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Sacré-Coeur, de símbolo de la represión de la Comuna de París a monumento histórico

Francia concede la mayor protección patrimonial a la basílica y sus alrededores de un lugar asociado a la revolución de 1871

Imagen del Sacré-Coeur, en París, el pasado 10 de noviembre.
Imagen del Sacré-Coeur, en París, el pasado 10 de noviembre.FREDERIC SOLTAN (Corbis via Getty Images)
Marc Bassets

Es, junto a la torre Eiffel y la catedral de Notre-Dame, el monumento más conocido de París. El Sacré-Coeur —la basílica del Sagrado Corazón de Montmartre— se ve desde buena parte de la ciudad. Es, como la torre Eiffel, una referencia para orientarse y un icono turístico. Y algo más: un edificio que carga con una historia de luchas obreras y represión, la de la Comuna de París en 1871; una historia de enfrentamientos entre dos Francias —la laica y la ultramontana— que se ha apaciguado, pero que todavía suscita discusiones intensas.

La decisión por amplia mayoría en el Consejo de París —el Parlamento de la ciudad— de clasificar el Sacré-Coeur como “monumento histórico”, el 11 de octubre, cierra un capítulo en la historia. Ya pocos lo consideran ofensivo y nadie propone derrocarlo. Durante tiempo no fue así. Montmartre fue un lugar simbólico de la insurrección de 1871. Ahí se encontraban buena parte de los 277 cañones que las fuerzas gubernamentales intentaron recuperar el 18 de marzo, lo que desencadenó una ola de violencia y el establecimiento de un contrapoder en París, como cuenta el historiador Michel Winock en La fièvre hexagonale (La fiebre hexagonal).

Cuando, dos meses después, la Comuna fue sofocada a sangre y fuego, el proyecto de la nueva iglesia, finalmente consagrada en 1919, se convirtió el símbolo de la venganza de la Francia reaccionaria y católica contra la Francia obrera y revolucionaria. Es verdad que la idea del templo surgió antes de la Comuna, y su construcción comenzó después de la Comuna. Pero la intención, como consta en una inscripción con un texto de 1872 en el muro interior de la basílica, era diáfana: hacer “enmienda honorable” de los pecados de la ciudad y la nación, teniendo en cuenta “las desgracias que desolan Francia y las desgracias mayores que quizá la amenazan”.

El Sacré-Coeur representaba, para sus impulsores, “un edificio de redención y de expiación más que de reconciliación”, escribe el historiador Pierre Nora en el diario Libération. Para los comuneros encarcelados o exiliados y para los familiares de los ejecutados, era un recordatorio, difícil de esquivar para un paseante en muchos barrios de la capital, de quién había ganado y quién perdido, y de que París—la roja, la revoltosa— era una ciudad cristiana. Con el tiempo pasó a ser otras cosas para parisinos y turistas. Con sus torres bizantinas y su color blanco cremoso, el edificio diseñado por el arquitecto Paul Abadie encarnaba simplemente un monumento al mal gusto. Nora explica que el contrapunto republicano y progresista —no revolucionario, pero sí opuesto a las fuerzas de la reacción— sería la torre Eiffel, terminada en 1889.

Más adelante, el Sagrado Corazón de Montmartre se fusionaría con la identidad de la ciudad. Desde las películas a las postales, está inscrita en la identidad de París. Que una abrumadora mayoría del Consejo de París, dominado por la izquierda, votase a favor de conceder al Sacré-Coeur y sus alrededores la clasificación de monumento histórico, encaja con esta lógica. Hasta ahora, estaba “inscrito” como monumento, pero no “clasificado”, una categoría superior. “La voluntad de la alcaldesa de París [Anne Hidalgo] y de mí misma, como adjunta a la alcaldesa, ha sido defender la protección patrimonial de esta basílica, pero siendo muy conscientes del vínculo intrínseco, fuerte con la historia de la Comuna de París”, explica Karen Taïeb, responsable en el Ayuntamiento del patrimonio, la historia y la relación con los cultos. “Existe una historia memorial al lado de la historia arquitectónica del edificio: nuestra voluntad era que ambas historias perdurasen en diálogo y no borrando una u otra”.

Un dibujo de 1871 sobre los fusilamientos de la Comuna de París.
Un dibujo de 1871 sobre los fusilamientos de la Comuna de París. Photo 12 (Universal Images Group via Getty)

La idea es clasificar como “monumento histórico” tanto la basílica como los jardines a sus pies, que llevan el nombre de Square Louise Michel, la llamada Virgen Roja, una de las figuras de la Comuna. París retrasó un año el reconocimiento del Sacré-Coeur para no coincidir con el 150 aniversario de la Comuna en 2021. “No se borra la historia, ni la memoria”, resume Taïeb, “sino que se reconoce, pura y simplemente, un carácter muy patrimonial del edificio”. La oposición, en París, ha venido de la izquierda. “No deja de ser un monumento edificado como una revancha contra la Comuna por los monárquicos y los católicos”, argumenta la comunista Raphaëlle Primet, presidenta de la comisión de Cultura y Patrimonio en el Consejo de París. “Simbólicamente, para nosotros no es posible estar a favor de esta clasificación. Es una afrenta a los comuneros”.

Si algo pervive de aquella revolución o guerra civil, es una mística de la revuelta urbana, que procede de la Revolución de 1789 y que se ha repetido desde Mayo del 68 a los chalecos amarillos. Como escribe Winock, al hacer balance de la Comuna: “El síndrome de la barricada permanecerá en el corazón de la vida política francesa, mucho tiempo después de que las barricadas hayan dejado de tener cualquier utilidad estratégica”. La asociación Amigas y Amigos de la Comuna de París, fundada en 1882 tras la amnistía y el regreso del exilio de los comuneros, mantiene viva la llama en un pequeño local en el barrio de la Butte-aux-Cailles, en el sur de París. La decisión del Consejo de París, para ellos, supone una nueva derrota, simbólica esta vez. “Es olvidar otra vez estas personas que lucharon por una vida mejor, estas personas que querían una república social”, dice Françoise Bazire, la secretaria general de la asociación. “La represión fue sanguinaria, terrible. Es hacerlos morir de nuevo. Moralmente, claro”.

“Lo encuentro horrible”

Cuando Bazire ve el Sacré-Coeur, los sentimientos que le provoca son más estéticos que ideológicos: “Lo encuentro horrible, más allá de la historia de la Comuna. Si por lo menos fuese bonito...”. Cuando se le plantea que la decisión, a fin de cuentas, la ha adoptado un Ayuntamiento de izquierdas, sonríe: “Un Ayuntamiento de izquierdas... ¿Qué es la izquierda?”. Sobre la posibilidad de deconstruirlo, dentro del movimiento para derrocar estatuas de personajes históricos que hoy se juzgan negativamente, zanja: “A este nivel, nosotros no haremos nada”. La diferencia es que el Sacré-Coeur no se juzga negativamente. Como máximo, ha sorprendido que todavía no tuviese esta consideración. La clasificación como “monumento histórico” apenas ha creado polémica.

El historiador Nora explica en Libération este consenso por tres motivos. El primero es que, ante todo, se trata de un lugar turístico más que político y religioso. El segundo, que incluso arquitectónicamente el monumento ha salido de su purgatorio y los historiadores del arte aprenden a apreciarlo. El tercer motivo para aceptar la monumentalización del Sacré Coeur es lo que Nora llama “la disminución progresiva del conflicto de las dos Francias, la católica y la laica”. Esta fractura no ha desaparecido del todo, pero hoy las divisiones más agudas son otras: entre la Francia de las ciudades y la del campo, o entre la Francia próspera y la de las banlieues multiculturales. La laicidad ya no choca tanto contra el Vaticano, como a finales del siglo XIX y principios del XX, como con el islamismo.

El Sacré-Coeur en Montmartre es una memoria fría que no agita los corazones: una memoria que, al contrario de las de la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial o la guerra de Argelia, ha dejado de doler.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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