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CONCIERTOS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Marisa Monte en Noches del Botánico: la apoteosis de las diosas

La diva carioca celebra su 55 cumpleaños ante 3.000 devotos deslumbrados por su magnetismo

Concierto Marisa Monte Noches del Botanico
Marisa Monte, en el concierto del jueves en el Festival Noches del Botánico, en Madrid.FERNANDO GONZÁLEZ / NOCHES DEL BOTÁNICO

En el festival Noches del Botánico presumen siempre, y hacen bien, de una puntualidad implacable, rigurosa, pero llegó Marisa Monte y les tiró las buenas costumbres por la borda. No lo decimos como reproche, sino por aquello de constatar el poderío. La carioca es presumiblemente mortal, aunque no nos aventuremos a asegurarlo con toda certeza. No había más que ver su traje, esa especie de túnica negra con brillantes y diadema, tal que una Nefertiti en tratos con el Cristo del Corcovado, para comprender que rara vez volveremos a encontrarnos tan cerca de una deidad.

Hubo que esperar a la sacerdotisa hasta casi las 22.50, decíamos, pero irrumpió ella tan resuelta y decidida, tan bien arropada con banda completa y sección de vientos (incandescentes en A lingua dos animais), que consultar el reloj se convirtió a partir de ese momento en una vulgaridad. Aunque las convenciones sociales invitaban a permanecer atentos a la medianoche, porque Marisa de Azevedo Monte comenzaba el concierto con 54 años y lo finiquitó habiendo ya cumplido con 55. O en eso insisten las biografías: el oído no le atribuiría a esa voz tan rutilante muchos más de 30.

Hay dioses que conocieron crepúsculos y diosas que transitan, felices y exuberantes, por periodos de apoteosis. Anoten el nombre de nuestra protagonista como ejemplo pluscuamperfecto. Y puesto que los seres divinos no disimulan su indiferencia por los calendarios, Marisa nos ha tenido diez años de sequía, sin una triste visita a un estudio de grabación. Los pobres mortales solo hemos podido tragar saliva y disimular malamente la impaciencia y el desasosiego.

El todavía muy reciente Portas —que se escucha con devoción, aunque no sea mariana— sirvió de espina dorsal durante los primeros compases, desde la ardorosa Praia vermelha a la sensualidad medio moruna de Vento sardo, ese soplo de poética vigorosa que en el elepé incorpora a Jorge Drexler. Pero el fondo de armario musical da para regodearse con la selección. Propicia, por ejemplo, el rescate de Ainda lembro, título primerizo que llevaba un siglo sin asomar por el escenario. O induce a alegrarle la vida a cualquiera con María de verdade, una de esas ocasiones en que Carlinhos Brown, muy capaz de logros enormes pero también de alguna que otra castaña, tiene el día bueno.

La elegancia aterciopelada de Marisa no se aferra a los lugares comunes. Hubo que situarse al filo ya de la hora de comparecencia para que Preciso me encontrar proporcionara una primera y tímida aproximación a la bossa. (El samba no comparecería hasta la hora y media, con Elegante amanhecer). Y justo cuando asomaba el peligro del sosiego reiterado llegarían ese arrebato de calor que lleva el paradójico título de Calma y el tropicalismo barnizado con llamaradas de soul que late en Eu sei.

En el momento en el que Cronos decretó la irrupción del viernes, los pobres mortales se conjuraron para corear el consabido Cumpleaños feliz. Pero el portugués es un idioma tan condenadamente bello que el pueblo pronuncia en estas ocasiones Parabéns pra você y hasta entran ganas de cumplir años. Casualidades mágicas del directo: la diva estrenó edad con Velha infância, una preciosidad de los tiempos de la banda Tribalistas que anhelaban cantar, y cantaron, casi 3.000 gargantas fascinadas por la visión de esa mujer —o señora todopoderosa— altísima, bella como solo los seres sobrenaturales pueden llegar a serlo, agraciada con ese magnetismo que los científicos descubrieron en los cuerpos celestes.

Antes de todo eso, el argentino Gustavo Santaolalla había calentado motores aún a plena luz del día, con esa media entrada que distingue a los más curiosos o enterados, además de los muy precavidos. “Haré un repaso de mi vida, de películas y videojuegos, de todo un poco”, resumió el interesado para explicar la naturaleza variopinta del menú, aunque en sus fogones siempre está presente el folclor sudamericano, la huella del pop progresivo —tan sofisticado e impredecible— y un cierto misticismo o, como poco, ánimo de trascendencia. Le contemplan 71 años, pero, no se crean, la espiritualidad ya le venía de serie.

El músico argentino Gustavo Santaolalla, en un momento de su actuación el jueves en el Festival Noches del Botánico.
El músico argentino Gustavo Santaolalla, en un momento de su actuación el jueves en el Festival Noches del Botánico.FERNANDO GONZÁLEZ / FESTIVAL NOCHES DEL BOTÁNICO

Santaolalla es una eminencia de currículo mareante, sobre todo en lo relativo a las bandas sonoras (hay un par de Oscar en su estantería, ojo), aunque las pequeñas suites instrumentales que esbozó son, en una gran explanada estival como esta, un plato osado y de digestión difícil. Recabó mucha más atención, de hecho, cuando ejercía como vocalista sorprendente, inesperado. De esos que parecen siempre en trance de resquebrajarse, pero luego acaban desgañitándose o abrazando una suerte de new wave avanzada (Todo vale). O adentrándose en el country-folk bucólico de Mañana campestre, clasicazo de sus años mozos al frente del grupo Arco Iris y prueba de algodón para diferenciar a ibéricos y latinos en el prado: es extremadamente popular en su país, casi un tópico para irse de campamentos, pero desconocida por completo en esta otra orilla del océano.

Es emocionante aprender lo que la distancia tantas veces nos birla. Pero Santaolalla es mortal y Monte, no lo sabemos. Por lo pronto, no es ni medio normal finalizar un concierto de dos horas, muy cerquita ya de la una de la noche y con una fresca que ahuyentaba a los frioleros, mandando a sus ocho músicos a los camerinos para cantar Bem que se quis en riguroso a capela. Sea un cuerpo celeste o tan solo un ser humano celestial, a Marisa Monte no se le puede cuestionar el fulgor de las grandes estrellas.

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