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Mejor que todas las demás: la receta de Tina Turner

La ‘reina del rock’ tenía una personalidad expansiva y cimentó su éxito a partir de canciones que en otras voces pasaban inadvertidas

Tina Turner actúa en The Sprint Center, en Kansas (EE UU), en 2008. Foto: ORLIN WAGNER (AP) | Vídeo: EPV

El estribillo se lo ha puesto estos días en bandeja a los necrólogos de medio mundo a la hora de glosar la figura de la divina Tina Turner. “Eres sencillamente el mejor. Mejor que todos los demás”, proclamaba la inapelable reina del rock y del soul allá por 1989 en The Best, el tema que prendía la mecha de su último gran disco de seguimiento masivo, Foreign Affair, y que se convirtió en la más icónica de sus interpretaciones en esos años de madurez. Pero lo más asombroso del caso es que aquel himno ya intergeneracional no había sido compuesto con Turner en mente y ya lo había llevado un año antes a los estudios de grabación una cantante muy reconocida en la época, Bonnie Tyler, con una repercusión infinitesimal. Y ese no fue un caso único a lo largo de la carrera de la artista de Nutbush, fallecida este miércoles a los 83 años. Más bien al contrario: solo un temperamento tan volcánico y arrollador como el suyo lograba agigantar títulos que en otras gargantas habían parecido irrelevantes.

Los paralelismos son incómodos, pero elocuentes. La galesa Bonnie Tyler no era una vocalista ignota durante los años ochenta, cuando encadenó al menos dos éxitos colosales, It’s a Heartache y Total Eclipse of the Heart, e incluso protagonizó una insólita aparición estelar en Islands, el tema que daba título en 1987 al undécimo elepé de Mike Oldfield. Pero nadie prestó atención a The Best cuando Tyler la estrenó en 1988 como pieza teóricamente estelar de su álbum Hide Your Heart. El agravio comparativo aún escuece, treinta y tantos años más tarde. “El exitazo posterior de Tina me dio un motivo de consuelo: al final, resulta que no tenía tan mal olfato escogiendo canciones con posibilidades…”, resumía la propia Bonnie, entre el humor y la resignación, con motivo de una visita en el verano de 2021 al madrileño Hipódromo de la Zarzuela.

¿Cómo una pieza resultona y bien grabada pudo pasar tan desapercibida al principio y erigirse en referencia mundial apenas un año más tarde? Solo podemos echarle la culpa al factor Tina, ese añadido de vértigo, huracán y excelencia que la hizo única y la convierte desde esta semana en doblemente añorada. The Best era un original de Mike Chapman y Holly Knight, dos compositores profesionales familiarizados con las listas de ventas; en 1983 le habían manufacturado a Pat Benatar la muy popular Love Is A Battlefield. Pero solo Anna Mae Bullock, que apenas se prodigó como compositora y solo triunfó en esa faceta con Nutbush City Limits (1973), lo vio claro: propuso un solo de saxo donde en el original entraba la guitarra eléctrica y pidió a los autores que añadieran justo antes una parte de transición o, en la jerga, puente (“Each time you leave me as I start losing control…”). El resto, ya decíamos, es historia.

El caso es el más paradigmático, pero representa una constante en la carrera de la mujer que ha concitado más piropos, adhesiones y mensajes de admiración a lo largo de toda la semana. Los propios Chapman y Knight pueden dar fe. El tándem escribió en 1981 un temazo, Better Be Good To Me, que Holly, una mujer de garganta y presencia escénica estimables, interpretó personalmente al frente de su banda Spider. ¿Alguien ha escuchado esa versión? ¿Alguien recordaba, de hecho, la existencia de un grupo llamado Spider? Pues bien, esa misma Better Be Good To Me llegó en 1984 al puesto número 5 en las listas estadounidenses y se convirtió en uno de los ejes centrales del disco Private Dancer, el rutilante regreso de la reina al estrellato.

La cantante, pianista y compositora salmantina Sheila Blanco, experta en técnica vocal, tiene claro que el mayor activo de Tina Turner habitaba en su garganta. “Era una contralto muy sólida, casi mezzo”, especifica, “con la que no echabas de menos ni agudos ni melismas. Tenía una voz turbia, que no sucia; desgastada, que no vieja. Por todo ello era capaz de romperte en dos desde la primera nota”. Y remacha: “Sabía rugir cantando, pero lo más inimitable es el fraseo. Eso es lo que la convierte en icono”.

Más allá de su dimensión como figura pública, que se ha mencionado mucho estos días; al margen de su valentía al afrontar situaciones personales terribles o de ese inmenso valor como ejemplo y referente para varias generaciones de mujeres, Turner se ha ganado su hueco en la historia por un talento interpretativo que parecía venirle de serie. Lo suyo era una capacidad innata para sublimar materiales que en otras manos resultaban solo apreciables. Le había sucedido ya en 1961, al comienzo de la época de Ike & Tina Turner, cuando abordó It’s Gonna Work Out Fine con apenas 21 años. Era un tema ajeno, de Joe Seneca y la prolífica Rose Marie McCoy, y la banda lo abordó sin sección de metales ni florituras, a años luz del sonido que Phil Spector les imprimiría en 1966 con River Deep – Mountain High, pero la ejecución de Tina fue tan seca y fiera como para procurarle su primera nominación a un premio Grammy. Por supuesto, nadie conserva en la memoria que el estreno de It’s Gonna… había tenido lugar sin mayor trascendencia un año antes, en 1960, de la mano de Mickey & Sylvia. Y ni siquiera la lustrosa versión que en 1982 rubricaron al alimón los ilustrísimos Linda Ronstadt y James Taylor gozó de especial repercusión.

Ahí radicaba el mérito auténtico de Turner: en la capacidad de fagocitarlo todo y convertirlo en algo singularísimo y esencial. Por eso en 1984, cuando la reaparición con Private Dancer tras 11 años de absoluto ostracismo, aquella Tina de 45 años no quiso ejercer el papel de vieja gloria y asumir un relato de añoranzas vintage, sino que irrumpía como una figura de estreno capaz de deslumbrar a los programadores de la joven cadena televisiva MTV. No fue tanto una resurrección como el nacimiento de una magnética nueva criatura. Artistas que fueron llegando poco después, desde Janet Jackson a Beyoncé o Rihanna, serían inimaginables tal y como hoy las conocemos si antes no hubiera existido aquella rediviva figura de TT.

Influía el carisma, sin duda. La tan comentada presencia escénica: observen de qué manera desaforada entraba en plató, en 1971, con motivo de su participación en el programa de Ed Sullivan. Ayudó el relato de vida, el estilismo, la longitud paranormal de esas piernas estratosféricas. Todo lo que ustedes quieran. Pero lo que hizo de Tina Turner “sencillamente la mejor” fue esa facilidad para convertirse en protagonista a partir de materias primas ajenas.

En 1981 y 1982, durante los años en que anduvo apartada de los radares, tenía la osadía de incluir en los conciertos una canción terrible de Rod Stewart sobre asesinatos machistas, Foolish Behaviour, que ella retituló, para que no cupiese duda, Kill His Wife (Matar a su esposa). El original destilaba un machismo desaforado, pero ella sí que sabía de lo que hablaba. Y en 1984, de cara al regreso triunfal, le sugirieron la baza infalible de una versión de los Beatles, y ella optó por un Help! tan reinventado que debíamos reparar en la letra para caer en la cuenta de cuál era la fuente original. El pobre John Lennon no llegó a tiempo para escucharla, pero Tina la hizo tan verosímil como si el de Liverpool la hubiera escrito en 1965 pensando en ella.

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