‘Vagalume’: lo nuevo de Julio Llamazares promete pero defrauda
Un periodista fallecido se revela como un escritor de catacumba; un pupilo consagrado que descubre los textos. El estimulante misterio al que apunta la nueva novela del escritor leonés decepciona en su resolución
Vagalume significa luciérnaga en gallego y es el seudónimo que, en esta novela de Julio Llamazares, utilizó un escritor represaliado tras la guerra para firmar las novelitas de vaqueros y policías que garrapateaba de noche (la luz en la oscuridad…) como sustento de su familia. Como los reales F. González Ledesma (Silver Kane), Miguel Oliveros (Keith Luger) o Marcial Lafuente Estefanía (Tony Spring y otros), Vagalume hizo de la escritura de novelas de quiosco una profesión digna en la indignidad de la dictadura. El hijo de Vagalume, Manolo Castro, se hizo periodista, trabajó en un diario de provincias, inyectó su vocación literaria en el periodismo y en una novela en homenaje a su padre que fue prohibida por la censura. A su muerte, César, el narrador, que 30 años atrás había velado sus armas de periodista y escritor bajo la tutela de Castro, acude a la ciudad para asistir al entierro y se encuentra con sucesivas sorpresas que le revelan que su antiguo maestro tenía una vida oculta. El reencuentro nostálgico con el propio pasado y la articulación de ese misterio sobrevenido son los mimbres con los que se urde la novela.
Si el misterio se concentra en el difunto periodista, convertido súbitamente en autor secreto de un rimero de manuscritos que aparecen en un armario, César acomete la misión de esclarecer el enigma, el del silencio que mantuvo Castro en torno a su dedicación a la escritura, de la que nada sabía su familia. La investigación del narrador pasa por la lectura de los manuscritos hallados (novelas, cuentos, teatro) y por las entrevistas con la mujer, las dos hijas y el pintor Santamaría, el mejor amigo del muerto. Con el desvelamiento paulatino por esas dos vías avanza la trama, pero lo hace en una dirección decepcionante. En la primera mitad de la novela parecía traslucirse en Manolo Castro la figura dramática (kafkiana habría que decir) del escritor agónico que, mientras duerme el mundo, se encierra a fajarse con las palabras sin un objetivo más allá de esa lucha, la del escritor que escribe porque no puede no hacerlo o porque ese es el único modo que concibe de ser o pervivir. Es en esa imperiosa necesidad de intimación con el lenguaje, seguramente la misma que experimenta Llamazares, donde estriba la auténtica incógnita. La novela, sin embargo, en lugar de confrontar al escritor consagrado (César) con un escritor de catacumba (Castro) y desarrollar el previsible cuestionamiento del primero, opta por una solución desoladoramente fácil que parece más propia del folletín decimonónico.
Un argumento que hubiera podido envolver el enigma de la escritura como indulto diario o sin propósito material se transforma en una intriga baladí, la de una escritura practicada por Castro conforme a un fin concreto
De este modo, un argumento que hubiera podido envolver el enigma de la escritura como indulto diario o sin propósito material se transforma en una intriga baladí, la de una escritura practicada por Castro conforme a un fin concreto (que no revelaré) muy semejante al que obligó a Vagalume a escribir sus novelitas del Oeste. Así, la reflexión que potencialmente apuntaba esta novela sobre la doble vida que implica la escritura o sobre esta como único espacio donde perseguir algún simulacro de verdad o incluso sobre la impenetrable intimidad de los otros, se frustra en una historia melancólica sobre un hombre que eligió, entre la pena y la nada —según la cita de Faulkner que sirve de exergo—, la pena. Qué sea la nada y qué la pena tendrá que averiguarlo el lector, pero me parece que, a poco exigente que sea, se sentirá defraudado ante la elucidación trivial del misterio.
Vagalume
Autor: Julio Llamazares.
Editorial: Alfaguara, 2023.
Formato: tapa blanda (224 páginas, 18,91 euros), e-book (8,54 euros) y audiolibro (17,09 euros).
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