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‘Cristo está en Tinder’: el buen mal humor de Rodrigo García

El autor hispanoargentino trenza un vigoroso rosario de reflexiones sarcásticas en torno a las relaciones humanas en tiempo de redes virtuales, sostenido por un trío de intérpretes formidables

Una escena de la obra 'Cristo está en Tinder', en el Teatro de la Abadía.
Una escena de la obra 'Cristo está en Tinder', en el Teatro de la Abadía.LUCÍA ROMERO
Javier Vallejo

Dos chicas fornidas, con los pantalones bien puestos, y un chico de gesto amable, con faldita escocesa. Rodrigo García ha escogido a un trío interpretativo proteico como protagonista de Cristo está en Tinder, obra estrenada anoche en el Teatro de La Abadía. Su título, elegido por su autor antes de haber escrito una sola línea de la pieza, es un expresivo eslogan alusivo al tema que quería abordar (la universalización de las redes virtuales) y al nombre de Jesús de Nazaret, a quien en el texto ni se alude: Cristo está en Tinder es una manera de decir que “todo Dios está hoy en las redes”, valga la expresión coloquial.

Las redes son un pretexto para que el autor hispanoargentino trence una serie de reflexiones sarcásticas: unas certeras, con objeto de ganarse al público; otras, desafinadas, para incomodarlo. No parece gustarle a García tener al espectador enteramente de su lado, ni agradarle en todo momento. En este espectáculo, hay novedades al respecto: la escena donde sus jóvenes intérpretes ruedan unos sobre otros, formando un bonito revoltijo dinámico, manso y vibrante, es de un lirismo desconcertante en autor tan sardónico y descarnado. También sorprende que no estire ninguna escena hasta el agotamiento.

Selam Ortega, Carlos Pulpón y Elisa Forcano responden generosamente a los retos que su director les ha planteado. Al burlón (para quien lo pille) ensayo sobre la soledad que García pone en boca de Ortega, ella le imprime una vivacidad infinita con la misma llaneza que si estuviera contándonos un viaje divertido. Lástima que García no vuelva luego a soltarle tanto la rienda: su monólogo posterior dicho en equilibrio precario, de pie sobre los hombros de su compañera (con su espalda apoyada en lo alto de una pantalla), sacrifica el caudal expresivo de la chispeante actriz bailarina en aras de una imagen plástica bella.

Entre soliloquio y soliloquio, García introduce cuadros coreográficos en los que relumbra la pericia física de la Forcano, su presencia, su expresión extensa, grácil y contundente: durante la escena en la que ella y Pulpón se empujan desnudos, pecho con pecho, boca con boca, hasta quedar exhaustos, la actriz bailarina le añade luz propia a la luz lunar que firma Carlos Marqueríe. Entre las dos mujeres de armas tomar, Pulpón, su compañero, se desenvuelve como una grácil criatura escapada de una película de animación de Norman McLaren: forman un trío muy bien empastado, con una amplia paleta interpretativa de la que su director saca solo los colores que necesita para contar lo suyo.

Siempre hay suelto un cabo virulento en las obras de García, en este caso en las secuencias fílmicas. La música incidental de Javier Pedreira, en vivo, cubre todo el arco que va desde lo amable a lo cauterizante, incluido un dúo con Tito, un perro robot con una expresividad desasosegadora. El diario del autómata, que se ofrece proyectado, tendría mucha más fuerza dicho en acción por cualquiera de los intérpretes. Maravillosa, la instalación crujiente con naturaleza viva, interpretada por la Forcano.

‘Cristo está en Tinder’. Texto y dirección: Rodrigo García. Teatro de la Abadía. Madrid. Hasta el 11 de junio.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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