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Martin Amis
Tribuna
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Réquiem por Martin Amis, un perro callejero

La periodista y escritora Laura Fernández evoca sus encuentros con el escritor británico, recientemente fallecido

Martin Amis en Barcelona en 2015 en la presentación de su novela 'La zona de interés'.
Martin Amis en Barcelona en 2015 en la presentación de su novela 'La zona de interés'.ALEJANDRO GARCÍA (EFE)
Laura Fernández

En un enmoquetado hotel, el gran escritor fuma. Sostiene una revista, entorna los ojos fingiendo una lectura atenta y pregunta: “¿Así?”. Es Xan Meo, y a la vez es Guy Clinch, y Keith Nearing, y sobre todo es Richard Tull, el escritor que una vez le dijo a su mujer, sentado a la mesa de la cocina, en un día desesperadamente gris, que no le pidiese que se quedase sólo con eso, que no le pidiese que se quedase sólo con la vida. Su mujer estaba harta de que ninguna de sus novelas estuviese funcionando, y acababa de darle un ultimátum. Iba a tener que buscarse un empleo, iba a tener que dejar de escribir. Si hay un corazón, y es un corazón enorme, a ratos oscuro, ido, roto, siempre palpitante, en la obra de Martin Amis (que falleció el sábado a los 73 años), el gran escritor, el gran estilista, el hombre que no mató al padre sino que dejó que su poderosamente viva obra le aplastara, está justo ahí.

“Así es perfecto”, dice la periodista que también escribe pero sobre todo lee y que, algún día, en un futuro entonces inimaginable, llevará ese momento en la vida de Richard Tull como una armadura, y lo contendrá para siempre en todo lo que escriba. No lo hará con su nombre, sino con el de Keith Whitehead, su estrambótico otro yo —el más estrambótico de todos— en Niños muertos, una de esas novelas sin las que el mundo, al menos, su mundo, no sería el mismo. No hay nada más parecido a un escritor que otro escritor, se dice ella, y la necesidad de autocoleccionarse, de repartirse, de Amis, la necesidad de ser no uno sino a la vez todos sus personajes, está íntimamente relacionada con las palabras de Tull, y con la idea de que la vida imaginada será siempre superior a la real. Más vasta, de aparentes infinitas posibilidades.

El gran escritor posa, distraídamente, con la revista, y es una revista musical, la revista en la que la entonces jovencísima periodista —tiene tan sólo 21 años y soy yo misma, la que esto escribe ahora— publica críticas de discos, y a partir de ese día, entrevistas con escritores. Escritores que nunca jamás posarán para ella con la generosidad de aquel hombre que fue, como todo gran escritor, el único soldado de una batalla perdida contra sí mismo. Una batalla que, sin embargo, libró apasionada, honda y lúdicamente hasta el final, rehabitando la tradición —Samuel Richardson, y la literatura eróticamente puritana se deconstruyen en La viuda embarazada, y se reinventan en la obsesión no consumada de Nicola en Campos de Londres y electrizando, musculando, la literatura inglesa —y en lo que habría en su aún desconocido futuro— a la vez: Dinero, Tren nocturno, Perro callejero.

Salta el flash de la vieja cámara digital —los móviles son entonces, año 2003, armatostes sin pantalla—, y el gran escritor mira a cámara, frunce el ceño, aparta el cigarrillo. En las novelas de Martin Amis, como en las de Tom Wolfe, piensa la periodista, los hombres son el sexo débil. Y lo son de una forma más cruel, menos ingenua, más fría y autodestructiva, menos norteamericana, más inglesa que en las de aquel. Las mujeres saben siempre lo que quieren y se disponen a conseguirlo, cuando no simplemente son fuerzas de la naturaleza, como la detective Mike Hoolihan, una descaradísima bomba formal, lejísimos aún de todo lo explorado por el noir desde entonces, un tour de force, como el que se impuso en la nabokoviana e imposible La flecha del tiempo: contar una historia al revés, literalmente.

Cuando todo termina, la periodista sonríe, y el gran escritor también, y se dan tímidamente la mano, y se dicen hasta otra, y no lo saben, pero volverán a verse otras veces, y en las dedicatorias de sus libros se escribirá una pequeña historia, y ella llegará a pensar que todo aquello había sido y sería para siempre, que ninguno de los dos iba a salir de aquel enmoquetado hotel jamás, porque no tendría por qué ocurrir si la vida estuviese imaginándose aún.

Y en parte es lo que ocurrirá cada vez que abra uno de sus libros. Volveré a toparme con Keith Talent en el Black Cross, y con Richard Tull en aquella cocina. Y con las distintas encarnaciones de su prima Lucy Partington, que fue brutalmente asesinada por una pareja de asesinos en serie. El escritor la echaba muchísimo de menos, tanto que solía mirar su fotografía cuando escribía. De ella dijo que estaba “donde de verdad estamos cuando morimos, en el corazón de quienes nos recuerdan”. Nuestros corazones rebosan de ella, dijo también. Hoy, rebosan de ti, querido Martin Amis.

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Sobre la firma

Laura Fernández
Laura Fernández es escritora. Su última novela, 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus' (Random House), mereció, entre otros, el Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Finestres 2021. Es también periodista y crítica literaria y musical, y una apasionada entrevistadora de escritores y analista de series de televisión.

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