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Nueva Izquierda
Tribuna
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Los baches de la realidad

La crítica de la dirigente chilena Piergentili a ‘los monos peludos’ repite en el espejo quizás lo que es el principal defecto de la nueva izquierda en Chile como en España: la pasión que Freud llamó el narcisismo de las pequeñas diferencias

Frente Amplio, Partido Socialista y Partido Comunista tras las elecciones constituyentes
Comando de Unidad para Chile, que reúne al Frente Amplio, el Partido Socialista y el Partido Comunista, tras las elecciones de consejeros constitucionales (Chile)Cristian Soto Quiroz
Rafael Gumucio

¿Quiénes son los monos peludos? Esta es la pregunta que muchos de los que observamos de demasiado cerca el debate político chileno nos hemos hecho esta última semana. La presidenta del PPD Natalia Piergentili –un partido de centroizquierda que forma parte del Gobierno de Boric– se refirió así a un sector indeterminado del electorado a la que la nueva izquierda buscaría satisfacer antes que al pueblo (al que, al juzgar por los resultados electorales, tampoco parece haber llegado ella). A no ser que –sus palabras eran ambiguas al respecto– los monos peludos sean la propia nueva izquierda que se caracteriza por el uso y abuso de barbas y pelos por todos los rincones de sus generalmente armónicos rostros.

En su respuesta aprovechaba de lanzar un desprecio por las agendas “sexogenéricas” y les compañeres, generalización salvaje por la que debió disculparse abundantemente. No podía hacer otra cosa. Lo cierto es que los monos peludos y su Gobierno lo dirige una histórica del PPD, Carolina Tohá, actual ministra del Interior. Acompañada está en todos los grados de la administración pública por toda suerte de militantes del socialismo democrático, es decir, de la ex Nueva Mayoría, la coalición de Gobierno que permitió que Piergentili fuera subsecretaria en el segundo Gobierno de Michelle Bachelet, ideológicamente casi idéntico a este de Gabriel Boric.

Es del todo injusto decir que el Gobierno y su coalición no hayan aprendido las lecciones del 4 de septiembre pasado, cuando un 62% de los chilenos rechazó la propuesta de nueva Constitución hecha por una convención. Se le podría criticar justamente de lo contrario: de lo rápido que arriaron las banderas de las convicciones que estaban al centro de su programa. Lo cierto que los consejeros más cercanos al Gobierno, como algunos de sus ministros y subsecretarios, no pertenecen siquiera al sector autoflagelante de la Concertación (los que pensábamos que se podía haber hecho más y más rápido), sino del sector autocomplaciente de la misma (es decir, los que pensaban que había una continuidad más que secreta entre las reformas económicas y políticas de los finales de la dictadura con las transformaciones que consiguió la primera coalición que gobernó Chile entre 1990 y 2010).

Así, la crítica de Piergentili repite en el espejo quizás lo que es el principal defecto de la nueva izquierda en Chile como en España: la pasión que Freud llamó el narcisismo de las pequeñas diferencias. Lo que más espantaba de la nueva izquierda cuando empezó era, justamente, la forma ruidosa y polémica con que planteaba como nuevas y peligrosas ideas que eran parte de la herencia común de toda la centroizquierda hace más o menos un siglo. Feminista era mi mamá y mi abuela, el cuidado de la naturaleza y el antirracismo están en los programas escolares y preescolares desde mi infancia.

Es cierto: el patriarcado no murió, ni el racismo, después de mayo del 68, pero muchas de las formas más visibles y odiosas de estas se han convertido en vergonzosas y vergonzantes. Lo podría confirmar cualquier pareja homosexual, cualquier hijo fuera del matrimonio, cualquier mapuche o aymara que haya vivido los últimos 30 años en Chile. Esto era así al menos hasta que la nueva izquierda tomó el poder y la palabra. Porque la principal crítica que se le puede hacer a la nueva izquierda en Chile como en España no es intelectual sino fáctica. O más bien la debilidad intelectual de su entramado teórico ha conseguido en la práctica legitimar, hacer atendible, hacer razonable, hacer gobernable, justamente el racismo más evidente, la homofobia más visible, la justificación sin filtro de las diferencias sociales amparadas en el deseo por un mercado más desregulado que nunca.

Sin Podemos no habría habido VOX, y sin el Frente Amplio no habría Republicanos. Es la idea de que la “izquierda miente”, es decir, se contradice lo que les da alas a los que dicen “la verdad que nadie se atreve a decir”. La nueva derecha encuentra en la nueva izquierda una continuidad más que contradicción. Porque lo que separa a las feministas clásicas de la izquierda española de las nuevas feministas a lo Irene Montero, es que estas últimas no son ni feministas, ni de izquierdas. Lo que separa a los antirracistas clásicos de los plurinacionales etnocéntricos es que estos últimos son racistas. Lo que separa al ecologista tradicional del vegano es que este último no es ecologista, sino milenaristas.

La idea de que nacemos libres e iguales es el centro de cualquier izquierda de ayer, de hoy o de mañana. Cometemos siempre el error de pensar que esta es una intuición común ya asumida de alguna manera por todos. Lo cierto es que esta es una idea no solo compleja sino contraintuitiva, porque es fácil observar en la práctica que no nacemos ni libres ni iguales nunca. La derecha siempre ha hablado por los que no creen que sea ni bueno ni verdadero repetir esa ficción sin la que los de izquierda pensamos que no hay civilización posible. El problema moral e intelectual de la nueva izquierda es que opina en esto lo mismo que la derecha. Solo piensa que al hacer más iguales a los que son oprimidos, o al dejarlo elegir su opresión, puede terminar con los baches de la realidad. La manera en que cada cual supera este bache, define el peso y el alcance de los que lo enfrentan esos monos peludos, que somos finalmente todos los seres humanos.

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