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TRONO DE JUEGOS
Columna
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¿Por qué ‘Elden Ring’ es el mejor videojuego del año?

El juego de FromSoftware se impuso al favorito, ‘God of War: Ragnarök’, en un movimiento más interesante de lo que parece

Jorge Morla

El pasado viernes Elden Ring derrotó a God of War: Ragnarök en The Game Awards, los premios más importantes del mundo de los videojuegos.

A muchos les sorprendió, porque el lanzamiento de Ragnarök ha sido mucho más reciente (la frescura siempre beneficia en cuestión de galardones), su calidad es altísima y su impacto en el mundo digital, enorme durante las últimas semanas. Es verdad que el juego del dios de la guerra, que en 2018 vivió una interesante transformación desde la acción descerebrada de sus comienzos hacia una reflexión sobre la violencia y la paternidad, fue el juego que más premios acaparó (6), pero los más importantes, Juego del Año y Mejor Dirección, fueron para Elden Ring y para ese genial maníaco obsesionado con la dificultad insana que es Hidetaka Miyazaki.

Hasta ahí los hechos. Porque las interpretaciones pueden dar para una reflexión más profunda y un debate más de fondo: el que luchan narratólogos y ludólogos por definir el alma del videojuego como artefacto cultural y de ocio.

Pero antes de nada, hagamos un poco de arqueología (reciente). En 2018 pasó algo similar a lo del viernes pasado. Los dos grandes contendientes en liza eran, por una parte, la primera entrega de esta refundación de God of War. Por otra, la que puede defenderse como la gran obra maestra de PlayStation 4, ese incómodo y valiente wéstern que es Red Dead Redemption II, que partía como favorito. Contra todo pronóstico, God of War salió victorioso como mejor juego del año.

Esta vez era God of War: Ragnarök el que partía como favorito. Y hay muchos motivos para ello. Como producción “cinematográfica”, es insuperable. Su narrativa es sencillamente magistral, sus personajes están construidos de forma muy inteligente y con mimo, los actores detrás de los personajes están perfectos en sus papeles, la historia atrapa y subyuga. En el apartado jugable también brilla, sí: mejora en todo a su predecesor de 2018, con unos combates frenéticos y muy físicos, y nuevas transformaciones, armas y movimientos que hacen que, en el juego, luchar contra guerreros de Odín, criaturas del infierno nórdico y valquirias sea una adictiva delicia.

Pero hay algo que no podemos dejar de lado: si Ragnarök ha ganado (puede decirse que con justicia) el premio a Mejor Narrativa es sencillamente porque la narración, la historia que cuenta (y cómo la cuenta, con ese ininterrumpido plano secuencia) es lo mejor de la obra. Jugar a God of War es genial, pero casi es mejor ver lo que pasa en God of War.

Imagen promocional de 'God of War: Ragnarök'.
Imagen promocional de 'God of War: Ragnarök'.

No ocurre lo mismo con Elden Ring. La creación más ambiciosa de FromSoftware ofrece una experiencia netamente interactiva. Sin ser asesinado una y otra vez por ese mundo hostil y sus monstruos, sin sobrecogerse cada vez que el mapa revela un área todavía más grande y sorprendente, sin los picos de dificultad equilibrados por las perpetuas subidas de nivel, sencillamente, una experiencia como Elden Ring no tiene razón de ser. En ese sentido, el juego de Miyazaki abraza con todo su ser la experiencia de ser un videojuego. El núcleo de God of War, por contra, sí puede ser exportado a otros formatos (Amazon prepara una serie), en un movimiento que casa con las previsiones de compañías como Sony, Nintendo o Microsoft, cuyo objetivo es, de cara a los próximos años, convertirse en empresas de entretenimiento totales dispuestas a explotar sus propiedades intelectuales en un entramado transmedia.

Paradojas del destino, en estos últimos Game Awards se ha replicado un poco lo que pasó en 2018. Entonces God of War era, por decirlo mal y pronto, más videojuego que Red Dead Redemption II; de la misma manera que Elden Ring es hoy más videojuego que God of War: Ragnarök. El juego vuelve a ganar a la película y el eterno debate entre narratólogos y ludólogos lo vuelven a ganar los segundos.

Pero en realidad eso es lo de menos. Lo de más, lo verdaderamente importante, es que 2022 ha estado jalonado con juegos de altísima calidad. Immortality, Xenoblade Chronicles 3, A Plague Tale: Requiem, Horizon Forbidden West, Tunic, Scorn, Bayonetta 3... hay muchos más en una lista que, evidentemente, coronan Elden Ring y Ragnarök. Que alguien busque 10 novelas publicadas este año que sean obras maestras de su medio. 10 películas. 10 series. Que alguien diga qué otro arte vive tal efervescencia, tal período de creatividad.

Es importante que el videojuego se tome a sí mismo en serio. Que cada año lleguen obras así, importantes, grandiosas en sus aspiraciones y ambiciones; obras maduras que hacen tan bien todo lo que hacen, que hagan avanzar al videojuego como artefacto y ensanchen las propias posibilidades creativas del medio. Es un recurso manido, pero no es mal forma de acabar un artículo como este: Ni Elden Ring, ni God of War; en realidad, en 2022, hemos ganado todos.

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Sobre la firma

Jorge Morla
Jorge Morla es redactor de EL PAÍS. Desde 2014 ha pasado por Babelia, Cierre o Internacional, y colabora en diferentes suplementos. Desde 2016 se ocupa también de la información sobre videojuegos, y ejerce de divulgador cultural en charlas y exposiciones. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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