El Pirineo oscense, para entrar a vivir

En el norte de Sobrarbe, donde se despliega el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, se ubica al final de una carretera el parador de Bielsa, punto y aparte e inicio de otra vida, la que marca una mole calcárea de 3.355 metros que primero sobrecoge y luego acoge a visitantes en busca de una calma activa

Mariano Ahijado

Esto no es la India, pero la vaca es sagrada en la comarca de Sobrarbe (Huesca). Alimenta a sus gentes y moldea el paisaje del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, en el Pirineo oscense. Genera actividad económica en forma de un turismo respetuoso con este entorno protegido y venerado. La Unesco catalogó la zona en 1997 como Patrimonio Mundial Cultural y Natural por su riqueza y por la intervención del hombre, que ha ido creando prados en altura y bancales para su ganado, que ha desarbolado un medio en el que los quebrantahuesos planean, los tritones culebrean en los abrevaderos y los rebecos buscan la sombra en verano. Un lugar diverso formado por barrancos, cañones y valles glaciares que ha atraído a más y más visitantes desde que se inaugurara el parador de Bielsa en 1968, se construyera el túnel que conecta Francia con España en 1976 y se ampliara la protección del parque nacional en 1982. El reto ahora pasa por que los de dentro no se vayan y algunos de los de fuera se queden. Se está logrando...

A la primera categoría, la de los lugareños, pertenece José María Martínez. Oriundo de Bielsa, entró a trabajar en el parador en 1989. Hoy, con 56 años, es su director. Cubre a diario los 14 kilómetros que van desde su pueblo hasta este hotel de montaña. No tiene pérdida, ni para los de casa ni para los recién llegados; la carretera HU-V-6402 termina en el parador. Más allá no hay nada y eso lo es todo. Enclavado en el valle de Pineta, a los pies del Monte Perdido, es un fin del mundo o el inicio de otra vida, la que sumerge al visitante en la montaña desde que echa el freno de mano del coche. El aparcamiento se puebla de clientes que, asombrados por una mole calcárea vertical intimidante de donde brota agua, no encuentran el momento de sacar las mochilas del maletero. “Esta comarca, tan apartada, ha sufrido mucho. Pero ahora vive un momento dulce con el turismo. Es un turismo de calidad”, asegura Martínez, cuya madre emigró después de la Guerra Civil a Francia como tantos sobrarbenses. El ejército franquista arrasó Bielsa y otras aldeas.

Uno de los que llegaron de fuera para quedarse es Juan José Naranjo, nacido en Madrid y residente en Escalona, a 39 kilómetros del parador. Fundó junto a su mujer la empresa de ecoturismo y actividades deportivas Solo Monte hace 16 años. Oferta excursiones a la Estiva, una praderío a 2.000 metros de altitud para el ganado; al cañón de Añisclo, una hendidura de 1.050 metros que primero provoca una exclamación y luego hace callar a todo el que se acerca; organiza salidas en kayaks y descenso de barrancos. Algunas de estas actividades se encuadran en el programa Naturaleza para los sentidos, que acaba de poner en marcha el parador.

“No solo mostramos la naturaleza, sino que hablamos de cultura y de patrimonio”, detalla Naranjo, que cuenta con una decena de títulos formativos en actividades deportivas, alta montaña, equitación… “No hay pistas de esquí en esta zona del Pirineo, tampoco hay industria. Parecía que iba a ser negativo, pero se trata de algo diferencial”, afirma este montañero de 49 años, que recita nombres de picos, macizos, collados, ibones, plantas y animales. Él lo sabe todo, los clientes fijan el límite. Clientes de todas las edades y condiciones. Hay sexagenarios y septuagenarios andarines de ciudad y jóvenes aventureros que se levantan cuando otros vuelven a casa. Expertos y principiantes. También niños. Muchos extranjeros.

Hay crudeza en el Pirineo oscense, hay verdad, menos asfalto y menos cables de tensión que en otras partes agrestes, ningún telesilla; por la nieve solo se deslizan los rebecos. La montaña es de los animales y del hombre, que la ha cincelado para subsistir. Una intervención endógena. Antes era solo un modo de vida, no de recreación.

La parte lúdica se desarrolla con el turismo sostenible, que no invade sino conoce y reconoce, aprende la historia y observa. Levanta la cabeza y ve un quebrantahuesos en busca de una corriente térmica que, como si fuera un parapente, lo mantiene en vuelo sin apenas esfuerzo. O se percata, con la ayuda de Naranjo, de la visita de un milano real, que no vuela sino que surfea: el único que se atreve a desplegarse cuando hace mucho viento. O un buitre leonado, inteligente, que planea y planea en busca del cadáver de una oveja o una vaca; una clase de Primaria al aire libre. “Muchos holandeses y británicos vienen a ver pájaros”, afirma Martínez, el director del parador. Naranjo insiste: “El turismo le ganará la partida a la ganadería como actividad económica. Pero conviene recordar que el paisaje es lo que es por la explotación ganadera”.

Un elemento del paisaje ya desaparecido son las minas de hierro: “Los romanos ya reconocieron el valor de este mineral. Las verjas del monasterio de El Escorial se construyeron con hierro de Sobrarbe”, recuerda Naranjo, que asegura que acuden geólogos e ingenieros que trabajan en plantas petrolíferas a observar esta zona del Pirineo. “La posición de los estratos en la formación de estas montañas les otorga información para conocer mejor el fondo marino”, explica.

La comunicación entre los valles apenas existió hasta el siglo XX, lo que favorecía la conservación de las tradiciones, la cultura y la proliferación de variantes del aragonés, una lengua romance hablada en el norte de Huesca fundamentalmente. Una de esas variantes es el belsetán y su más distinguido estudioso, Ángel Luis Saludas (o Anchel si hubiera que traducirlo, pues la “g” muta en “ch”). Saludas, pastor de ovejas de 62 años, vive en la aldea de Espierba y cuando baja a Bielsa a tomar un café o a comprar se dirige a sus paisanos en su idioma.

El pastor Ángel Luis Saludas, de 62 años, en su casa en Espierba (Huesca).
El pastor Ángel Luis Saludas, de 62 años, en su casa en Espierba (Huesca).Javier Martín

Al lado de su casa, donde se instaló el único teléfono público de la zona cuando no había móviles, el Ayuntamiento ha colocado unos carteles indicativos. Saludas no solo ha creado un diccionario de belsetán con 20.000 términos a lo largo de 40 años, sino que se afana en que los topónimos del lugar sean los correctos y no cambien con el tiempo, con nuevas ediciones de mapas o webs. “Esos están bien puestos, de lo contrario los habría quitado ya”, asegura este hombre gruñón que a medida que avanza la conversación se torna entrañable. “Ahora todos los fines de semanas ves a gente por la zona. Antes, cuando llegaba noviembre, solo te encontrabas con el cartero”, relata en alusión al aumento de turistas, algunos todavía poco familiarizados con el entorno. “Me ven con las ovejas y se paran con el coche al lado. Un día se van a llevar un palazo”, dice alzando la voz, medio en broma, medio en serio.

—Pero Ángel Luis, cómo no se van a parar cuando te ven pastorear a las ovejas. Es un arte.

—Tienes razón.

Es Naranjo quien tercia, en castellano, sabedor de la importancia de la ganadería bovina y ovina. Acto seguido lamentan juntos que, al no talarse ya los árboles para explotar la madera, el jabalí encuentra refugio y destroza los campos donde pastan sus ovejas.

Muy cerca de donde vive Saludas se encuentra un obrador de patés y otros productos de origen animal enlatados. Rosa Gómez, la propietaria, nació en Zaragoza, se mudó con su familia primero a Aínsa, la ciudad más grande de Sobrarbe y una de las más turísticas por su casco medieval, y luego a Espierba, cada vez más dentro de las montañas. “Claro que es duro vivir en invierno, aquí se acumula un metro de nieve”, confiesa la dueña de Paté de l’Aínsa.

Sus hijos se marcharon a estudiar a Zaragoza y a Málaga, como los dos de Martínez, el director del parador, que estudian Medicina en la capital de Aragón. “Hay hijos de ganaderos que se marcharon a estudiar fuera y luego volvieron”, tercia Naranjo, el guía turístico, padre de un niño de siete años. Todos reclaman más infraestructuras y facilidades para que los maestros, los médicos y otros funcionarios quieran asentarse en la zona. “Hay veces que te tiras un mes sin ver a nadie. Aquí se acaba el mundo. Hay que salir de aquí de vez en cuando para luego volver y valorarlo el triple”, asegura Gómez. “Y si no voy a tomar un vino al parador, a encontrarme con otra gente de la zona. A socializar”, añade. En su cafetería y en su restaurante esperan lugareños que lo utilizan como el bar del pueblo y clientes con ganas de conocer a estos para que les hablen de Monte Perdido, del quebrantahuesos y de las vacas.

CRÉDITOS

Redacción y guion: Mariano Ahijado
Coordinación editorial: Francis Pachá
Fotografía: Javier Martín
Diseño y desarrollo: Juan Sánchez y Rodolfo Mata
Coordinación diseño: Adolfo Domenech
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