_
_
_
_
_

Fran Gayo, escritor: “No me creo los ejercicios de nostalgia dulcificada”

Exmiembro del dúo musical Mus, poeta y programador de festivales de cine, el autor asturiano debuta en la novela con ‘La navidad de los lobos’, que mezcla terror y recuerdos familiares. “La memoria tiene la misma raíz que los sueños”, explica

Fran Gayo
Fran Gayo, en la madrileña plaza de Cascorro. Foto: Inma FloresINMA FLORES (EL PAIS)
Gregorio Belinchón

Fran Gayo (Gijón, 52 años) ha ido reconvirtiéndose según la vida y sus intereses artísticos le proponían giros. Y muchas veces, a contramano de la corriente imperante. Cuando el estallido de Xixón Sound, la edad dorada del pop y rock asturiano, formó el dúo Mus, que apostó por melodías intimistas y letras en bable, al contrario que sus compañeros de generación, que lo hacían predominantemente en inglés. De 1997 a 2009 fue responsable de programación en el Festival Internacional de Cine FicXixón. Y por amor se trasladó a Buenos Aires, cuando los argentinos emigraban a España. Allí ha trabajado en el equipo del prestigioso BAFICI (Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires), ha organizado diversas muestras y publicado estudios monográficos de cine, y desde allí vigila la actualidad española. Con todo, mantiene un pie en cada lado del Atlántico: tras dirigir el festival de Ourense en 2016, volvió a integrarse en el equipo programador del certamen de Xixón en 2020. Y mientras, tras dos poemarios con buen eco crítico, se lanzó a escribir una novela, La navidad de los lobos (Caballo de Troya), un libro que quería ser una historia de terror y ha acabado fundido con una descripción de tres generaciones de asturianos, un retrato del racismo en su región natal y de la vida a través de un alter ego desdichado del autor. “Cuando quise darme cuenta, mi abuela, su fantasma, ya estaba metida en el libro. Y en ese momento, empezó a transformarse en otra cosa”. En Madrid, un día de frío, ante un café con leche, arranca sus reflexiones.

Pregunta. En La navidad de los lobos se habla, y mucho, de la memoria histórica.

Respuesta. No diría tanto memoria como sí los recuerdos. Si digo memoria es una muy íntima y maleable. Acabé de escribirlo y ya ni sé qué cosas se quedaron dentro y cuáles fuera. Al final el libro es una imagen difusa del pasado. Y me gusta pensar que la memoria tiene la misma raíz que los sueños. No se puede levantar testimonio riguroso de los hechos, especialmente de los pasados familiares. Hasta mi hermano tiene una visión muy distinta de nuestra infancia compartida.

P. Pero la parte del racismo sí refleja lo acaecido con parte del campesinado asturiano.

R. Porque parte de la realidad, durísima, de los vaqueiros de alzada, que se ganaban la vida con el ganado, con el que subían en verano a las montañas de interior y en invierno bajaban a las brañas cercanas a la costa. Eso está documentado, y hasta hay textos de Jovellanos que describían el racismo que sufría esa comunidad del Occidente de Asturias. Se dividían las iglesias con una viga, y los vaqueiros solo podían estar de esa marca hacia atrás. En los bares no les dejaban beber en vasos de cristal y solo se lo permitían en cuernos de vaca. Siempre me ha obsesionado imaginar la vida de mi familia antes de que yo apareciese. Y eso incluye la odisea de esa gente que se acaba adaptando a las ciudades de los años sesenta y setenta... sin que se diluya el clasismo. Yo creo que ahí me nace la identidad de clase. No solo por la convicción que mamas en casa, sino por lo que ves de diferencias económicas brutales entre, por ejemplo, un abogado y un albañil. En fin, la fricción entre clases crea la identidad. Ahora, en Argentina lo vuelvo a ver: del círculo que me rodea ninguno su padre fue obrero. Eso te sitúa en un lugar aparte, y nunca se puede olvidar.

Mi novela parte de la realidad, durísima, de los vaqueiros de alzada, que se ganaban la vida con el ganado, con el que subían en verano a las montañas de interior y en invierno bajaban a las brañas cercanas a la costa”

P. ¿La novela es un testimonio escrito de eso?

R. Claro, y ya estaba en los discos de Mus, y en mis poemas. Es parte de mí, está en mis venas, y la siento más aún desde que no están mis padres. Esa conciencia de clase me sigue aunque acabe dedicándome a programador de cine. Lo que no puede ocurrir es que yo transmita la pesadumbre a mi hijo. Porque hay un parte jodida de esa autoconciencia, y era el manejo de ello con mi padre y mi madre. Yo hice una intelectualización del hecho que ellos no. Ambos sabían dónde habían nacido y todo lo que tenían que trabajar. Pero no iban más allá. Lloré muchísimo viendo Recursos humanos, la película de Laurent Cantet, que contaba ese salto de generación y esa distinta perspectiva entre padres e hijos.

P. ¿Tenía claro que su personaje iba a ser un asturiano en Argentina?

R. Empecé a escribir la historia en otoño de 2020, como una historia de terror, como un divertimento. De repente, mi abuela entró en la primera línea, avancé en la escritura y mi vida fue pasando a las letras. Desde el confinamiento hasta su protagonista, un personaje en permanente fuga. Hasta el punto de que no solo se muda a 11.000 kilómetros de distancia y reniega de su pasado, sino que también se cambia de nombre. Huye y se replantea constantemente.

P. Su libro es otro ejemplo de cómo el terror actual en cine, literatura y televisión alberga reflexiones sociales y políticas.

R. En mi caso, sentía la necesidad de recoger leyendas y anécdotas que me habían contado en la cocina de mi casa después de comer, desde la infancia. Muchas las he reconstruido desde la ficción porque me faltan muchos datos. Mi abuela me diría que qué cosa estoy haciendo... Quería recuperar ciertos acervos populares y también la figura del nigromante, esa persona que enlazaba con el más allá, y que hasta hace bien poco estaba muy normalizada. ¿Cómo vives día a día si no paras de ver desgracias futuras? Y eso lo metí en una estructura, mi vida de barrio. Con mis mudanzas al centro de las ciudades, con mi traslado a Buenos Aires, me he ido despersonalizando. Cuando vuelvo a Xijón, y me acerco a mis calles de la infancia, ya no queda nada. Por eso tenía que escribir, y plasmar que aquello fue importante y que no fue bonito. No me creo los ejercicios de nostalgia dulcificada.

Cuando vuelvo a Xijón, y me acerco a mis calles de la infancia, ya no queda nada. Por eso tenía que escribir, y plasmar que aquello fue importante y que no fue bonito”

P. ¿Batalló mucho contra los recuerdos?

R. Tuve que dejarlos ir, y otros ni pude plasmarlos porque eran... brutales. Al final, es una ficción... y yo tenía una fecha de entrega [risas].

P. En Asturias hay una lucha por recordar el pasado reciente que no se da en otros sitios de España.

R. Bueno, diría que en Galicia también. En otras comunidades puede que se haya hecho un trabajo previo en instituciones. Bueno, o no. En Asturias hemos empujado los particulares.

P. Pregunta obligada: ¿le influye Mariana Enríquez como autora de terror con significado político?

R. A mí me parece que Nuestra parte de noche es una obra maestra difícil de superar. Yo parto del cosmos familiar, no llego a tanto.

P. Ha atravesado varios giros vitales radicales. ¿Cómo lo lleva?

R. No sé qué contestar a eso. La música fue lo primero. Lo de programador de cine es un oficio. Y yo podía haberme quedado trabajando en el proyecto Hombre, donde daba clase. De esos cambios viene, por ejemplo, que conservo pocas fotos. Ahora he recuperado algunas para mi hijo. Para mí nada ha sido traumático. Las etapas se acaban. Mudarme a Buenos Aires, que posee una energía potente muy especial, fue la mejor decisión. Me hizo padre y me hizo escribir de cosas que en España no me hubiera atrevido.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_