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La reivindicación de la creatividad y la diversidad marcan la inauguración de la feria de Fráncfort con España como país invitado

Los escritores Irene Vallejo y Antonio Muñoz Molina llevaron la literatura a una ceremonia a la que asistieron los Reyes de España

Feria libro Francfort
Los escritores Antonio Muñoz Molina e Irene Vallejo, a la izquierda, con los Reyes de España y las autoridades alemanas en la inauguración de la feria del libro de Fráncfurt.Christoph Gollnow (AP)
Guillermo Altares

La feria del libro de Fráncfort se inauguró oficialmente este martes por la noche en una ceremonia a la que asistieron los reyes Felipe y Letizia, en la que España tuvo un papel central, dado que este año es el país invitado en el encuentro editorial más importante del mundo. En un continente sacudido por la salvaje agresión de Rusia contra Ucrania, que flotó sobre todos los discursos, la ceremonia estuvo marcada por la conciencia de que esa guerra representa una amenaza para la libertad de todos los europeos, pero también por la reivindicación de la creatividad y la diversidad como una forma de lucha contra el totalitarismo.

“La destrucción que está sufriendo Ucrania nos debe movilizar a todos”, señaló el presidente alemán, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier. “Ayudar a reconstruir la edición en Ucrania debe ser algo natural”, prosiguió el político alemán, que consideró que ayudar a Ucrania es un servicio “a la libertad y la cultura”. El rey Felipe VI recordó por su parte en su discurso que la feria se celebra bajo el lema Traducir. Trasladar. Transformar, unas palabras que reivindican la traducción y “su magnífica función y su papel clave en la difusión e intercambio de conocimiento, que puede llegar a tener un poder verdaderamente transformador”.

Más allá de los discursos pronunciados por las autoridades alemanas y españolas, la gran protagonista de la inauguración oficial —la apertura profesional de la feria es en realidad el miércoles por la mañana— fue la literatura española, que encarnaron dos autores de diferentes generaciones que simbolizan la fuerza y universalidad de la creación en castellano: la ensayista Irene Vallejo, que con El infinito en un junco ha logrado un éxito internacional, y el novelista y académico de la lengua Antonio Muñoz Molina, uno de los autores españoles más leídos y traducidos.

El autor de El invierno en Lisboa recordó en su discurso que formó parte de la delegación de autores españoles que viajaron a Fráncfort en 1991, la primera vez que este país fue invitado en la Feria, en medio de un estallido de optimismo que cristalizó en el éxito de las olimpiadas de 1992. “Los escritores que ahora rondamos los sesenta y tantos y los setenta años fuimos los jóvenes que llegamos al oficio de la literatura al mismo tiempo que nuestro país llegaba a la democracia”, aseguró Muñoz Molina. “Teníamos un mundo entero por contar, y para nuestra sorpresa encontramos una nueva comunidad de lectores que se interesó ávidamente por nuestros libros, y encontramos también editores internacionales y públicos de otros idiomas que ensanchaban el ámbito de nuestra literatura. Fuimos casi los primeros escritores españoles que no padecían otros límites que los que a cada uno le impusiera su propio talento”.

Los reyes Felipe VI y Letizia, junto al presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, y su esposa, Elke Buedenbender, en el pabellón español.
Los reyes Felipe VI y Letizia, junto al presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, y su esposa, Elke Buedenbender, en el pabellón español.Michael Probst (AP)

Muñoz Molina recordó, además, que en aquel Fráncfort de 1991 que ahora parece tan lejano —Internet estaba entonces en pañales, Amazon era el nombre de un río y los ebooks eran una cosa de ciencia ficción, aunque la guerra también manchaba de sangre el corazón de Europa, con las matanzas en la exYugoslavia—, la libertad de expresión estaba también amenazada. “En 1991 Salman Rushdie llevaba ya dos años escondiéndose de la condena a muerte dictada por imanes fanáticos, y la libertad de espíritu y de expresión era muy peligrosa o del todo imposible de ejercer fuera del ámbito de las democracias liberales. Treinta y un años después, Salman Rushdie, ejemplo admirable de hombre libre y escritor sin miedo, se recupera de un ataque criminal contra su vida, y en muchos países las personas dedicadas al oficio de contar las cosas tan como son o de imaginarlas como podrían ser se enfrentan a la censura, a la cárcel, a la persecución, al asesinato. Soy consciente del privilegio de ejercer mi trabajo en un país democrático, en la anchura hospitalaria de la Unión Europea”.

Irene Vallejo, durante su discurso en la inauguración de la feria de Fráncfort.
Irene Vallejo, durante su discurso en la inauguración de la feria de Fráncfort. SASCHA STEINBACH (EFE)

Irene Vallejo dedicó su discurso a otro de los temas que centran la feria: la traducción. Porque en Fráncfort —que este año cuenta con 4.000 participantes, un 30% menos que en la edición de 2019, la última antes de la covid— los editores españoles no solo acuden a comprar libros, sino sobre todo a vender los derechos de sus autores. “Tras dos o tres siglos de frágil tregua, el mestizaje dio un vuelco triste hacia la obsesión por la pureza de sangre y las expulsiones, que padecerán los judíos sefardíes y los moriscos”, manifestó Irene Vallejo. “Aun así, desde sus orígenes, la literatura española, como el propio don Quijote, desciende de La Mancha —la tinta manchada del mestizaje y la mezcla, también de sus distintas lenguas y acentos—. El género mestizo por excelencia, la novela, alcanzó su forma moderna en España. La novela picaresca, nuestra peculiar aportación, está poblada por personajes marginales, impuros e impúdicos. Desde La celestina, escrita probablemente por un judío, hasta el hambriento y despreciado Lazarillo o los viajes por los bajos fondos europeos de La lozana andaluza. Fruto de otras amalgamas y heridas, nacerán el inca Garcilaso de la Vega, la cubano-española Gertrudis Gómez de Avellaneda, que escribió la primera novela antiesclavista de la historia, los romances bastardos de Lorca y el corazón gitano y negro del flamenco”.

Y terminó así sus palabras: “Mientras rugen los discursos que nos dividen, celebremos a quienes sigilosamente, en la leal penumbra, reconstruyen, con los sillares de la complejidad, desde la edición y la traducción, imaginarios de esperanza compartida. Fráncfort es, precisamente, capital y encrucijada de traducciones. Aquí la literatura y las ideas vienen en busca de otra piel, de renacimientos sin fin. Al traducir, partimos de la diferencia para reivindicar la cercanía. Somos los descendientes —duchados y perfumados— de aquellos viajeros ávidos de conocimiento que cabalgaban hace siglos rumbo a Toledo, en busca de las rutas misteriosas y mestizas de los libros”.

Antonio Muñoz Molina, en su discurso en la inauguración de la feria de Fráncfort.
Antonio Muñoz Molina, en su discurso en la inauguración de la feria de Fráncfort.SASCHA STEINBACH (EFE)

Muñoz Molina cerró su discurso con unas palabras con las que también celebró la diversidad como una riqueza insustituible: “No sé si ahora, en conjunto, la literatura española es mejor o peor que hace treinta años, y ni siquiera si es más libre. Lo que sí sé, y celebro sin reserva, es que es mucho más variada y plural, en todos los sentidos. Y lo es también porque en España se hace una rica literatura en las otras lenguas igual de nuestras que no son la castellana, y porque nuestro español ibérico está siendo cada vez más enriquecido por el de quienes escriben en América Latina y publican en España y quienes forman parte de la gran emigración que en los últimos decenios ha llegado de allí, y está presente en todos los ámbitos de la vida española”.

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Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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