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TENIS
Columna
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Ashleigh Barty y el efecto contrario del éxito

La incertidumbre constante, la altísima exigencia y la imperiosa necesidad de ganar suelen conllevar un resultado inverso en quien recoge las mieles del triunfo

Ashleigh Barty posa en enero como campeona del Open de Australia.
Ashleigh Barty posa en enero como campeona del Open de Australia.MORGAN SETTE (REUTERS)
Toni Nadal

El mundo del tenis se despertó ayer con la inesperada noticia de la retirada de Ashleigh Barty, la actual número uno del ranking de la WTA y ganadora de tres torneos del Grand Slam.

Me imagino que habrá sido una decisión largamente meditada y, desde luego, nada fácil de tomar. Después de escuchar sus declaraciones debo decir que no puedo más que valorar positivamente su valentía y el hecho nada común de abandonar todos los beneficios que aporta estar en lo más alto de la clasificación mundial.

Es difícil entender que renuncie a seguir ganando torneos, a aumentar su ya extenso palmarés y a mantener una popularidad acorde a la cumbre que ella ha logrado alcanzar. La tenista australiana ha aducido que haber cumplido sus sueños, sobre todo el de ganar Wimbledon en 2021 y el reciente Open de Australia en este 2022, la ha dejado sin fuerzas, con un acusado agotamiento físico y una falta de motivación emocional que le impiden seguir compitiendo dentro de este mundo tan exigente. Ha expresado, además, su deseo de explorar otros caminos con la intención de cumplir otras ilusiones pendientes.

Es cierto que el deporte de élite produce un estrés físico y mental que es difícil de soportar. Y que la incertidumbre constante, la altísima exigencia y la necesidad imperiosa de victorias conllevan, a menudo, una extenuación y un efecto contrario del que cabría esperar en quien recoge las mieles del éxito.

El caso de Ashleigh no es único. Justo después de ganar su primer grande, el US Open, y de ver cumplido un sueño largamente perseguido, Dominic Thiem dijo sentirse vacío y sin las fuerzas necesarias para seguir luchando con el mismo afán e intensidad de antes. Por suerte para el tenis, el jugador austríaco no adoptó el camino de la retirada y lo suyo quedó en un bajón temporal.

Siempre sorprende que alguien que tiene mucho éxito en su actividad no desee seguir desarrollándola y, aún menos, cuando por edad parece que le queda un largo camino por recorrer. Esto me ha llevado a conectar esta noticia con un fenómeno, o una moda, que se está dando en Estados Unidos desde los inicios de la pandemia y que parece, incluso, que podría estar extendiéndose a algunos otros países. Se ha denominado La Gran Dimisión o La Gran Renuncia. Se trata del abandono de unos porcentajes muy elevados de gente, hasta 4 millones de personas en un solo mes, por la necesidad de perseguir otros objetivos que den un nuevo sentido a sus vidas.

Lo que, a buen seguro, diferencia esta tendencia del caso de Ashley es que ella desciende desde la mismísima cumbre. Lamento que el tenis pierda a una jugadora de tan alto nivel, una mujer que nos ha deleitado con grandes partidos y que ha demostrado, además, un ejemplar comportamiento en la pista que añade valor, a mi entender, a sus considerables éxitos.

Por suerte para nuestro deporte, hay ejemplos de otros jugadores como Roger Federer, Andy Murray o Serena Williams, quienes a pesar de sus muchos éxitos, de sus muchos años en el circuito y de sus actuales problemas físicos siguen demostrando un empeño tan denodado como reseñable por seguir compitiendo, arañando partidos y, quizás, ganando más torneos todo el tiempo que puedan.

Y tanto el caso de la una como de los otros son tan comprensibles como admirables. Solo queda despedir a Ashleigh Barty con gratitud y con el deseo de que pueda perseguir y culminar los retos que le proporcionen más sosiego y felicidad.

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