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Muere el batería Jim Gordon, coautor del clásico del rock ‘Layla’ y en prisión desde hace 40 años

El músico, que formó parte de los Derek and the Dominos de Eric Clapton y tocó con George Harrison o Beach Boys, cumplía condena por asesinar a su madre

Derek and the Dominos, en 1970. De izquierda a derecha: Eric Clapton, Bobby Whitlock, Jim Gordon y Carl Radle.
Derek and the Dominos, en 1970. De izquierda a derecha: Eric Clapton, Bobby Whitlock, Jim Gordon y Carl Radle.Michael Ochs Archives
Carlos Marcos

Pocas canciones tan clásicas como Layla, y pocas vidas tan escabrosas como la de uno de sus dos autores (el otro es Eric Clapton), Jim Gordon. El batería californiano ha muerto a los 77 años en un centro para tratar problemas mentales de reclusos en Vacaville, California. Gordon llevaba en prisión desde 1983, cuando asesinó a su madre utilizando un martillo y un cuchillo.

Nacido en California como James Beck Gordon el 14 de julio de 1945, formó parte de la competente nómina de Wrecking Crew, un colectivo de músicos de sesión empleado en cientos de grabaciones de estudio durante los años sesenta. Y esa década fue gloriosa para el rock y el folk. Su batería se puede escuchar en discos de The Beach Boys (¡el Pet Sounds!), Carly Simon, John Lennon, George Harrison, Joan Baez y The Byrds, entre otros muchos. Pero el punto culminante de la carrera de Gordon fue estar al lado de una estrella de gran talento en un momento de apabullante creatividad. Ese rockero era Eric Clapton. El guitarrista británico montó Derek and the Dominos después de dos experiencias creativamente intensas y también conflictivas: Cream y Blind Faith. Sobre todo Cream, formado junto al batería Ginger Baker (que también estaría en Blind Faith) y al bajista Jack Bruce, consiguió crear un blues-rock liberador y tremendamente influyente, pero también Clapton se graduó como mediador de problemas, ya que sus dos compañeros se odiaban. Después de aquello, Clapton buscaba desengancharse de la heroína y un poco de paz a su alrededor. La tranquilidad la encontró en el dúo Delaney & Bonnie, con los que se fue de gira. “Fue una experiencia increíblemente maravillosa tocar con un grupo de músicos que salía a la carretera por el puro placer de tocar y no de ganar dinero. Una envolvente sensación de amor nos invadía a todos cuando tocábamos”. Así describe Clapton en su libro Autobiografía la situación con Delaney & Bonnie en contraposición a la que vivió con sus dos grupos anteriores.

Cuando se terminó la gira, Clapton estaba tan a gusto que les propuso a los miembros del grupo del dúo quedar a ensayar. Ahí estaban Carl Radle al bajo, Bobby Whitlock al órgano y Jim Gordon a la batería. Se denominaron Derek and the Dominos y se fueron incorporando otros músicos a la grabación, entre ellos un joven guitarrista, Duane Allman, de los Allman Brothers Band, del que Clapton estaba enamorado de su estilo. La magia, alimentada por las sustancias, comenzó a fluir y se metieron a grabar. Su primer y único disco de estudio, Layla and Other Assorted Love Songs (1970), fue también la forma terapéutica que utilizó el guitarrista para escribir sobre la modelo Pattie Boyd, la mujer que estaba casada con su amigo George Harrison y de la que estaba perdidamente enamorado. “Fue un momento increíblemente creativo para mí. Empujado por mi obsesión por Pattie escribía mucho. Todas las canciones del disco hablan de ella y de nuestra relación. Layla era el tema clave, y un intento deliberado de hablar con Pattie del hecho de que se estaba resistiendo y no se atrevía a dejar a George e irse a vivir conmigo”, cuenta el guitarrista en sus memorias.

¿Cómo pudo entrar Gordon dentro de esa intimidad? Un poco por casualidad. Cuando ya tenía montada la canción, Clapton escuchó en el estudio a Gordon improvisando con el piano, su segundo instrumento después de la batería. Le impactó tanto la melodía que le propuso introducirla como coda de Layla. La composición de Gordon (que también toca el piano en la grabación) comienza a partir del minuto 3.10 y confiere a la pieza un final de cuatro minutos épicos y hermosos que ya son un clásico del rock.

Derek and the Dominos, en un concierto en el Lyceum Theatre de Londres, el 14 de junio de 1970. Detrás de Eric Clapton (cantando y con la guitarra) se puede ver a Jim Gordon, aplicándose con la batería.
Derek and the Dominos, en un concierto en el Lyceum Theatre de Londres, el 14 de junio de 1970. Detrás de Eric Clapton (cantando y con la guitarra) se puede ver a Jim Gordon, aplicándose con la batería. Koh Hasebe/Shinko Music (Getty Images)

Después de aquello, Gordon siguió prestando su toque certero, intuitivo y con sentimiento de batería (Ringo Starr le alabó en varias ocasiones) para trabajos de Alice Cooper, Tom Waits, Jackson Browne o Tom Petty. Pero hasta ahí las buenas noticias. A mediados de los setenta su consumo de heroína y alcohol era diario. Además, comenzó a sufrir episodios psicóticos. Visitar hospitales psiquiátricos fue habitual desde entonces. Su vida era un desastre y caía en barrena. Le diagnosticaron esquizofrenia. Hasta que se desató la locura. En 1983 asesinó a martillazos y con un cuchillo a su madre, la única persona que se empeñaba en ayudarle. “No tenía ningún interés en matarla. Solo quería alejarme de ella. Y no tuve elección. Fue fácil, porque yo parecía un zombi que era guiado por alguien”, declaró. Fue condenado primero a 16 años y luego a cadena perpetua. Se le denegó la libertad provisional en varias ocasiones. Ha pasado cuatro décadas privado de libertad hasta su muerte por causas naturales a los 77 años. La considerable cantidad de dinero que genera en derechos de autor Layla (es una de las canciones más pinchadas en las miles de emisoras de rock clásico) irán para su heredera, Amy, su única hija.

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Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.

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