_
_
_
_
_

Medio siglo sin Pizarnik, la poeta que escribía contra el miedo

Argentina homenajea a la autora de ‘Árbol de Diana’ a 50 años de su muerte con muestras, charlas y nuevas biografías

50 aniversario muerte Alejandra Pizarnik
Retrato de la poeta Alejandra Pizarnik (1936-1972).Archivo Flia D'Amico-Digisi (Editorial Huso)

“No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo”, escribió Alejandra Pizarnik en su pizarra antes de ingerir 50 pastillas de barbitúricos. La gran poeta argentina se suicidó a los 36 años, el 25 de septiembre de 1972, con una sobredosis de seconal. Pizarnik se abalanzó esa noche a los brazos de la muerte, a la que había observado durante años con fascinación infantil y la había bautizado con innumerables nombres.

A 50 años de su deceso, Argentina rinde homenaje a una de sus leyendas literarias con exposiciones, presentaciones y lecturas de esa poesía que cautivó a lectores como Octavio Paz, Julio Cortázar, Olga Orozco y Silvina Ocampo. Su mito sigue en expansión, alimentado con material inédito que hace que la poeta trágica mude de piel y pueda verse también como una mujer irónica, irreverente, amante de las artes plásticas y feminista.

Alejandra Pizarnik
"En un pueblo perdido: OJOS ALBA" (1970), de Pizarnik. Collage de la colección Graciela Maturo exhibido en la Biblioteca Nacional.

“¿Quién fue realmente Pizarnik? ¿La polígrafa de “palabras puras” y forjadora de su propia leyenda?¿O la escritora existencial, pornográfica, tremendista, que se las ingenió para engañar y ocultar determinados aspectos de su vida-obra?”, se cuestiona Patricia Venti en Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito (Lumen, 2021), el libro más completo hasta la fecha sobre su vida. Para encontrar respuestas, Venti y Cristina Piña bucearon en los Papeles Pizarnik que se conservan de la poeta en la Universidad de Princeton y entrevistaron a amigos y familiares. “Pizarnik osciló entre un destino literario relegado a lo privado y otro expuesto a la vida pública que contrasta intensamente con aquel primer registro”, continúa Venti.

Flora Pizarnik, la futura Alejandra, nació en Avellaneda, a las afueras de Buenos Aires, el 29 de abril de 1936. Era la segunda hija de un matrimonio de judíos rusos que había huido de Europa dos años antes. Emigrar les salvó la vida. Las dos familias fueron masacradas primero por los nazis y después por los soviéticos. Pizarnik era muy pequeña para entender el horror del Holocausto que angustiaba a sus padres al otro lado del Atlántico, pero esa oscuridad hogareña marcó sus primeros años. La infancia se convirtió después en uno de los ejes centrales de su poesía, a la que regresaba siempre.

“Yo no sé de la infancia / más que un miedo luminoso / y una mano que me arrastra a mi otra orilla. // Mi infancia y su perfume / a pájaro acariciado”, escribió en Tiempo, poema dedicado a Olga Orozco, una de las poetas en las que más confiaba. En sus últimos años, Pizarnik la llamaba de madrugada, desamparada, para confesarle sus miedos. Con el fin de alejarlos, Orozco le expedía “certificados de bruja blanca” que la protegían de cualquier fuerza del mal.

Casi dos décadas antes, una Pizarnik adolescente dudaba sobre el camino a seguir. Comenzó la carrera de Filosofía, se pasó a la de Periodismo, después a la de Letras y probó también con la pintura en el taller del catalán Juan Batlle Planas. No progresó en ninguno de esos estudios y abandonados todos ellos se dedicó de pleno a la tarea de escribir. Había descubierto ya su afición a las pastillas. Las primeras fueron para adelgazar, pero descubrió poco después que también le daban lucidez en las noches entregadas a sus cuadernos y no las dejó más. “Pizarnik tomaba pastillas para todo. Para dormir, para despertarse. A partir de cierto momento de su vida ella es un cóctel viviente y, evidentemente, hay un deterioro que se profundiza”, dice Piña, su principal biógrafa.

Tenía 19 años cuando publicó La tierra más ajena (1955), su primer libro de poemas, del que luego renegó. Le siguieron Un signo en tu sombra (1955), La última inocencia (1956) y Las aventuras perdidas (1958). Era una poeta emergente cuando en 1960 se fue en barco a París, donde vivió los años más felices de su vida, rodeada de escritores latinoamericanos y entregada a los versos de su obra cumbre, Árbol de Diana. Fue publicada en 1962 con un elogioso prólogo de Octavio Paz.

Quienes la conocieron recuerdan que Pizarnik batallaba cuerpo a cuerpo con el lenguaje hasta encontrar la palabra exacta. “No había conocido a nadie capaz de hacer lo que ella hacía con el castellano: la sonoridad que le encontró a la lengua es única. Yo creo que Alejandra es la Rimbaud del español: llevó el lenguaje a lugares donde nadie más llegó”, la describe su amiga Ivonne Bordelois en el perfil escrito por Mariana Enríquez en Malditos (Universidad Diego Portales).

Sus papeles permiten conocer de cerca su método de trabajo. “En cuanto a la inspiración, creo en ella ortodoxamente, lo que no me impide, sino todo lo contrario, concentrarme mucho tiempo en un solo poema. Y lo hago de una manera que recuerda, tal vez, el gesto de los artistas plásticos: adhiero la hoja de papel a un muro y la CONTEMPLO; cambio palabras, suprimo versos. A veces al suprimir una palabra, imagino otra en su lugar, pero sin saber aún su nombre. Entonces a la espera de la deseada, hago en su vacío un dibujo que la alude”, escribió Pizarnik en un fragmento de sus cuadernos reproducido en las paredes de la Biblioteca Nacional, que alberga la muestra Alejandra Pizarnik, entre la imagen y la palabra.

“Su manera de trabajar recurre al corte y al pegado, a la extracción y en muchos casos a la mutilación. Era muy irreverente con el libro objeto, ya fuera de ella o de otros”, cuenta Evelyn Galazo, curadora de la muestra y una de las grandes investigadoras de Pizarnik. En la sala dedicada a la exposición puede verse su cuaderno verde, plagado de recortes y palabras subrayadas, tachadas, traducidas y copiadas de otros autores de las que después se apropiaría.

Dibujos “catárticos”

Entregó su vida a la escritura, pero nunca dejó de dibujar. En papeles, en los márgenes de los libros realiza dibujos “elementales y catárticos, “infantiles y torpes” —en sus propias palabras— de los que se sentía orgullosa. “El material se organizó buscando que la imagen tomara la palabra para sacar de la invisibilidad la faceta menos conocida de Pizarnik, la de artista plástica, y para dar cuenta de la plasticidad de su escritura, que convoca al dibujo y al collage como declaración de principios”, agrega Galazo.

Los visitantes pueden apreciar algunas de las pocas obras pictóricas que se conservan de Pizarnik y reproducciones de cuadros que le entusiasmaban, como El jardín de las delicias, de El Bosco. Uno de los poemarios tardíos de Pizarnik, Infierno musical (1971), hace referencia al lado derecho del célebre tríptico del pintor holandes. Otro de ellos, Extracción de la piedra de la locura (1968), coincide con el título de una de sus obras.

La Biblioteca Nacional cuenta con 800 volúmenes de su colección personal y la Biblioteca Nacional de Maestras y Maestros, otros 400. Allí se puede visitar la muestra Flora Alejandra: Los jardines de Pizarnik, creada a partir de las intervenciones que la poeta hizo en sus libros.

“Lo que más continúa vigente y vivo, que es algo que hace pocas décadas que se empezó a trabajar, es el tema de la ironía y el humor de Pizarnik que es el reverso del mito trágico”, señala Galazo.

Su humor aparece de forma recurrente en el testimonio de sus amigos. “Nuestra amistad pasaba porque yo hablaba siempre en serio y ella hablaba siempre en broma. Lo que ella decía en broma me gustaba, y lo que yo decía en serio le gustaba a ella”, recordaba en el citado perfil de Malditos la escritora argentina Elvira Orpheé sobre los años que compartieron en París. Entre las anécdotas más conocidas de la amistad que la unió a Fernando Noy está su primer encuentro. “Te confundí con un Rolling Stone, con Brian Jones”, le dijo Noy. “Yo te confundí con una prostituta alemana”, le respondió ella, entre carcajadas. Los dos estaban muy drogados y los espejos del vestíbulo de su departamento hacían un aleph caleidoscopial.

En su obra poética, en cambio, el humor está soterrado bajo capas de miedos y angustia. —”Escribo contra el miedo. Contra el viento con garras / que se aloja en mi respiración”, dice en Ojos primitivos— . Aflora de forma mucho más explícita al final de su vida, en textos póstumos como La bucanera de Pernambuco o Hilda la polígrafa. “Felicite en fellatio”, “¡Basta de malentendidos, pedazo de Wittgenstein”, “la coja no se amendrentó por unas pinceladas superculíferas y otras nietzchedades” son algunos de los juegos de palabras que aparecen en ese texto. Revela un costado más salvaje y sexual, pero a la vez muestra también su derrumbe psíquico con una experimentación del lenguaje llevada al máximo. “Le hacía mal, por algo no publicó ninguno”, opina Piña.

Una poeta bisexual

Entre los aspectos más desconocidos de Pizarnik están sus relaciones amorosas. Aunque algunas se mantienen aún en un claroscuro, la biografía de Piña y Venti se extiende sobre su bisexualidad. Mantuvo una relación adolescente con el abogado y escritor Juan Jacobo Bajarlía y un romance parisino con el poeta colombiano Jorge Gaitán Durán, que quedó trunco por su muerte en un accidente de avión en 1962. Pero estuvo también en pareja con la fotógrafa y traductora Marta Moia y su última gran pasión fue la menor de las hermanas Ocampo, Silvina, con la que pasaba horas enganchada al teléfono.

Sus diarios revelan que afrontó un aborto clandestino fruto de una relación “con C. en perfecto estado de ebriedad”, según una entrada de septiembre de 1963. “Haber buscado y haber encontrado la manera más sórdida, la más dolorosa”, continúa en referencia a la interrupción voluntaria del embarazo a la que se sometió en la capital francesa. “Cada uno es dueño de su propio cuerpo, cada uno lo controla como quiere y como puede”, respondió en una entrevista publicada en la Revista Sur en 1970 al ser cuestionada sobre el aborto.

Alejandra Pizarnik
Hospital Pirovano de Buenos Aires, donde estuvo internada Pizarnik en sus últimos meses de vida. Juan Ignacio Roncoroni (EFE)

La muerte de su padre en 1966 y el breve regreso años más tarde a un París que ya no era la ciudad de la luz que conoció tuvieron un duro impacto en Pizarnik. Intentó suicidarse en 1970 y volvió a probarlo en 1971, cuando quedó internada en el ala psiquiátrica del Hospital Pirovano durante varios meses. “y como soy tan inteligente que ya no sirvo para nada / y como he soñado tanto que ya no soy de este mundo / aquí estoy, entre las inocentes almas de la sala 18, / persuadiéndome día a día / de que la sala, las almas puras y yo tenemos sentido, tenemos des- /tino”, dice el poema Sala de psicopatología que escribió allí en 1972.

El 25 de septiembre, desde su casa, llamó a varios amigos íntimos e incluso hizo planes con Orozco para ir juntas al cine al día siguiente. A la hora acordada, la poeta la llamó una y otra vez sin obtener respuesta. “La noche soy yo y hemos perdido /así hablo yo, cobardes. / La noche ha caído y ya se ha pensado en todo”, escribió en uno de sus últimos poemas. Poco después, descendió hasta el fondo.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS América y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la región.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_