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Lecciones de Verdi para lograr la paz en Ucrania

Riccardo Muti se une al actor John Malkovich en un concierto que suma música y política en la plaza de Santa Sofía de Kiev

Riccardo Muti saluda a John Malkovich tras la interpretación de ‘Retrato de Lincoln’, de Copland, anteayer en Kiev.
Riccardo Muti saluda a John Malkovich tras la interpretación de ‘Retrato de Lincoln’, de Copland, anteayer en Kiev. Silvia Lelli

“¡Oh, patria mía, tan bella y perdida!”. Esta exclamación del famoso coro que cantan los esclavos hebreos en Nabucco, la ópera que consagró a Giuseppe Verdi, en 1842, sigue de plena actualidad. La tuvo entonces, como himno alegórico contra la dominación austríaca. Y la ha vuelto a tener ahora, en la Plaza de Santa Sofía de Kiev, como emotivo clamor en favor de una Ucrania unida. Un país que sigue roto por la crisis de Crimea y la olvidada guerra en el Donbáss, en su parte Este, y donde viven varios millones de rehenes ucranios en manos de secesionistas prorrusos, en las autodenominadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. El coro de Verdi fue el broche final, el pasado 1 de julio, a un concierto especial frente a la catedral de Kiev, promovido por el presidente ucraniano, Petró Poroshenko, y dirigido por el director italiano Riccardo Muti, que estuvo a punto de tener que cancelarse por la lluvia. Una actuación que forma parte del programa Caminos de la amistad, del Festival de Rávena, las peregrinaciones anuales de Muti con una orquesta italiana a ciudades heridas por la guerra, el terrorismo o las catástrofes naturales, para tender un “puente de amistad” a través de la música y principalmente de Verdi. Lo inició, en 1997, con la Filarmónica de La Scala en Sarajevo, y continúa, más de veinte años después, con la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini, que une sus fuerzas, en este caso, a la Orquesta y Coro de la Ópera Nacional de Ucrania, que ha sido reforzada para la ocasión con instrumentistas y cantantes de diferentes formaciones del país.

“Sin duda, el coro Va, pensiero, de Verdi, adquiere hoy un significado actual, porque reclama el amor, la paz y la hermandad”, reconoce Riccardo Muti (Nápoles, 1941) mientras recibe a EL PAÍS en la cafetería de su hotel en Kiev. Y prosigue: “Pero también las palabras de Abraham Lincoln, que utiliza Copland, donde afirma que no debe haber esclavos por la misma razón que no debe haber tiranos. Desgraciadamente seguimos viviendo entre esclavos y tiranos”. Se refiere el director italiano a Retrato de Lincoln, de Aaron Copland, un melólogo para narrador y orquesta, a partir de sus escritos y discursos, que ha contado con la voz de John Malkovich (Christopher, Illinois, 1953). El actor norteamericano subrayaba, durante la rueda de prensa previa al concierto, la vigencia actual de las palabras de Lincoln más de un siglo y medio después: “La gente sufría entonces y sigue sufriendo ahora con los pequeños fascismos actuales. Y Lincoln habla de un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo". Esa cita, tomada del famoso Discurso de Gettysburg, cierra la obra, que Malkovich ya interpretó en Chicago con Muti el pasado mes de abril. Una composición, escrita por Copland en febrero de 1942, tan sólo cinco meses más tarde de la peor masacre documentada en la historia ucraniana: el asesinato de más de 33000 judíos en el barranco de Babi Yar, a las afueras de Kiev, que los nazis perpetraron entre el 29 y 30 de septiembre de 1941. Un evento terrorífico que inspiró la Decimotercera sinfonía de Shostakóvich. También Muti recordó, durante nuestro encuentro en su hotel, la edición de 2004, de Caminos de la amistad, en Damasco: “Dirigí allí la Quinta de Chaikovski a una estupenda orquesta de jóvenes y me pregunto qué habrá sido de todos ellos con la guerra civil siria. Ciertamente debemos continuar adelante a pesar de todo esto, pues el mundo está poblado por animales, pero además por el hombre, que puede ser la bestia más noble y también la más terrible“.

La idea de dedicar Caminos de la amistad a Kiev en 2018 surgió hace poco más de un año gracias a una carta que el Ministro de Cultura de Ucrania, Yevhen Nyshchuk, envió a Muti. “Reconozco que me impresionó esa carta. Eran las palabras de alguien inteligente y lleno de entusiasmo, pero también que ama a su país”, reconoce el director italiano. Nyshchuk, en declaraciones a EL PAÍS, subrayó que Ucrania jamás ha emprendido ninguna guerra contra nadie, destacó la importancia que tiene la cultura para construir la paz y recalcó la férrea voluntad que tienen de integrarse en la Unión Europea: “Queremos desesperadamente vivir en paz y, con este concierto, quizá podamos mostrar al exterior nuestra voluntad”, añadió. Por su parte, Muti eludió cualquier pronunciamiento político: “Nuestro único mensaje político es la paz en el mundo. Nosotros metemos flores en los cañones”, sentenció. Otras claves para venir a Kiev fueron su admiración hacia los músicos ucranianos y los puntos en común que encuentra con Italia. “El sufrimiento de este país es el sufrimiento de todos y debemos ayudar”. Está claro que la mejor ayuda espiritual que puede aportar Muti está relacionada con Verdi, un compositor por el que ha luchado toda su vida. “No acepto que sus óperas sean vistas como mero entretenimiento, ni tampoco que no se respete lo escrito en sus partituras. Es la batalla de mi vida. Y no he logrado vencerla”, reconoce. Hablamos también de la modernidad de Verdi e incluso de su carácter expresionista. Es algo que nadie ha expuesto con tanta claridad sobre el podio. Y lo pudimos comprobar al comienzo de su concierto en Kiev, en dos sus Cuatro piezas sacras, como Stabat Mater y, especialmente, Te Deum, la composición con la que Verdi quiso ser enterrado y que concluye con una impresionante sensación de vacío. Muti plasmó magistralmente esa especie de signo de interrogación sonora, al final, con la nota mi tocada por los violines en el cielo de su tesitura y, a continuación, con los violonchelos y los contrabajos sepultados en el infierno de la suya.

Pero lo mejor de la noche llegó con una selección de la ópera Nabucco de unos 35 minutos. A pesar de la inevitable amplificación, Muti arrancó detalles maravillosos en la obertura, con esa mezcla de canto y precisión que le caracterizan. Ya durante los ensayos, el día anterior al concierto, no paró de insistir a la orquesta, formada por músicos italianos y ucranianos que no se entendían con las palabras, pero sí con las notas, lo siguiente: “No toquéis, cantad”. Continuó con la escena inicial de la ópera, donde el coro ucraniano lució todo su poderío, detallismo y pronunciación. El bajo ucranio Sergii Magera intervino, a continuación, en la cavatina de Zaccaria que resolvió con entrega pero sin preciosismo, Mejor estuvo la soprano, también ucraniana, Liudmila Monastirska, que protagonizó Aida en el Teatro Real hace pocos meses, en la escena de Abigaille de la segunda parte, a pesar de su descontrolado poderío vocal. Lo más destacado de su actuación fue el ímpetu que imprimió a la cabaletta final, Salgo già del trono aurato, donde Muti le negó terminar con un innecesario do sobreagudo al final.

El concierto, que se había iniciado con una hora de retraso por la lluvia, contó, tras los himnos nacionales de Ucrania e Italia, con un breve discurso del presidente Poroshenko en el que atacó la ocupación de la Rusia de Putin. Fue seguido, con pasión, por unas cuatro mil personas congregadas en la plaza frente a la catedral de Santa Sofía. Pero también se reconocía esa emoción entre los miembros ucranianos de la orquesta y el coro, que explicaron a este medio sus impresiones. Alina, que toca la viola en la Ópera Nacional de Ucrania desde hace siete años, destacaba el parecido emocional entre italianos y ucranianos, tras compartir atril con un músico de la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini. Iván, trombón en la Ópera de Kiev desde hace veinte años, agradecía la presencia de músicos de la talla de Riccardo Muti para dirigirles y “darles la mano”, ya que su hermano y su tía están sufriendo la guerra en Donetsk. Entre las integrantes del coro, Anna confesaba su fascinación tras cantar bajo la dirección de Muti el coro Va, pensiero, algo que “te toca el alma”. Había algunos que venían desde el epicentro del conflicto, como Mariúpol, o también de zonas liberadas, como Sloviansk; Katerina se emociona al recordar los bombardeos en esa ciudad que la salpicaron de muertos y destruyeron su casa familiar. El próximo martes, 3 de julio, volverá a escucharse el mismo concierto, pero ahora en el Palazzo Mauro de André, de Rávena, y dentro del festival que seguirá estos días con un homenaje al gran compositor ucraniano Valentín Silvestrov.

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