montaña, a las contrarreloj. Se reducen a una por equipos de 15 kilómetros el primer día por las calles de Barcelona y a 25 kilómetros individuales por la llanísima Valladolid, allí donde Bernard Hinault empezó a doblegar a Julián Gorospe en la contrarreloj de hace 40 años, donde Joop Zoetemelk remachó la Vuelta del 79, Bert Oosterbosch privó del amarillo por unos segundos a un chavalote de 20 años llamado Miguel Indurain en 1985, donde Charly Mottet se ilustró en el 86, Blanco Villar derrotó a Sean Kelly en el 87, Perico Delgado ganó la Vuelta del 89 y Tony Rominger ganó el prologo del 94, la Vuelta en la que vistió de amarillo del primero al último día como solo Berrendero, Anquetil y Maertens habían hecho antes que él, y como nadie ha hecho después. Ninguno de los favoritos españoles –la lucha generacional que se prevé entre Mikel Landa y Enric Mas, por un lado, y Juan Ayuso y Carlos Rodríguez, por otro–, o extranjeros –Primoz Roglic, que buscará su cuarto triunfo después de correr el Giro, sobre todos, pues será complicado que participen aquellos que disputen la victoria en el Tour, tres semanas antes, Jonas Vingegaard y Tadej Pogacar, y posteriormente el Mundial, como Wout van Aert o Mathieu van der Poel– echará seguramente de menos alguna contrarreloj más.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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