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¿Dónde hay civilizaciones extraterrestres?

Claves para empezar una discusión, seria, sobre la existencia de civilizaciones avanzadas extraterrestres

Pablo G. Pérez González
Exoplaneta tecnológicamente avanzado
Ilustración artística de un exoplaneta tecnológicamente avanzado, los colores exagerados muestran la contaminación industrial.Jay Friedlander (NASA)

Si hay vida ahí fuera y si esa vida es inteligente, en el sentido de que vive en un mundo avanzado y tecnológico, ¿podremos saberlo en algún momento? ¿Cómo? Las grandes producciones de Hollywood nos dicen que nos enteraremos de que existen seres extraterrestres inteligentes cuando en algún momento lleguen a nuestro planeta, con mejores o peores intenciones. Y ahí tenemos una gran variedad de situaciones: algunos extraterrestres se pierden, o incluso enferman, y llegan con necesidad de que les ayudemos, como ET; otros llegan buscando algo que les falta, como los lagartos de V (y los hacemos enfermar), La Guerra de los Mundos (esos no sabían de biología) o los pequeñines de Independence Day (la primera torta que dio Will Smith); otros simplemente buscan diversión en entornos para ellos exóticos, como los predators. El problema de todas esas películas, al menos con nuestros conocimientos científicos actuales, es que salvar las distancias existentes entre estrellas, por no hablar de entre galaxias, parece imposible en escalas de tiempo humanas. Y lo de acelerarse hasta la velocidad de la luz o superior o usar agujeros de gusano es, ahora mismo, algo que consideramos físicamente imposible.

Así que, ¿nos queda alguna alternativa para en un futuro cercano descubrir civilizaciones avanzadas extraterrestres? Más allá de la ciencia ficción, quedándonos solo dentro de la ciencia, podemos efectivamente pensar en ciertos indicios, más o menos claros, de que existen artefactos creados por alguna mente inteligente en estrellas lejanas. Hablamos aquí de algunos ejemplos de lo que se conoce como tecnomarcadores.

El primer indicio de la existencia de una civilización avanzada extraterrestre que se nos viene a la cabeza sería el envío de una señal electromagnética, en ondas radio sería lo más eficaz. Pero éstas ni siquiera cuentan ya como tecnomarcador. Demasiado obvio, hasta el cine lo ha tenido en cuenta en películas como Contact. A pesar de lo que diga la película, lo más normal es que una emisión radio lanzada en todas direcciones no sea lo suficientemente potente y continua como para que alguien la vea. ¡Demasiada coincidencia estar mirando con un radiotelescopio a la Tierra justo cuando emiten los Juegos Olímpicos de Berlín 1936! Bueno, justo cuando la señal pasa por el planeta, años después de su emisión.

Los tecnomarcadores, tal y como se entienden hoy, se refieren más bien a artefactos que no han sido construidos expresamente para comunicarse con otros sistemas planetarios. Serían artilugios de uso cotidiano que podrían ser detectables a distancias interestelares durante largos periodos de tiempo, ¡incluso más allá del periodo de existencia de la propia civilización que las construye!

¿Qué podría casar con esa definición? Bueno, lo normal sería pensar en qué nos preocupa a nivel global a nosotros y con qué tecnología podríamos acabar con esa preocupación (de manera positiva o negativa, ahora voy a ello). Y con esa premisa cabe pensar en cómo podrían haber superado esas preocupaciones ya los extraterrestres más inteligentes y/o avanzados que nosotros.

Un ejemplo sería la energía, nunca mejor traída la preocupación en estos tiempos. Un mundo tecnológico necesita cada vez más energía. ¿Y cómo conseguirla? Podemos pensar en producir grandes cantidades de energía con reactores nucleares de fisión, no muy bien vistos históricamente, o de fusión, mucho más limpios, pero más difíciles de construir. Y podemos también pensar en alfombrar tejados de paneles solares, ahí ya hemos llegado. Si ya somos una civilización más avanzada y se nos queda corta la superficie del planeta, lo suyo sería pensar a lo grande y rodear nuestra estrella de artilugios que recojan energía. Pensemos que solo uno de cada 1.000 millones de fotones del Sol llega a un planeta, ¡el resto se pierde para siempre en el universo! Una megaestructura que rodee (en 3 dimensiones) una estrella para extraer la mayor cantidad posible de energía es lo que se conoce como una esfera de Dyson. La presencia de esa estructura debería ser detectable porque parte de la energía de la estrella sería reemitida en otras zonas del espectro, en el infrarrojo por el calentamiento de la estructura más probablemente, o producir reflejos, con su consiguiente alteración en la polarización de la luz recibida, por ejemplo.

Otro ejemplo de problema global que una civilización inteligente muy avanzada podría plantearse es el de los peligros cósmicos, como son el impacto de meteoritos o cometas, o la explosión de supernovas cercanas. Obviamente nosotros no hemos llegado a ese nivel de inteligencia y avance, ya que aquí ese tema es solo motivo de risas en una película que muchos interpretan en torno a otro problema global, como es el cambio climático, o en películas de héroes a la americana que hacen explotar un meteorito justo antes de que llegue. Cuando nos concienciemos de que ese peligro existe a nivel de milenios o decenas de milenios encontraremos soluciones (si llegamos a tiempo), que podrían involucrar mover astros de sus órbitas (algo que ya se está empezando a explorar), ¡incluido todo el Sol con su sistema planetario! Una posibilidad podría pasar por construir megaestructuras a modo de vela que usarían como “viento” la propia luz de la estrella, haciendo posible que las órbitas de choque se eviten. Y es aquí donde volvemos al tema que nos ocupa, la detección de tecnomarcadores. Lo interesante de este artilugio, un motor estelar se llama, es que debería mantener su posición relativa entre la estrella y la bóveda celeste, apuntando siempre hacia el mismo sitio, hacia donde se quiere variar la órbita estelar, es decir, no orbitar como un astro normal. Y así sería detectable para nosotros como algo construido por una civilización súperavanzada: un objeto con órbita contra natura.

Quizás nuestros primos extraterrestres, hijos de alguna estrella hermana, juegan a otra cosa, su tecnología es mucho más avanzada que la nuestra y ni podemos imaginarnos lo que pasa por sus cabezas (si tienen) y se puede construir. Ya lo decía sir Arthur C. Clarke: “cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Si realmente existen civilizaciones extraterrestres tan avanzadas como para construir artilugios como los mencionados o algunos que no caben en nuestras mentes (¿aún?), ¿por qué no se habrían hecho notar claramente? Hay tres respuestas posibles, alguna más desesperanzadora que otra: nosotros no tenemos la tecnología aún para detectarlos, ellos no quieren que se les encuentre, o un nivel tan avanzado de civilización tecnológica no dura demasiado, hay peligros internos o externos que acaban con ellas. Solo hay que pensar que en nuestra “querida” Tierra, desde la primera señal radio creada por la humanidad hasta la creación de armas de destrucción a escala planetaria pasaron menos de 100 años. Eso y más cosas están en la conocida como ecuación de Drake, otro día hablamos de ella.

Pablo G. Pérez González es investigador del Centro de Astrobiología, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (CAB/CSIC-INTA)

Vacío Cósmico es una sección en la que se presenta nuestro conocimiento sobre el universo de una forma cualitativa y cuantitativa. Se pretende explicar la importancia de entender el cosmos no solo desde el punto de vista científico sino también filosófico, social y económico. El nombre “vacío cósmico” hace referencia al hecho de que el universo es y está, en su mayor parte, vacío, con menos de 1 átomo por metro cúbico, a pesar de que en nuestro entorno, paradójicamente, hay quintillones de átomos por metro cúbico, lo que invita a una reflexión sobre nuestra existencia y la presencia de vida en el universo. La sección la integran Pablo G. Pérez González, investigador del Centro de Astrobiología; Patricia Sánchez Blázquez, profesora titular en la Universidad Complutense de Madrid (UCM); y Eva Villaver, investigadora del Centro de Astrobiología.

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Pablo G. Pérez González
Es investigador del Centro de Astrobiología, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (CAB/CSIC-INTA)

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