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Tribuna
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Un nuevo contrato social en las ciudades

La irrupción de nuevas candidaturas en el ámbito municipal sería impensable sin la gestión neoliberal de la crisis política y económica gestada en los últimos años. En sitios como Barcelona, esta crisis ha dado lugar a un aumento creciente de las desigualdades. Y ha puesto en peligro uno de los bienes más preciados de la ciudad: su elevado nivel de cohesión y su capacidad de innovación.

Esta realidad ha obligado al nuevo municipalismo a mover ficha. A utilizar todas sus competencias y capacidades para transformar las formas de producir y distribuir riqueza en la ciudad. Para ello, hemos comenzado por revisar muchos errores que han conducido a la situación actual.

No podíamos permitir, por ejemplo, que las pequeñas y medianas empresas, que representan el 98% del tejido productivo, fueran permanentemente relegadas frente a un puñado de grandes corporaciones, algunas de ellas carentes de todo compromiso social y ambiental. Tampoco podíamos admitir que una ciudad que se quiere innovadora admita en su seno durísimos procesos de precarización laboral, con miles de trabajadoras y trabajadores en condiciones de vulnerabilidad y explotación. O que tolere fenómenos inaceptables de corrupción, como los derivados de las famosas comisiones del 3% o del 5% en las licitaciones públicas.

Para revertir estas tendencias, hemos tenido que plantar cara a las políticas de austeridad y de recortes planteadas por el PP y por la Troika. Y hemos abierto debates impensables hace unos años.

Uno de ellos es el de la municipalización, esto es, el rescate de ciertos servicios esenciales innecesariamente privatizados. En el contexto actual, no se trata de una salida mágica ni sencilla en términos jurídicos. Pero puede ser una manera más eficaz de tutelar bienes comunes como el agua, la energía, o los datos digitales.

También estamos acometiendo cambios profundos en materia de contratación pública. En Barcelona, esta actividad mueve más de 590 millones de euros cada año. La estamos reorientando de manera clara. En un año hemos decidido, por ejemplo, que no contrataremos con empresas que operen ilegalmente en paraísos fiscales. O que limitaremos el monto de las contrataciones directas, realizadas sin concurrencia pública. O que pagaremos directamente a los subcontratistas en caso de morosidad del contratista principal.

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Todas estas medidas son fundamentales para ganar en transparencia y conjurar nuevos casos de corrupción. Pero también para transformar la economía y para conseguir que las PYMES o las cooperativas ganen espacio en un entorno demasiado monopolizado por algunas corporaciones transnacionales o por las grandes empresas del IBEX 35.

Igualmente, estamos incorporando en los pliegos de contratación cláusulas que eviten la precarización laboral y que aseguren salarios decentes, superiores incluso a los establecidos en los convenios laborales. Pero no sólo eso: también planteamos premiar a las empresas que favorezcan la conciliación de la vida laboral y familiar y las tareas de cuidado, que impulsen la economía social y solidaria, que incorporen el comercio justo, que protejan el ambiente o que garanticen la igualdad de género.

Todo esto nos ayudará a desarrollar un sello de calidad para las empresas que quieran invertir en la ciudad y que observen estos estándares. Un sello que cobrará fuerza en la medida en que una nueva alianza de actores económicos y sociales los haga suyos y nos ayude a mejorarlos.

La economía de casino, obsesionada por el beneficio a corto plazo y a cualquier precio, nos ha salido demasiado cara. Es hora de impulsar, de manera participativa, un nuevo contrato social, ambiental, por la igualdad de género, que beneficie a todos y no a la minoría privilegiada de siempre.

El nuevo municipalismo se está convirtiendo en punta de lanza de esta propuesta. Que puede y debe expandirse a otras escalas, estatales y europeas. Construir una nueva economía, pensada para el bien común, no sólo es una cuestión de justicia sino también de eficiencia. No podemos persistir en los ciegos errores del pasado. Sólo hace falta atrevernos, levantar la mirada y confiar en lo mejor de nosotros mismos.

Gerardo Pisarello es primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona.

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