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Hugh Jackman: “Hubo un periodo en el que pensé que solo me llegaban películas de acción”

La estrella australiana encarna en ‘El hijo’ a un padre que lidia como puede con su trabajo, su vida sentimental y la crianza de un adolescente en crisis

Hugh Jackman, el pasado 21 de febrero, en París. Foto: Kristy Sparow (WireImage). Foto: Hugh Jackman, el pasado 21 de febrero, en París. Kristy Sparow (WireImage).
Tommaso Koch

Muchas veces, en los rodajes de Hugh Jackman, lo más importante sucedía lejos de la cámara. En concreto, en una esquina, donde un señor mayor aguardaba sentado. Y silencioso. Al parecer, pasaba la espera entre crucigramas y sudokus. Aunque, de vez en cuando, levantaba la mirada hacia el actor, solo para enviarle una señal. Sus ojos siempre transmitían lo mismo: aprobación, apoyo, orgullo. “Vio todo lo que hice. Nunca tuvo una mala palabra. Mucho de lo que soy se lo debo a él”, contaba hace unas semanas el intérprete a The Guardian. El hombre se llamaba Christopher. Era su padre. Y no pudo estar en la filmación de su última película, El hijo. Falleció en Australia, justo mientras Jackman encarnaba a miles de kilómetros, en Londres, el papel que más le hubiera gustado: un progenitor.

No sorprende que el actor (Sidney, 54 años) asocie una y otra vez el mismo adjetivo al filme: “Personal”. Por cómo el largo de Florian Zeller, que se puede ver en las salas españolas, se cruzó con su vida y la sacudió; porque su personaje, Peter, afronta la belleza, el vértigo y el terror que cada padre conoce y se resume en una palabra: crianza; porque fue el papel que más le afectó en su carrera, según relataba él mismo en un encuentro con periodistas internacionales el pasado septiembre, en el festival de Venecia; porque empezó a acudir a terapia en medio del proceso; y porque, en definitiva, le cambió incluso como persona: “Gracias a esta película he comenzado a compartir mi vulnerabilidad con mis hijos. Y veo su alivio. Pensé mucho en la relación con ellos: cuánto los ayudas, los impulsas o los sueltas para dejarlos ir. Ser un padre significa también cometer errores: no hay papel que suponga una mayor lección de humildad”.

El propio proyecto, en realidad, arrancó con una clase de modestia, según el director. Tanto que Zeller explicaba en Venecia que, al principio, no dio crédito. El divo elegido durante una cantidad casi irreal de años seguidos por la revista People como uno de los 50 seres más guapos del planeta; la celebérrima estrella de Broadway; el deseado rostro y cuerpo de Lobezno; el bailarín y cantante impecable; el mejor resumen viviente de por qué el común de los mortales envidia a Hollywood. Pues bien, esa criatura mitológica firmaba una carta dirigida al cineasta en la que le suplicaba tenerlo en cuenta como posible protagonista de El hijo. Siguió una charla por videollamada. El creador se había jurado a sí mismo conocerle y tomar tiempo. A los ocho minutos, sin embargo, le dio el papel.

“No suelo hacer este tipo de cosas. Pero, por alguna razón, sentía que necesitaba este viaje, que lo quería de verdad. Sucedió todavía en pleno auge de la pandemia, no salíamos, estábamos nerviosos. No creo que lo admitiera en ese momento, pero seguramente estuviera desenredando hilos que guardaban paralelismos con Peter”, asegura Jackman. En el fondo, el personaje afronta la pelea diaria de muchos. Y la habitual sensación de llegar siempre tarde a todo: avanzar con su propia vida, su felicidad, su pareja, sus objetivos profesionales. Y cuidar de sus dos hijos: el recién nacido y un adolescente en crisis, fruto de su relación anterior. Paternidad, miedos cotidianos y salud mental se mezclan en un filme que para Jackman va sobre todo “de humanidad”. Lo que no evitó que la crítica se ensañara con la película. Con la excepción, eso sí, de su actuación.

Tampoco le importará: Jackman ha compartido a menudo que no lee las reseñas. No porque su escasísima visión sin lentillas no ayuda. El caso es que su elevada “sensibilidad” fue la única preocupación que expresó su padre cuando le anunció que sería actor. Es decir, una vez más, el cariño de Chris le sostuvo en sus elecciones. “Me enseñó grandes valores. Nunca le interesaron cosas como la fama o el dinero. Siempre insistía en la educación, en tratar bien a la gente y mantener tu palabra”, declaraba el intérprete a The Guardian.

Por aquel entonces, la madre ya se había marchado, cuando el pequeño Jackman tenía ocho años. Aunque precisamente visitándola una vez en Reino Unido se enamoró del teatro. Así que empezó a pisar escenarios y, poco después, platós, mientras su sueño inicial de ser periodista internacional perdía fuelle. Hasta que, en 1995, trabajo e intimidad se mezclaron para revolucionar su existencia: la serie australiana Correlli le dio los primeros focos y una coprotagonista, Deborra-Lee Furness, a la que un día, años después, dijo “sí quiero”. Llevan juntos más un cuarto de siglo, y han superado hasta el cáncer que padeció él y los dos abortos espontáneos que sufrió ella. La pareja tiene dos hijos adoptivos.

Jackman, en la piel de Lobezno.
Jackman, en la piel de Lobezno.

Jackman suele definirla como “el pilar” de su vida. En el recorrido laboral, en cambio, el punto de inflexión le llegó con el salto de la pantalla pequeña a la grande. O más bien colosal, en su caso: con su debut como Lobezno, en X-Men (de Bryan Singer, 2000), su talento sacó todas las garras. Aunque, entre tantas secuelas, tuvo que usarlas también para liberarse de los encasillamientos: “Nunca me he sentido atrapado. Aunque sí hubo un breve periodo en el que pensé que solo me llegaban filmes de acción. Siempre me sorprendió que sucediera. Igual que nunca había cantado antes de mi primer musical. Jamás he elegido mis películas para ponerme etiquetas o lanzar mensajes a la gente. Me encanta la variedad. Y ahora soy más cuidadoso para escoger”. En su nueva visión, se ha sentido libre incluso de volver a encarnar a Lobezno próximamente.

Entre otras cosas, porque ya ha demostrado que puede hacer de todo. Megaproducciones de superhéroes, pero también cine más sofisticado, con autores como Christopher Nolan, Denis Villeneuve o Woody Allen; presentar, danzar, incluso tener éxito como músico, como reveló la acogida de su gira de conciertos. Aunque pocas cosas como un hijo para mantenerse agarrados al suelo. Según la web especializada Imdb, una vez Jackman pilló a su hijo Oscar soltándole a un amigo: “Mi padre no es tan guay. La verdad es que no tiene nada que ver con Lobezno”.

Desde luego, parece ser mejor tipo que su personaje más célebre. Tuvo, como todos, sus momentos de rebeldía: devoto cristiano de joven, como su familia, se terminó alejando de la religión. Y redujo la “rabia explosiva” que sintió en la adolescencia. Pero lo cierto es que en su mundillo también se le conoce por su amabilidad. Un tipo al que su mujer y otros miembros de la familia siguen a menudo en los rodajes, según Imdb. Y un hombre al que la misma web atribuye la siguiente frase: “Una carta escrita a mano es lo mejor. No sé dónde están algunos de mis premios, pero sé exactamente dónde está cada una de esas misivas”. O esta otra: “Amo actuar. Y lo respeto mucho. Pero no creo que suponga un desafío mayor que enseñar a niños de ocho años o cualquier otra carrera. Intento no hacerlo más importante de lo que es”.

En la charla de Venecia, Jackman volvió a reivindicar el equilibro entre espacio privado y profesional. Y comparaba su labor con entrenar a un equipo de fútbol: “Es un oficio de mucha inseguridad. Nunca sabes hacia dónde va. Trabajas un tiempo y luego igual no te llama nadie en cinco años”. Entre cámaras y escenarios, no debe de ser su caso. Pero, una vez más, el australiano acudía a los valores que le inculcaron: “Lo veo como un viaje personal. Me hice actor para contestar a preguntas más cruciales que ‘cómo ser famoso”. Seguramente Chris Jackman cometiera algún error en la crianza de Hugh. Todos, al fin y al cabo, lo hacen. Pero resulta que su hijo aún abandera sus enseñanzas. Como para no estar orgulloso.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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