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El tímido y elocuente Rafael Cadenas

Disuelto entre las masas, silencioso y retraído, reverenciado por los entendidos, el poeta es el vocero desencantado de una generación de venezolanos que se encandiló con la utopía revolucionaria en los años 60

Premio Cervantes 2022: Rafael Cadenas
Rafael Cadenas en el parque de El Retiro de Madrid, en 2014.Lisbeth Salas

En noviembre de 2020, se propaló rápidamente en Caracas el rumor de que el poeta Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930) sería galardonado con el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, el mayor galardón de las letras en español. La noticia parecía confirmada. Las redacciones de todos los periódicos tomaron nota y comenzaron las pesquisas para ubicar en su casa en la urbanización Los Palos Grandes, en Caracas, al silencioso y huidizo bardo sudamericano, en este momento emblema de las letras latinoamericanas. Poco después, se supo que la distinción había recaído en el también aclamado poeta y académico español Francisco Brines. Cadenas debió esperar dos años más.

Como muchos de sus compañeros y amigos, fue un comprometido y concienzudo militante de la izquierda revolucionaria en su juventud, llegando a asumir responsabilidades en el Partido Comunista de Venezuela. Su pasión por la política, que le hizo conocer el exilio en la vecina isla de Trinidad en los años 50, en los tiempos de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, se fue apagando progresivamente. Junto al novelista Salvador Garmendia, el periodista Jesús Sanoja Hernández, el historiador e intelectual Manuel Caballero y el artista plástico Jacobo Borges, todos entonces en la izquierda, Cadenas formó parte del grupo Tabla Redonda, uno de los más citados y comentados del debate cultural del país. Se enfocó en la docencia y la academia, muy especialmente en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela.

Rafael Cadenas, en Caracas el 30 de mayo de 2019.
Rafael Cadenas, en Caracas el 30 de mayo de 2019. Rayner Peña (EFE)

Su poema Derrota, uno de sus trabajos más aplaudidos, así como sus Cuadernos del destierro han sido un cántico a la experiencia vivida por toda una generación de venezolanos en la búsqueda infructuosa de la utopía revolucionaria cuando estaba comenzado el régimen democrático. De tiempos más recientes, ya despolitizados, son sus poemas Amante, Dichos y Gestiones y sus ensayos La barbarie civilizada y En torno al lenguaje. Sus obras completas han sido ya compiladas por las editoriales Pretextos y el Fondo de Cultura Económica de México.

Hoy Cadenas ha devenido en un abierto crítico de los procedimientos y objetivos del chavismo y es considerado un símbolo de la sociedad democrática nacional. “El problema de toda ideología es que ya está hecha, lo cual traba el pensar libremente,” afirmaba en una entrevista a EL PAÍS en 2020, mientras a sus 90 años surcaba con la humanidad el desierto de la pandemia.

“No soy de los que en su vejez dicen con orgullo que siguen pensando como en su juventud”, afirmaba. “No hubo entonces cambio en ellos, y hay gente que hasta tiene por traición dejar de pensar lo mismo con el andar del tiempo. Pese a no ser un gran activista político, dediqué mucho tiempo a esa religión laica llamada comunismo, sobre la cual aún hoy lucubran intelectuales europeos. Algunos incluso fantasean con un comunismo mejor, como si hubieran olvidado el siglo XX. Todo régimen comunista es una dictadura. A veces hasta dinástica.”

Cadenas ha sido ya reconocido con el Premio Nacional de Literatura de Venezuela, el Premio FIL de las Lenguas Romances de Guadalajara y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Tiene un hablar pausado y un carácter notablemente tímido, que administra con una exquisita selección de vocablos y adjetivos cuando le toca reflexionar en público. Cadenas parece que plantara las palabras cuando las escoge para reflexionar.

Frecuente visitante de librerías y actividades civiles y políticas en estos años de conflictividad e incertidumbre, con frecuencia disuelto entre el público, Cadenas es tratado con una unánime reverencia cuando es reconocido. Los halagos los recibe con amabilidad, aunque parece evidente que también le incomodan. “No suelo usar la palabra felicidad: la encuentro muy grande para mí”, dijo a sus 90 años. “Preferiría otra: naturalidad, disfrutar lo que nos guste, contentarnos sencillamente. Ya eso sería bastante”.

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