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“¡A mí, Sabino, que los arrollo…!”

Belauste acabó en la red junto a cuatro suecos en un gol histórico de la selección. Ese tanto quedó instalado como hecho fundacional de la ‘furia española’

Imagen de la selección sueca ante la que se enfrentó España en Amberes
Imagen de la selección sueca ante la que se enfrentó España en Amberes

Era 1 de septiembre y España y Suecia se enfrentaban en Amberes. La víspera presenciaron el Italia-Noruega, no muy lejos unos de otros, midiéndose con la mirada.

Los suecos impresionaban: “Unos gigantes de dibujo”, definió alguien. Había cinco o seis como Belauste y los demás eran como Arrate, las dos fortalezas del equipo.

Bru recupera el equipo del estreno, salvo Otero, aún dolido de un pie, y el longilíneo Eguiazábal, el más noctívago del grupo. Salen: Zamora (Barça); Vallana (Arenas), Arrate (Real Sociedad); Samitier (Barça), Belauste (Athletic), Sabino (Athletic); Pagaza (Arenas-Racing de Santander), Sesúmaga (Barça), Patricio (Real Unión), Pichichi (Athletic) y Acedo (Athletic). Nueve vascos y dos catalanes. Debuta Sabino, cuyo nombre quedará ligado a la mitología de nuestro fútbol.

El que gane se ha de cruzar luego con Italia y el árbitro es italiano, lo que explica por qué les dejó pegarse tanto. Empezaron los suecos, molestos porque no les dejaron sus dirigentes retirarse, y porque encima el partido se atrasó un día por exigencia de los españoles.

Los españoles respondieron, el árbitro consintió y aquello fue una escalada de cargas bruscas, patadas, codazos, cabezazos… Lemmel, el masajista, escribirá en sus memorias que fue “el partido más sucio, duro y fuerte” que vio en su vida. Igual se expresa Zamora en las suyas y lo mismo se lee en las declaraciones posteriores de todos.

Al descanso se llega 1-0 a favor de Suecia, gol de Dahl. Los españoles están furiosos, a la par que doloridos. Salen en la segunda mitad al ataque y en el ’55 se producirá la jugada emblemática, esencia de la furia española. Hay una falta cerca del área. Se dispone a sacar Sabino. Belauste va al área, y le grita: “A mí, el pelotón, Sabino, que los arrollo”. Sabino lanza, Belauste arrolla y balón, cuatro suecos, incluido el portero y el propio Belauste acaban en la red. “Un gol hercúleo”, lo definirá Manuel de Castro en el libro en que narrará la peripecia del equipo. Luego, más patadas, lesiones, un sueco con la clavícula rota y, en medio del tumulto, una escapada de Acedo, que amaga el centro a Patricio pero en su lugar cuela un cañonazo por la escuadra. España por delante. A poco del final, Arrate comete penalti. Samitier despliega una panoplia de tretas que acaban poniendo nervioso al lanzador, que tira alto. Acaba el partido, ocho contra siete, pero España ha ganado.

El gol de Belauste quedó instalado como hecho fundacional de la furia española. En resonancia se puede equiparar a los de Zarra, Marcelino, Torres e Iniesta. Y no deja ser un sarcasmo que su autor, José María Belausteguigoitia, fuera un convencido separatista que en 1922 se exilió unos meses a Francia para evitar las consecuencias de un grito (Muera España) lanzado en un mitin. Pero aquello pasó, y para los JJ.OO. de 1924 volvería a ser seleccionado, aunque no llegó a jugar.

El día siguiente, el 2, toca Italia, que ha eliminado a Noruega el 31, así que ha descansado un día. Arrate, Samitier, Belauste, Patricio y Acedo están inservibles. Con los que se mantienen en pie y con refrescos, Bru hace este equipo: Zamora; Otero (Vigo Spórting), Vallana; Artola (Real Sociedad), Sancho (Barça), Sabino; Moncho Gil (Vigo Spórting) Pagaza, Sesúmaga, Pichichi y Silverio (Real Sociedad). Moncho Gil y Silverio son debutantes en una delantera muy remendada: Pagaza pasa a interior y Sesúmaga a delantero centro porque el suplente de Patricio, Ramón González, sigue en el hospital de la Cruz Roja, reponiéndose de la enfermedad con que viajó.

Los italianos, vista la matanza del día anterior, salen en plan guerra preventiva. Pero esta vez el árbitro, el belga Putz, no consiente y corta de raíz. Eso le viene bien a España, que tiene una delantera más estilista que chocadora, y muchos jugadores demasiado agotados para vivir otra guerra. Eso sí: sufre la baja de Pagaza, cazado en una rodilla a la media hora. España se queda con 10, pero impone un juego esta vez nada furioso, de pases cortos (a la escocesa, se decía) hasta ganar por 2-0. Ambos en jugadas de Pichichi (la segunda, genial), una en cada tiempo, rematadas por Sesúmaga.

A 11 minutos del final, Zamora, que había estado inmenso, se harta de las patadas y codazos de Bedini y le sacude. El árbitro le expulsa. Con nueve España resiste como puede, Silverio cumple en tres intervenciones y el partido acaba 2-0.

El grupo celebra por todo lo alto. Pagaza no se quiere quedar fuera y le transportan en parihuelas. Metidos en fiesta se les ocurre fingir su entierro y le pasean de un sitio a otro, rezando y recibiendo pésames corteses de viandantes que se quitan el sombrero a su paso, convencidos, como les explicaban, de que en España la costumbre era llevar al muerto de juerga antes de darle a la tierra.

(Continuará).

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