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La fina línea que separa la alfombra roja de la cola del paro

La precariedad laboral obliga a muchos actores a buscar trabajos alternativos, aunque pocos renuncian a su sueño. Por cada uno que llega a fin de mes hay cincuenta que no pueden

El actor Carlos Olalla, fotografiado el jueves en Madrid.
El actor Carlos Olalla, fotografiado el jueves en Madrid.julián rojas

Los actores españoles viven al borde del acantilado. Por cada intérprete que llega a fin de mes de manera holgada, hay 50 que no. La mitad de los actores cobra menos de 3.000 euros al año. Y eso los que trabajan. Quien reina en el mundo de la interpretación no es ni el método, ni el cine, ni las series: es la precariedad. Solo se puede entender que prosigan en la batalla por la vocación, la palabra más repetida en las conversaciones con actores que lo son o lo fueron. Otros han encontrado pasiones alternativas: Mariano Alameda, rostro famosísimo de Al salir de clase, imparte clases de yoga en el centro Nagual, fundado por él. Para ganarse la vida entre personaje y personaje, no solo se cumple el tópico de poner copas: hay vendedores de seguros, profesores… Liberto Rabal, protagonista de Carne trémula, trabaja en una tienda de Ikea. La interpretación es la profesión más cercana a una montaña rusa. Se sube y se baja a tal velocidad que a veces no da tiempo ni a prepararse para el impacto.

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Hace una década, a Fátima Baeza (Madrid, 46 años) la paraban por la calle. Era la enfermera Esther García, uno de los personajes más queridos de la serie de televisión Hospital Central, que interpretó de 2000 a 2011. Al terminar la emisión, no consiguió enlazar enseguida con otro papel protagonista, sino que regresó a la rueda de los episódicos. Así que poco a poco fue volviendo a su vida anterior a la fama: contratos por días o semanas, algunas obras de teatro, intervenciones en películas, trabajos como profesora de interpretación o coach. “Cuando eliges esta profesión sabes que no vas a tener un trabajo fijo nunca, esto es intermitente, cuentas con ello y construyes tu vida teniéndolo en cuenta”, dice la actriz. “Jamás me he planteado dejarlo, yo amo este trabajo. La intermitencia tiene muchos inconvenientes, cierto, es complicado tener una familia, hijos, aunque también tiene algo muy bello: no permite que te acomodes, te obliga a vivir el presente”.

Hay que tener una personalidad equilibrada para soportar que hoy te quiera toda España y mañana nadie sepa cómo te llamas. Un tópico que parodia el personaje que encarna Lidia San José (Madrid, 36 años) en la serie Paquita Salas, como antigua estrella infantil medio olvidada, en buena parte inspirada en la historia de la propia actriz. Con la diferencia de que San José, que se hizo muy popular cuando era adolescente por series como A las once en casa y ¡Ala… Dina!, no se siente para nada un juguete roto. “Yo nunca he dejado de trabajar, lo que pasa es que llegó un momento que dejé de hacerlo en televisión. Fue increíble, rechacé varias pruebas porque no quería encasillarme en papeles de niña guapa y dejaron de llamarme. Así que me dediqué a otras cosas que me apetecían: estudié una carrera [Historia], hice cine, documentales, teatro”. Hace cuatro años se instaló en México, y asegura que ha sido la mejor decisión de su vida. Allí trabaja como actriz (estuvo en Luis Miguel: la serie) y se escapa cuando tiene que rodar Paquita Salas, que le ha devuelto la popularidad en España. “Soy consciente de que igual que dejaron de llamarme antes, puede volver a pasar. Es una noria injusta”.

La actriz Fátima Baeza.
La actriz Fátima Baeza.

Eso lo conoce bien Carlos Olalla (Barcelona, 61 años). En su currículo figuran más de 100 series y varios rodajes internacionales gracias a su dominio del inglés. Pero, en noviembre de 2016, se dio cuenta de que no tenía dinero para pagar el alquiler de la casa que comparte con su madre, también actriz, y su hermano, y durante dos meses recitó poemas en el metro de Madrid. “Muchos te dicen: cuando tengas trabajo, ahorra”, cuenta. “El problema es que cuando por fin actúas, pagas las deudas”. Sus declamaciones en el metro sirvieron también para llamar la atención sobre la situación del sector. “Ahora me mantengo entre rodajes grabando audiolibros para la ONCE. Y me siento un privilegiado. ¿Cómo están las actrices de mi edad? Esta es la profesión más sexista que existe. ¿Por qué solo aparecen jueces, psicólogos, médicos hombres?”. Olalla, que entre otras labores codirige el Festival de cine de Cañada Real, insiste en la cara social: “Somos insolidarios, como el resto de nuestra sociedad. No nos movilizamos mientras están robando el acceso a la cultura. En Francia han creado la figura de los profesionales discontinuos para proteger al sector”. Está montando una obra sobre los exilios. “Y la dirigirá un talento increíble, Raquel Mesa, que fue actriz de la compañía Yllana, estudió dirección en la RESAD [la escuela de arte dramático] y ahora vende seguros por teléfono”.

Olalla confirma que la inmensa producción audiovisual de las plataformas digitales aumenta la contratación de intérpretes… pero de los más jóvenes. “Y a muchos ni siquiera los cogen por talento o físico, sino por su cantidad de seguidores en redes sociales”, comenta defraudado. San José lo ha sufrido en carne propia: “He perdido varios papeles porque antes de firmar el contrato se dieron cuenta de que no tengo muchos seguidores en redes y decidieron llamar a otras que sí los tenían”.

El último gran estudio sobre el mundo de la actuación lo realizó la Fundación Aisge (la sociedad que gestiona los derechos intelectuales de los intérpretes) en 2016, tras una encuesta que contestaron 3.282 actores y bailarines de sus cerca de 9.000 asociados. De ellos, solo un 43% había conseguido en ese año empleo en el sector, y más de la mitad no superaba los 3.000 euros anuales. Un 29% no obtuvo más de 600 euros en todos esos meses. Apenas un 2,15% superó los 30.000. En 2004, el porcentaje de parados era del 28%; y en 2011, del 23%, mientras que en 2016 se llegó al 57%. Cada vez se trabaja menos, y encima se cobra menos por día.

El ingeniero Miguel Ángel Valero, el viernes en Madrid.
El ingeniero Miguel Ángel Valero, el viernes en Madrid.andrea comas

Hace años que el gremio reclama una regulación adecuada a las especiales características de su intermitente profesión. “La legislación laboral está pensada para trabajos fijos y a nosotros nos penaliza. No queremos privilegios, pero cuando trabajas dos días sí y 10 no, luego otra semana sí, y después llegan tres meses sin cobrar porque estás preparándote para una obra de teatro, es imposible cotizar lo necesario para acceder luego al paro o a beneficios como bajas de maternidad o paternidad”, comenta Iñaki Guevara, secretario general de la Unión de Actores y Actrices. Guevara ha participado en la redacción del nuevo Estatuto del Artista.

Socorro temporal

Iván Arpa, coordinador del departamento de asistencia social de la Fundación Aisge, insiste: “La mayoría se jubila con muy pocos años cotizados, por lo que sus pensiones son terriblemente bajas”. Unos 500 socios de Aisge, entre jubilados e incapacitados, reciben en torno a 500 euros mensuales para llegar al salario mínimo interprofesional (900). Hay también programas de socorro temporal, para pagar alquileres o hipotecas en situaciones coyunturales, así como medicamentos, de los que se benefician 1.100 intérpretes.

Nadie habla de juguetes rotos, sino de amor a la profesión. Aún le pica el gusanillo a Miguel Ángel Valero (Madrid, 49 años), director del Ceapat, centro del Ministerio de Sanidad que desarrolla desde el campo de la ingeniera soluciones para la accesibilidad, tras ser durante años profesor titular en Ingeniería Telemática en la Universidad Politécnica de Madrid. “De vez en cuando actúo en algún cortometraje de amigos”. Su cara le suena a todo el mundo: cuando era niño, Valero se hizo famosísimo como Piraña en la serie Verano azul. “En ambas profesiones colaboras en un gran equipo, y cuatro décadas después es bonito que aún recuerden aquella serie”, comenta. “Estoy muy orgulloso de mi vida artística, pero en paralelo desarrollé mi profesión de ingeniero enfocado en la salud y en lo social, que es mi vocación. Yo nunca dije hasta aquí, pero nunca me planteé trabajar solo en la actuación”. Y confiesa: “Doy conferencias, ponencias sobre tecnología para discapacidad, y noto cierto cariño nacido de mi pasado televisivo y cinematográfico. Hay otra confianza”.

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