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Eric Sadin: “Nos gusta la idea de ser monitorizados”

El filósofo francés lleva años reflexionando sobre los efectos de la economía de los datos en nuestras vidas. En su último libro dice que vivimos la era del individuo tirano

Carmen Pérez-Lanzac
Eric Sadin en un café del centro de Paris el pasado 23 de abril.
Eric Sadin en un café del centro de Paris el pasado 23 de abril.Bruno Arbesú

Antes de que la socióloga estadounidense Shoshana Zuboff le pusiera nombre al llamado “capitalismo de vigilancia” —la economía que monitoriza nuestras vidas—, Eric Sadin (París, 48 años) llevaba años escribiendo libros sobre el asunto. Este filósofo parisiense de pelo cardado y estilo extravagante reflexiona sobre los efectos de la economía de los datos en nuestra psique. Su último libro es La era del individuo tirano. El fin de un mundo común, de la editorial Caja negra. Sadin responde a la llamada con fuerte acento de la capital francesa.

P. En su libro describe al hombre tirano como un ser subjetivo, narcisista hasta lo patológico, ingobernable, ultraconectado pero a la vez desconectado de lo común y borracho de un sentimiento de poder facilitado por la tecnología.

R. Esto ha sucedido en las democracias liberales. A un estado de desilusión se le ha sumado al uso de la tecnología digital, proporcionándonos la sensación de ser dueños de nuestras propias vidas. De ahí emerge el hombre tirano.

P. ¿Qué papel juegan las pantallas en ese devenir tirano del que habla?

R. El smartphone, que aparece en 2007, supone una ruptura. Confirmó la idea de que cada uno de nosotros tiene poder y que además estábamos llamados a usar todos los dispositivos a nuestro alcance. Todos y cada uno tenemos la sensación de ser el centro de la atención del Big data, confirmando nuestra excepcionalidad. Podemos expresarnos ante todo el planeta y hacer valer nuestras opiniones, generando esa sensación de centralidad de cada uno de nosotros.

P. Pero de ahí al fin de lo común que menciona…

R. Todo lo que ha pasado no puede no afectar al estado de nuestra sociedad y a su relación con lo común, al otro. La tecnologización de nuestras existencias no ha hecho más que intensificar la extrema individualización de la sociedad.

P. ¿Usted tiene smartphone?

R. No hay nada más banal, sí, tengo uno como casi todo el mundo.

P. ¿Lo tiene capado de alguna forma?

R. No, lo uso para informarme y como método de comunicación… Pero no es el uso que yo haga lo interesante, sino cómo esa herramienta nos da la sensación de tener más autonomía, de necesitar mucho menos a los demás. Y esto no puede no tener efectos en nuestra psique. Los smartphones confirman la ideología liberal. Nos vuelven a todos pequeñas autarquías, brindan la sensación de que cada uno de nosotros podemos bastarnos ante el mundo. Llevan a que nos sintamos autónomos además de falsamente optimistas: yo puedo encontrar mi propio trabajo, mi propio piso, mi propia pareja…

P. ¿Y qué deberíamos estar haciendo?

R. Cuidando de lo común, dándonos medios para poder actuar en nuestro barrio, en el cuidado de las personas, en todas las dimensiones de la sociedad en las que las cosas no se hacen solas. Sin embargo, vivimos en un estado de aislamiento colectivo que la crisis de la covid-19 solo lo ha magnificado. Y esto nos lleva a la depresión.

P. No veo que haya una preocupación sobre este asunto.

R. Yo tampoco lo veo. Y con el metaverso en el horizonte, que no hará más que empeorarlo todo. Es una pesadilla. Vamos hacia el tecnoliberalismo.

P. Usted trabajaba ya en todo esto cuando Shoshana Zuboff publicó su libro La era del capitalismo de la vigilancia, que le puso nombre a lo que estaba pasando.

R. Solo que yo no creo que vivamos un capitalismo de la vigilancia, sino un capitalismo de la administración de nuestro bienestar. Las empresas quieren ocuparse de nuestra vida, monitorizarnos, algo maternal. Y como individuos nos gusta. Somos humanos y somos débiles. Consentimos este tecnoliberalismo. Pero no soy moralista, no acuso a nadie.

P. ¿Qué balance hace de las elecciones recientes en Francia?

R. Estas elecciones son la imagen del hecho que no hay fe. Si pudiéramos creer en un discurso común… Pero no existe, solo hay atomización, fracaso y desilusión.

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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