_
_
_
_
_

Cuando las piedras hablan y las tempestades se convierten en relatos

El poeta colombiano William Ospina nos lleva de viaje por el esplendoroso pasado de las geografías sudamericanas. Lo hace de la mano de Alexander von Humboldt, el científico que traspasó las fronteras de la ciencia hasta convertir su sabiduría en arte

Ilustración de Alexander von Humbolt en su biblioteca de Berlín, por Eduard Hildebrandt en 1856.
Ilustración de Alexander von Humbolt en su biblioteca de Berlín, por Eduard Hildebrandt en 1856.
Montero Glez

Durante el verano de 1816, el cielo de Europa se oscureció y el clima se tornó frío por causa de un volcán lejano, cuya erupción ocurrida el año anterior se puede considerar como uno de los peores cataclismos ocurridos en la historia del mundo.

Mientras tanto, en París, un hombre de origen alemán busca el significado oculto de aquel fenómeno. Se llama Alexander von Humboldt y sospecha que el origen de todo aquello está contenido en la erupción del Tambora, un volcán de la pequeña isla de Sumbawa, en Indonesia, cuyos gases en expansión lanzan cenizas por el aire; residuos carbonizados en pequeñas partículas que, más de un año después, viajan hasta la otra cara del mundo.

Estas cosas las cuenta mejor que nadie el poeta colombiano William Ospina (Padua, Tolima, 1954) en su último libro, un relato que nos lleva de viaje por el esplendoroso pasado de las geografías sudamericanas. El libro se titula Pondré mi oído en la piedra hasta que hable (Random House, 2023) y en él se nos cuenta la peripecia de Humboldt (1769-1859), científico que traspasó las fronteras de la ciencia hasta convertir su sabiduría en arte. Lo consiguió sin perder un ápice de su capacidad de asombro, que es la semilla del conocimiento; un asombro que en su caso nacía de la contemplación y que, según Ospina, fue la linfa que mantuvo a Humboldt con vida hasta los noventa años.

La curiosidad que alimentó el espíritu de Humboldt rompió el mundo en dos mitades, pues el mundo necesitaba una interpretación orgánica frente a la interpretación mecánica que proponían los tiempos. Armado con instrumentos mágicos, Humboldt supo convertir las tempestades en relatos. De su paso por tierras tan vivas nacería tiempo después el realismo mágico, pero no nos despistemos. Ante todo venimos aquí a hablar de ciencia. Y hay un capítulo, en el libro de Ospina, en el que se hace mención al efecto Coriolis cuando, siguiendo el curso del brazo de río bautizado como Casiquiare, y bajo el bullicio de los pájaros, Humboldt se percata de que sus aguas se desvían perpendicularmente de la curva del Orinoco, y lo hacen en sentido contrario para acabar en el río Negro. Más de treinta años después, todavía en vida de Humboldt, el científico francés Gaspard-Gustave Coriolis descubre que hay una fuerza que actúa sobre los fluidos y que está en relación directa con la rotación de la Tierra.

El cielo de Europa se oscureció y el clima se tornó frío el verano de 1816. En París, Humboldt sospechó que fue por la erupción de un volcán en una pequeña isla en la otra cara del mundo un año antes
Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland al pie del volcán del Chimborazo (Ecuador), cuadro de Friedrich Georg Weitsch (1810).
Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland al pie del volcán del Chimborazo (Ecuador), cuadro de Friedrich Georg Weitsch (1810).Wikipedia (bpk / Stiftung Preußische Schl)

Con estas cosas, Humboldt busca saber de qué preguntas es respuesta el mundo. Para ello, interpreta la posición de las estrellas y busca la llave que abre la relación de los cuerpos celestes con las flores. Y la encuentra del mismo modo que en cada flor encuentra el mapa de un territorio sin explorar aún. Porque para él, para Humboldt, aquellas tierras no habían sido descubiertas. En todo caso, habían sido conquistadas.

El paisaje que vieron sus ojos no sobrevivió a su muerte y el estropicio de la naturaleza, por parte del ser humano, poco o nada tiene que ver con el diálogo que mantuvo Humboldt con ella. Eran otros tiempos; tiempos en los que Humboldt arrimaba su oído a las piedras para escucharlas hablar, tiempos en los que un verano, el cielo se cubrió de ceniza y el enigma de la vida se pegó al paladar de Humboldt como si dicho enigma fuese una forma más de inteligencia al llegar a su boca.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

Puedes seguir a MATERIA en Facebook, Twitter e Instagram, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_