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TENIS | ROLAND GARROS
Columna
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No pensar en lo que no se puede controlar

Tengo la total certeza de que la elección por parte de la organización de jugar de noche no es ningún agravio contra Rafael, como tampoco lo sería si perjudicaran al jugador serbio

Nadal, en la Chatrier, durante el partido del domingo contra Aliassime.
Nadal, en la Chatrier, durante el partido del domingo contra Aliassime.Christophe Ena (AP)
Toni Nadal

En ocasiones, la ejecución de los tenistas y el resultado de la misma se ve influenciada por factores externos al propio deporte. En una disciplina individual que se juega, en muchos casos, al aire libre, las condiciones climatológicas pueden propiciar alguna victoria menos prevista o desencadenar una derrota menos anticipada.

Cada tenista tiene sus peculiaridades de juego y sus preferencias y, si bien es cierto que a nadie le viene bien jugar con mucho viento, con mucho frío (casi nunca se da) o con mucho calor, también lo es que mi sobrino, por poner un ejemplo de sobra conocido, se siente más cómodo jugando de día y con sol, condiciones que favorecen el bote más vivo de la bola y su conocida capacidad para darle más spin (efecto) y altura a su golpe. En la final de Roland Garros de 2012 que Rafael disputó contra Novak Djokovic, las condiciones eran las idóneas para nosotros y el marcador, de hecho, iba constatando el dominio de mi sobrino a las dos horas desde el inicio del partido. Se había adelantado por 6-4, 6-3 y 2-0 cuando me atreví a comentar con Carlos Costa, siempre sentado a mi lado, que la final estaba prácticamente ganada.

Fue en ese momento cuando, de repente, empezó a lloviznar, las bolas fueron poniéndose paulatinamente más pesadas, los golpes de Rafael empezaron a perder mordiente y el tenista serbio, que en un clima más templado y húmedo puede desplegar mejor su juego más lento y controlado, tomó la iniciativa en los intercambios y se anotó los siguientes siete juegos sin dar tregua a Rafael, que empezó a manifestar no poca inquietud.

Quiso la suerte, la nuestra, que la lluvia se intensificara y que tuviera que aplazarse la final hasta el día siguiente. El resultado se congeló con un 2-6 en la tercera manga y un 0-1 en la cuarta, con rotura en contra, lo que me llevó a la cama ese domingo con un nerviosismo que no esperaba cuando hice el precipitado comentario. Pero el lunes el sol volvió a brillar con fuerza y mi sobrino logró cerrar un contundente cuarto set a su favor, y levantar su séptimo Roland Garros.

Está claro que las inclemencias meteorológicas se aceptan con total normalidad, sabiendo que, a veces, te favorecen y otras te perjudican; lo que circunstancialmente resulta algo más difícil de asumir son algunas decisiones arbitrarias por parte de los organizadores que, también, pueden modificar el devenir de la competición.

El esperado partido de cuartos de final que se disputa hoy en la Philippe Chatrier y que vuelve a enfrentar a Djokovic con mi sobrino, se programó (evidentemente, con un solo día de antelación) en la sesión nocturna, decisión que favorece el juego del actual número uno de la clasificación mundial. Alejado de cualquier susceptibilidad, tengo la total certeza de que esta elección por parte de la organización del Grand Slam francés no es ningún agravio contra Rafael, como tampoco lo sería si perjudicaran al jugador serbio.

Es bien sabido, hoy día, que las presiones que sufren los torneos por parte de las televisiones o las plataformas que difunden los partidos, en este caso Amazon, es prácticamente inapelable.

Yo soy poco propenso a prestar atención a lo que no puedo modificar y he tenido siempre una única manera de encajar las circunstancias externas: no pensar en ello más de la cuenta e intentar dar siempre lo mejor de uno mismo. Que es lo que, sin lugar a dudas, hará hoy Rafael.

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