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TENIS | WIMBLEDON
Columna
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La perfección de la centenaria Catedral

Esta pista ha logrado mantener inalterables las tradiciones iniciales del tenis en un equilibrio ideal entre la actualización y su personalidad

Logotipo en homenaje a los 100 años de la central de Wimbledon.
Logotipo en homenaje a los 100 años de la central de Wimbledon.ANDY RAIN (EFE)
Toni Nadal

En este 2022 se han cumplido 100 años de trayectoria de la pista central de Wimbledon y, con tal motivo, los organizadores del Grand Slam inglés decidieron hacer un homenaje a tan emblemático escenario reuniendo sobre su hierba a un nutrido grupo de excampeones. Entre ellos figuraban algunos de los mejores de la historia de este deporte: Rod Laver, Björn Borg, Billie Jean King, Margaret Court, John McEnroe, Chris Evert, Novak Djokovic, Rafael y, cómo no, Roger Federer.

Han sido 100 años en los que distintas generaciones de aficionados han tenido la oportunidad de presenciar algunos de los encuentros más trascendentales del tenis y en los que unos pocos privilegiados han tenido la suerte de disputar algún partido. Una de las aspiraciones de los tenistas noveles es poder llegar a jugar un día allí, hecho que con posterioridad será rememorado y contado con emoción a sus allegados. Los jugadores de segundo nivel solamente tienen la posibilidad de pisarla si les toca en suerte jugar contra uno de los primeros cabeza de serie.

Yo recuerdo perfectamente la primera vez que entré en el mítico estadio que había visto tantas veces por televisión. Era 2003, Rafael disputaba su primer Wimbledon y, no recuerdo muy bien quién, me proporcionó una entrada para ver un partido entre Federer y Mardy Fish. Lo que sí recuerdo fue la emoción que me produjo estar sentado en las gradas de La Catedral y poder respirar ese aire elegante, tradicional e histórico. También mantengo bien presente, por supuesto, la primera vez que mi sobrino tuvo la oportunidad de jugar en ella y que le comenté a un miembro de nuestro equipo la impresión que me producía verlo jugar donde tantos años atrás yo había admirado a Borg. Fue en la segunda ronda de 2006, contra Robert Kendrick.

Esta pista ha logrado mantener inalterables las tradiciones iniciales del tenis en un equilibrio perfecto entre las distintas reformas a las que ha sido sometida para actualizarla y el mantenimiento de su personalidad. No ha perdido, jamás, un ápice de perfección y solera. El cuidado de cualquier detalle abarca primorosamente el más insignificante pormenor, hasta el punto de que durante un partido de Rafael, entró un supervisor para pedirme amablemente que retirara un objeto que venía a estorbar la impoluta panorámica: las gafas de sol que yo había depositado descuidadamente sobre la pared de nuestro box.

Esta simbiosis perfecta entre modernidad y tradición hace de Wimbledon ese torneo único que es el orgullo de los selectos socios de este club inglés. En este centenario aniversario se han producido, sin embargo, dos cambios que vienen a modificar ligeramente esa impertérrita historia.

En primer lugar, se ha suprimido el Middle Sunday o domingo intermedio en el que no se jugaba ningún partido. Solamente en cuatro ocasiones se celebraron encuentros en el ecuador del torneo y fue, como se pueden figurar, porque la lluvia londinense había producido tantos retrasos que era imposible llegar a las finales del último fin de semana. La segunda modificación ha sido otorgar la posibilidad, a unos pocos tenistas elegidos, eso sí, de entrenar en la pista central antes de jugar allí. Siempre se había reservado su uso para los enfrentamientos oficiales exclusivamente, con la intención de no solo cuidar su hierba como si de una piedra preciosa metida en un cofre se tratara, sino también con la de defender su estatus legendario.

No me cabe duda de que ambas alteraciones, sutiles para el resto de los mortales, habrán causado no pocas diatribas y debates en la junta directiva. Pareciera que el gran escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa los inspirara con la ingeniosa y famosa frase de su única obra, Il Gattopardo (El Gatopardo): “Se vogliamo che tutto rimanga com’è, bisogna che tutto cambi (Si queremos que todo siga como está, todo debe cambiar)”.

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