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Pascal Rambert: teatro intenso, pero poco emocionante

El autor y director repite en ‘Finlandia’ su fórmula de poner a dos personajes a despedazarse mutuamente con escasas variaciones

Irene Escolar e Israel Elejalde, en 'Finlandia', de Pascal Rambert.
Irene Escolar e Israel Elejalde, en 'Finlandia', de Pascal Rambert.Vanessa Rábade
Raquel Vidales

Al acabar la función de estreno de Finlandia el pasado jueves en el Teatro de la Abadía de Madrid, la actriz Irene Escolar salió llorando a saludar al público. No eran las típicas lagrimillas de emoción al recibir los aplausos, sino una llorera abundante. El llanto de una mujer exhausta y conmocionada. Viene a cuento subrayarlo porque da idea de la intensidad y esfuerzo que exige a los intérpretes este espectáculo. Como todos los del dramaturgo francés Pascal Rambert. De hecho, este montaje es muy parecido al anterior que presentó en España, Hermanas (2019), dirigido por él mismo e interpretado también por Irene Escolar junto a Bárbara Lennie. Y a otro anterior, La clausura del amor (2015), con Bárbara Lennie e Israel Elejalde, que ahora precisamente es el partenaire de Irene Escolar en Finlandia. Mismos actores, mismo autor-director, misma fórmula: dos personajes despellejándose durante hora y media. En La clausura del amor, una pareja rota. En Hermanas, dos hermanas. En Finlandia, de nuevo una pareja rota, pero esta vez con una hija por medio. Hubo una cuarta obra, Ensayo (2017), con una ligera variación: en lugar de dos eran cuatro personajes en disputa, miembros de una compañía de teatro que estalla durante un ensayo.

Todas las obras de Rambert son deliberadamente parecidas. Tanto los textos como sus puestas en escena. Y le gusta trabajar con actores que conoce bien. Escribe para ellos. Finlandia la concibió específicamente para Irene Escolar e Israel Elejalde. Digamos que es de los que se topan con un pozo de petróleo y se esmeran en excavarlo hasta agotarlo, con la certeza de que en las profundidades se encuentra el de mejor calidad. Pica piedra en el mismo sitio para extraer todos sus matices. Por eso despierta pasiones contrarias: hay quien ama su teatro precisamente por eso y quien lo rechaza por repetitivo.

No pisaremos esos extremos en este análisis. Hay aspectos poderosos en las obras de Rambert y otros no tanto. El mejor es que saca petróleo del lenguaje. El lenguaje como herramienta para desguazar la realidad. Para excavar ese pozo crea situaciones límite en las que las palabras se desbordan. Sin filtros. Son esos momentos en los que se vomitan barbaridades que se piensan pero no se pronuncian. Sinceridad cruel. Todo lo que siempre quisiste decirle a tu hermana, tu padre, tu pareja, tu jefe, tu amigo… pero nunca te atreviste. De ahí la intensidad de sus textos, pues el autor aprovecha esa ventana de sinceridad desbocada no solo para despedazar a los personajes, sino también sus convicciones, el mundo que habitan, el capitalismo, el feminismo, la política, la derecha, la izquierda... De ahí también el vigor de sus puestas en escena, pues esas batallas verbales brutales y veloces obligan a los actores a emplearse a fondo. Desde que empiezan hasta que acaba están de bronca. Se gritan, se odian, se aman e incluso se agreden físicamente. Todo ello en tiempo real. En Finlandia hay incluso un despertador digital siempre a la vista. Tanto Irene Escolar como Israel Elejalde sostienen de manera admirable el reto. No se esperaba menos de ellos.

Pocos como Rambert consiguen llevar a los actores a esas alturas. Posiblemente sea ese el mayor atractivo de sus montajes y lo que más impacta a los espectadores. Pero también resulta agotador. No hay modulación en la batalla. Se dispara artillería pesada durante toda la función. Sucede también en Finlandia. Comienza con el personaje de Israel (Rambert utiliza siempre los nombres reales de los actores) enfurecido en una habitación de hotel en Finlandia, donde su todavía mujer, Irene, que es actriz de éxito, está rodando una película. Él también es actor, pero de los que no se han rendido a la industria y, por tanto, se mantienen dignos aunque pobres. Ha viajado 4.000 kilómetros en coche desde Madrid para intentar frenar el proceso de separación o, al menos, conseguir la custodia de su hija, que duerme en la habitación de al lado. Y ambos permanecen enfurecidos todo el tiempo. No hay respiro para los intérpretes ni para los espectadores. Es extenuante. La escenografía, eso sí, es magnífica. La habitación en la que transcurre todo es un cubo transparente que ahoga a los personajes.

Otra característica del teatro de Rambert es que sus personajes suelen resultar insoportables porque los retrata sin ninguna compasión. Los juzga, de hecho. Israel es un macho herido e Irene una niña rica reconvertida en feminista. Y al hablar (o al gritar, más bien) formulan grandes sentencias. Son casi prototipos que sirven al autor para expresar sus ideas sobre la sociedad actual. Así es difícil empatizar. La escena final, en la que aparece en escena la hija, es inverosímil: sus padres se están descuartizando y ella ni se inmuta. Queda la sensación de haber asistido a una pelea de pareja prefabricada. De manual. Intensa y bien trabada, pero poco emocionante.

Finlandia

Texto y dirección: Pascal Rambert. Reparto: Irene Escolar, Israel Elejalde. Teatro de la Abadía. Hasta el 23 de octubre.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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