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Miquel Travé, el ‘violinista’ de las aguas bravas, bronce en el Europeo de piragüismo

La joven promesa española, que combinó la piragua con el violín, dice que la pandemia “le salvó”

Eleonora Giovio
Miquel Travé, en el canal de aguas bravas de Liptovsky Mikulas (Eslovaquia) donde este domingo ha ganado el bronce. David Llorente.
Miquel Travé, en el canal de aguas bravas de Liptovsky Mikulas (Eslovaquia) donde este domingo ha ganado el bronce. David Llorente.

Mientras todos los técnicos de la selección de piragüismo de aguas bravas se juntaron el sábado por la noche en una habitación del hotel en Liptovsky Mikulas (Eslovaquia) para ver la final de la Champions –el único bar del pueblo que la televisaba estaba petado de gente- Miquel Travé descansaba y repasaba mentalmente la bajada que este domingo le esperaba en el canal de aguas bravas donde se está disputando el Europeo. Tenía la semifinal a las 10:20, tranquila, controlada, gestionando ventaja sin correr riesgos innecesarios para meterse en la final. Y de la final, a eso de las 13:00, salió con una medalla de bronce colgada en el cuello. A 1,73 segundos del ganador, el esloveno Benjamin Savsek. Segundo, a 0,57, fue el alemán Sideris Tasiadis. Se lo llegan a decir a principios de 2020, justo antes del confinamiento, cuando él estaba metido en un “agujero negro de malas sensaciones” y pesadillas en el agua, y no se lo cree. Hace pocos días, desde Eslovaquia, contaba a este periódico que a él la pandemia le salvó. “No llega a haber confinamiento y no sé dónde estaría ahora…”

Travé tiene 22 años, nació en la Seu de Urgell, al lado del canal que se estrenó para los Juegos de Barcelona 92. Hijo de palista, que también fue el entrenador de la expedición española en los Juegos de Atlanta 96. Si eres de la Seu y tienes el piragüismo en casa, no puedes hacer otra cosa que crecer en el canal, aprender a volcar y a que se te pase el miedo, día tras día. Así se empieza. Así empezó Travé, del que los técnicos llevan años diciendo que es la promesa y el futuro de las aguas bravas. Así lo cuenta él: “Empecé en 2008, con mi padre y en el club Cadí Canoe Kayak de la Seu, tenía 8 años. Nunca me forzaron en casa, nunca me dijeron tienes que… pero es algo que tenía en las venas por venir de la familia”.

Y recuerda todavía el primer día que se metió en una piragua, él que por cierto es tan polivalente que hace canoa (donde este domingo se ha colgado el bronce) y kayak (décimo en la final del sábado). En la canoa vas sentado sobre tus rodillas y la pala sólo tiene una hoja. “La sensación es tan especial cuando te subes la primera vez que, aunque hayan pasado años, es algo que no se olvida. Notas que te van enseñando poco a poco y que tú vas progresando, vas encontrando como moverte, como girarte, como avanzar. Intentas perder el miedo a caerte y volcar y a estar debajo del agua”.

Dos veces campeón del mundo júnior (en C1 y K1), probó varias cosas antes de decantarse finalmente por las aguas bravas. La adrenalina lo arrastró hacia ellas. “Hasta los 14 años estuve haciendo piragüismo, jugando al fútbol, también tocaba el violín, lo toqué ocho años. Cuando se me empezó a acumular todo, decidí que quería la adrenalina. A mí me gustaba eso, competir, soy muy, muy competitivo”. Sus compañeros, dan fe de ello. Cuenta también Travé que la paciencia que hay que tener en las aguas bravas, para estudiarlas, entenderlas, dejarse llevar, memorizar movimientos y remontes, la entrenó en las clases de violín.

¿Cuándo se dio cuenta de que era bueno en esto? “Empecé sin expectativas. Cuando era infantil y alevín y hacía campeonatos de España y los ganaba no me decía: ‘quiero ser campeón del mundo’ porque ni siquiera sabía que se podía serlo. Sólo pensaba en hacer este deporte porque me encantaba hacerlo”.

Pero también probó el lado más difícil de las aguas bravas, cuando dejas de fluir con ellas. “Uno de mis peores momentos fue en otoño de 2019, cuando me quedé fuera de los Juegos de Tokio [no ganó el selectivo interno, la plaza fue para Ander Elosegi] no me encontraba bien remando, no me encontraba bien entrenando, no lo estaba pasando bien, no iba rápido, no estaba disfrutando y no entendía porque y cuando no disfrutas de lo que haces, te derrumbas. Sufría todo el rato. Cuando de 400 entrenamientos te encuentras mal en 300, se hace muy duro”. Los técnicos le veían sufrir a diario como alma en pena.

El problema no era él, sino la piragua que acababa de cambiar y, que, cuenta, estaba mal acabada. La cambió de nuevo después de los tres meses de confinamiento. “La pandemia a mí me cambió la vida y la carrera deportiva. A muchos les ha jodido, lo sé, pero yo no llego a tenerla y no sé dónde estaría ahora. Necesitaba preguntarme yo solo qué estaba pasando y encontrar el motivo por el que no estaba disfrutando. Al principio pensaba que tendría dos semanas para mí y al final fueron 3 meses de confinamiento, salí motivado para ganarlo todo y demostrar que yo podía estar ahí”, cuenta.

Probó la piragua de un compañero, volvió a sentir, a disfrutar, arregló la suya, entendió que lo que estaba fallando no era él y aunque las plazas para los Juegos de Tokio estuvieran otorgadas, buscó algo a lo que agarrarse. “Me decía: ‘ok, la plazas están asignadas y es lo lógico, pero yo voy a hacer todo lo posible para demostrar entre comillas que se han equivocado aunque no se hayan equivocado. Quería demostrar que yo podía estar ahí”. Y volvió a disfrutar. Y este domingo ha recogido los frutos de su cabezonería.

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Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de sociedad especializada en abusos e igualdad. En su paso por la sección de deportes ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de EL PAÍS.

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