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Nuno Cardoso, director de teatro: “Hemos dimitido de nuestros deberes como ciudadanos”

El director portugués utiliza el teatro como un vehículo de compromiso social. Su último montaje ha sido una celebrada versión bilingüe, en catalán y portugués, de ‘Ensayo sobre la ceguera’

Nuno Cardoso, director del Teatro Nacional São João, de Oporto, fotografiado a finales de diciembre en la capital portuguesa.
Nuno Cardoso, director del Teatro Nacional São João, de Oporto, fotografiado a finales de diciembre en la capital portuguesa.JOAO HENRIQUES (JOAO HENRIQUES / EL PAIS )
Tereixa Constenla

Nuno Cardoso (Canas de Senhorim, 52 años) fue un niño feliz y pobre que aprendió a hablar con un dialecto mozambiqueño y que trató de cumplir los sueños de su familia estudiando Derecho en la Universidad de Coimbra. El teatro arrasó con la jurisprudencia en pocos meses. Nadie sabrá si se perdió un Perry Mason, pero pocos dudan de que la escena europea ganó a uno de sus directores más estimulantes. Actor y fundador de varias compañías, dirige desde 2019 el Teatro Nacional São João, de Oporto (TNSJ), que este año ha coproducido junto al Teatre Nacional de Catalunya una nueva versión de Ensayo sobre la ceguera para celebrar el centenario de José Saramago, un montaje bilingüe en catalán y portugués al que han asistido más de 20.000 espectadores. Su próximo trabajo será la adaptación de Fado alexandrino, de António Lobo Antunes. Cardoso, que en el pasado ha montado obras con presos e inmigrantes, tal vez implique en escena a excombatientes de la guerra colonial como su padre.

Pregunta. ¿Cuál es la mayor ceguera de la sociedad actual?

Respuesta. Nuestra incapacidad para ver al otro y reparar en él genera enormes conflictos. La ceguera del consumismo y el individualismo perturba nuestra obligación de redistribuir la riqueza y luchar por el bien común. Esto parte de nuestra incapacidad de sentir empatía, de ponerte en los zapatos de los otros. A partir de ahí surge todo, desde la incapacidad de alguien como Putin para admitir otra identidad y sentirse atacado a nuestra incapacidad para reconocer que los inmigrantes que vienen a Europa son nuestra sangre del futuro, no un problema. ¿Por qué Trump gana las elecciones? Es simple. La gente está harta de no ser vista. Aparece un bufón y hay un voto de rabia que lo apoya. Los principales responsables de esto no son las fuerzas de extrema derecha, ellas solo se aprovechan, son las fuerzas democráticas y progresistas, que dejan de ver lo que está a su alrededor, la deslocalización del trabajo, la globalización, el corte de la redistribución de la riqueza, la pobreza y la rabia...

P. ¿Ve esa rabia en la sociedad portuguesa?

R. Sí. Se dice que los portugueses tienen brandos costumes (modales suaves), no estoy nada de acuerdo con eso. En Portugal hay racismo, hay discriminación y violencia contra las mujeres, lo que creo que aún existe es un tiempo posible de diálogo. Portugal es un país tangencial, eso tiene sus ventajas, pero con los mismos problemas. Somos, además, un país europeo integrado en un proyecto europeo, que es una gran experiencia, tan grande como la democracia estadounidense, y ahí estamos a jugar una lucha de vida o muerte entre esta idea de que todos somos iguales y podemos vivir en una ciudad hecha para garantizar la paz o el reconocimiento de los nacionalismos, del miedo.

P. ¿Ese retroceso será una herencia de la guerra?

R. El miedo es la principal ceguera, pero el miedo existe porque nosotros lo provocamos. Los populismos no han surgido por concepción virginal, nosotros también dimitimos de nuestros deberes como ciudadanos. Una democracia se hace de atención, de participación constante. Para nosotros son agradables los vuelos de Ryanair, los fines de semana en Marraquech, las vacaciones y dimitimos de invertir en el sistema que nos ha permitido esto. Cuando hay unas elecciones, si hace sol y no se va a votar porque la playa es genial, es nuestra responsabilidad. Hay un conjunto de cuestiones que parece que están resueltas y no lo están y en situaciones de crisis como la actual estresan el tejido social. Esta sociedad se sostiene mientras produce riqueza en exceso, que es hecha a costa de otra parte del planeta. Cuando esto entra en crisis, lo que estaba disfrazado sufre estrés.

P. Hacer obras con presos o con vecinos de barrios marginales ¿es su forma de no dimitir como ciudadano?

R. Yo trato de no dimitir como ciudadano en todo lo que hago, sea como artista, como padre o como director del teatro nacional, pero es un esfuerzo porque a mí también me gustan las zapatillas, la playa y esas cosas. Este teatro no es solo las obras, es también un centro educativo abierto a todo el mundo, los grupos de teatro, el trabajo de mediación. Hablamos mucho de los derechos que tiene un ciudadano pero tenemos una gran dificultad para identificar los deberes. Vengo de una familia muy pobre, que me inculcaron que yo tengo el deber de mejorar las cosas. A veces siento que el mundo de la cultura y del arte está tan ensimismado en sus categorías y complejidades que se olvidan de que no tenemos sentido si no trabajamos para los demás. El teatro fue el vehículo que descubrí para hacer eso.

P. ¿Cómo llegó a Derecho y cómo salió de él para entrar en el teatro?

R. Soy de un lugar pequeño en el centro de Portugal, Canas de Senhorim, que es mi centro de gravedad. Tuve una infancia hiperfeliz entre libros, río y bosques, una familia fantástica. Nos imaginábamos Coimbra y los licenciados, la facultad de Derecho como algo hiperespecial, yo fui la primera persona de mi familia en ir a la universidad. Era todo una ficción, sin saberlo ya estaba haciendo teatro. Cuando llegué a Derecho sufrí un choque inmenso porque no era lo mío. Estaba muy perdido cuando encontré este curso del Círculo de Iniciación Teatral de la Academia de Coimbra. En la audición me preguntaron por qué quería entrar y yo dije que había leído las obras de Shakespeare, que era mentira. Al salir de la primera clase me dije: ‘esto es lo que voy hacer el resto de mi vida’. Tuve suerte y tengo la posibilidad de contar historias como forma de vida, lo único que hago bien.

P. ¿Qué diferencias hay entre hacer teatro con profesionales o con comunidades especiales como los presos?

R. No sé. Yo solo sé hacer las cosas de una manera, sea con profesionales o con ciudadanos, que es de dos a seis, trabajamos, contamos una historia y tiene que quedar bien. Cuando trabajo el repertorio lo hago con actores profesionales, que es algo que las estrellas de televisión deben comprender, ellas quedan bien en televisión, por favor no intenten hacer teatro de repertorio en verso alejandrino porque no tienen técnica para hacerlo. Cuando trabajo con ciudadanos les exijo que cuenten historias y se diviertan, no les exijo virtuosismo técnico. Como en todo, es una cuestión de empatía y de percibir cuál es el límite de la dignidad de las personas, se trata de hacer las cosas para el público. Ya estuve en la cárcel, en la Cova da Moura, en los barrios periféricos. Tengo mucha suerte porque al mismo tiempo que hago eso y estoy en sitios extrañísimos, sea en Portugal o fuera, también estoy en los teatros más fantásticos y soy director del TNSJ.

El entretenimiento actual no piensa en el público, en dar, está a pensar en facturar

P. ¿Será el próximo director portugués que acabará dirigiendo una institución cultural en Francia? Empieza a ser una tendencia tras la marcha de Tiago Rodrigues y Tiago Guedes a Aviñón y Lyon.

R. No, no. Adoro trabajar fuera pero yo soy de repertorio. Soy un director a la antigua, me gusta el texto y tengo un placer inmenso con mi lengua. Mi lugar soñado ya lo tengo. Soy director artístico del TNSJ, donde crecí, en la ciudad que me adoptó, en mi país, en mi lengua y por tanto quiero más aquí. Esto no significa tener una visión cerrada de lo que es Portugal. Nuestra lengua son casi 300 millones de personas, por eso fui a Cabo Verde hacer Castro, que es nuestro texto seminal en crioulo. Cruzarme con una lengua hermana, que es el catalán, fue también fantástico. He tenido algunas invitaciones pero tampoco tantas, porque yo soy un individuo ensimismado, no muy simpático.

P. ¿La cultura se confunde cada vez más con el entretenimiento?

R. Hay confusión entre el arte y la cultura, y entre la cultura y el entretenimiento. Stig Dagerman escribió en Otoño alemán que los teatros estaban llenos durante la guerra. El arte es algo extraordinario que siempre vencerá al entretenimiento, como es visto ahora con Netflix y esas cosas. Para hacer teatro alguien necesita del cuerpo, la voz y la imaginación. Y del público. Y luego contamos historias sobre nosotros. Cuando llegamos a situaciones límite, esto es muy fácil de convocar. El entretenimiento actual no piensa en el público, en dar, está a pensar en facturar y eso es anatema para cualquier sociedad. Pero yo no tengo miedo de luchar contra ellos, en resistencia somos la tortuga y ganaremos. El arte debe ser una comunión con la comunidad.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Lisboa desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera en Andalucía. Es autora del libro 'Cuaderno de urgencias'.

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