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Un golpe de realidad frena la ambición de Gustavo Petro

Los próximos meses marcarán el Gobierno de izquierdas, al que le empiezan a surgir los primeros problemas

Inés Santaeulalia
Gustavo Petro en una conferencia de prensa por los 100 días de administración, en Bogotá, el 15 de noviembre de 2022.
Gustavo Petro en una conferencia de prensa por los 100 días de administración, en Bogotá, el 15 de noviembre de 2022.Ivan Valencia (AP)

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, recurrió la semana pasada a un clásico instinto de vanidad: actuó como cuando alguien tropieza por la calle y se tuerce un tobillo, pero se levanta, dice que está bien y echa a andar como si nada porque la vergüenza de caerse es mayor que el dolor que siente. “Que pasé una semana muy mala dicen por ahí, la verdad, no”, tuiteó el presidente el pasado lunes, como levantándose del suelo y echando a correr. No sonaba convincente.

Petro sufrió en pocos días varios reveses que se agolparon uno encima de otro para deleite de sus opositores. Sobre el Palacio de Nariño cayó en apenas una semana la primera crisis de gabinete, una crisis de seguridad, una advertencia judicial y el aliento de la corrupción en la nuca del presidente. Una tormenta perfecta que marca el final del principio de su mandato. Ochos meses después de su llegada al poder, se acabaron los índices de aprobación mayores a los de desaprobación, el entusiasmo generalizado entre sus votantes y la benevolencia de sus críticos. Empieza la hora de la verdad para el primer Gobierno de izquierdas de la historia reciente de Colombia que prometió, nada menos, que cambiar el país.

La sombra de la corrupción

De todos los problemas del presidente, uno sobresale por encima de los demás: la investigación por corrupción de su hijo mayor, Nicolás Petro. El mandatario trató de hacer control de daños al ser el primero en hablar del caso y solicitar públicamente a la Fiscalía una investigación sobre su propio hijo y su propio hermano, pero nada frena la realidad de que la corrupción estalló en el interior de la familia presidencial. Es un daño, de entrada, moral contra una de las mayores banderas del presidente, que prometió gobernar para “derrocar el régimen corrupto” de Colombia. La periodista Martha Ortiz explica que aunque “él no es responsable, se trata de su hijo en su propia campaña”. “La gente puede no entender a fondo la reforma de la salud, pero leer que el hijo del presidente se robó plata es demasiado eficiente para destruir su imagen”, añade.

Este es un tema que seguramente lo acompañará a lo largo de su mandato, con la investigación ya en marcha. El presidente se refirió a él por primera vez este domingo en una entrevista con la revista Cambio. “No lo crie”, dijo en referencia a Nicolás, y explicó que su niñez coincidió con sus años de clandestinidad como guerrillero del M-19. Es una frase cruda que no habla tan bien de su papel como padre, pero sirve ahora como descargo de su responsabilidad. Nicolás es el único de sus hijos que demostró interés por la política al calor del crecimiento de su padre en la esfera pública. Ahí fue cuando se reencontraron. Ahora, añade Petro, es un caso en manos de la Fiscalía en el que él, ni como padre ni como presidente, tiene intención de interferir.

Los analistas consultados no creen que este frente familiar dañe tanto la capacidad de gobernar de Petro como su imagen. Nicolás, diputado del Atlántico, habría recibido grandes cantidades de dinero de empresarios que creían estar aportando a la campaña de su padre, algunos de ellos relacionados con el narcotráfico, según denunció su exesposa. El economista Jorge Restrepo considera que el escándalo sí puede afectar mucho a Petro en las próximas elecciones locales de octubre. “Los candidatos de la costa caribe [el campo de acción de los desmanes de Nicolás] tendrán menos probabilidad de éxito electoral”, dice. Esas elecciones, que a medida que se acercan centran más el debate, son fundamentales para el presidente. El Gobierno de izquierdas necesita el mayor apoyo regional posible para apuntalar su poder.

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Las reformas son del presidente

Uno de los mayores aciertos de Petro fue la formación de su primer gabinete. Su habilidad política le permitió encajar piezas muy diferentes en un solo Gobierno. Logró un equilibrio difícil entre políticos de su ala más izquierdista y figuras moderadas y reconocidas con experiencia en el poder. A estos últimos, que le sirvieron de puente con un sector más centrista, les entregó carteras tan importantes como la de Hacienda, a José Antonio Ocampo, la de Agricultura que debe sacar adelante la reforma agraria, a Cecilia López, o la de Educación, una de sus prioridades, a Alejandro Gaviria. Un puzzle en el consejo de ministros que desde lejos lucía muy bonito, pero que desde cerca encaja peor de lo que parecía.

La salida de Gaviria ha sido la primera muestra de que el presidente apuesta por la diversidad de opiniones, pero no tanto. En la entrevista de este domingo asegura varias veces que los proyectos de reformas son del presidente, por lo que la discrepancia está bien, hasta un límite. El exministro de Educación lo traspasó. “No puede haber un Gobierno diluido frente a un Congreso cuando se tramita un proyecto de ley. Y el proyecto de ley de salud que se ha presentado es el del presidente de la República”, dice Petro. El exministro reconoció en una entrevista con EL PAÍS que había cometido algunas “imprudencias”. Desde que se presentó la reforma, Gaviria hizo pública su disconformidad y se convirtió en la voz dentro del Gobierno de un sector de la sociedad que ve con preocupación la reforma.

La analista Yolanda Ruiz cree que con su salida pierde el Gobierno y pierde el país. “Gaviria representa a un sector que no es mayoritario, pero tiene una mirada más aterrizada y menos de blancos y negros. No es la oposición, ni la derecha. El Gobierno pierde una voz crítica, una de las más autorizadas en materia de salud. A Petro le conviene seguir manteniendo esas voces no partidistas”. El presidente, al que no pocas voces consideraban un pragmático por el arranque de su mandato, demuestra ahora que el pragmatismo sirve hasta cierto punto. Él tiene las reformas que quiere en la cabeza. De hecho, lleva años imaginándolas desde la oposición y como candidato.

Petro da por cerrada esa primera crisis en el Gobierno, que inevitablemente puso las miradas sobre los otros moderados del gabinete. “Les va a resultar difícil lanzar sus propias agendas si no hacen parte de la agenda Petro”, sostiene Restrepo. De entrada, y para calmar las aguas, el ministro Ocampo ha dicho que va a continuar porque así se lo ha pedido el presidente.

Gaviria no salió solo del gabinete. Ese día, el mandatario también anunció la salida de la ministra de Cultura y de la de Deportes. Por si fuera poco, esta última, la medallista olímpica María Isabel Urrutia, firmó 260 contratos a toda prisa antes de irse, lo que el presidente calificó de “actuaciones indelicadas”. Un problema que tendrá que resolver su sucesora y que ya está en manos de la Fiscalía. En medio de tantos frentes, Urrutia parece el menor de los problemas del Gobierno, pero su nefasta gestión ahí queda.

Una coalición débil

Petro no tiene mayoría en el Congreso, pero con ese aire tan positivo que lo envolvió todo con su llegada, logró una coalición parlamentaria tan amplia como extraña. Incluyó entre los partidos de gobierno a formaciones tan antipetristas como el Conservador, el Liberal y el de la U. Con ellos sacó la tributaria, la primera de las grandes reformas aprobadas por el Ejecutivo. Esa coalición, sin embargo, da las primeras muestras de ruptura. Las elecciones a la vista obligan a los partidos a tomar una posición opositora frente al Gobierno y las reformas ahora en debate, como la de la salud, marcan las diferencias ideológicas de esa amalgama de partidos. El Gobierno es consciente de que el tiempo de las mayorías se está agotando.

En este punto, el presidente prefiere recuperar su esencia más izquierdista. Su Gobierno va a presentar las reformas que él quiere, con el sesgo ideológico que él les imprima, pero luego sabe que está en manos del Congreso su aprobación, un tira y afloja que siempre acaba variando los proyectos. Es una forma de cubrirse las espaldas ante su electorado. Las reformas no irán tan lejos como él habría querido, pero siempre podrá decir que fue una decisión del Congreso. Frente a las voces que en este punto acusan al presidente de radical o caudillista, la periodista Yolanda Ruiz llama a esto normalidad democrática.

“Estamos viviendo las vicisitudes de un Gobierno de izquierda que está metido dentro de los elementos democráticos que tiene el país, que presenta reformas a través del Congreso. Las cosas van dentro del cauce de la democracia, a mí no me preocupa. En Colombia la guerra nos ha anulado, nos hace ver a la izquierda como guerrilla y a la derecha como paramilitar, no hay matices. Tenemos un reto como país y es que hay que hacer un análisis de las propuestas y no parapetarnos en un escenario de guerra”, dice.

Restrepo, por su parte, cree que el Gobierno ha llegado a un punto de inflexión, no tanto por una crisis profunda, sino porque se alcanzó el límite de poder que tiene la coalición en el Congreso. “Nos dimos cuenta de que este Gobierno tiene menos poder del que se creía que podía tener. Las reformas van a ser mucho menos radicales y se aprobarán menos”, asegura.

El cálculo electoral: el caso de Roy Barreras

No solo los partidos opositores redoblan sus ataques al Gobierno con las urnas en el horizonte. A Petro, durante su campaña, se le sumaron políticos que no venían de la izquierda ni del Pacto Histórico. Uno de ellos, Roy Barreras, se convirtió en su mayor escudero en el Congreso. Político experimentado y desenvuelto en todos los escenarios, con un pasado uribista y santista, fue el muñidor de las primeras mayorías parlamentarias del Gobierno. Ahora esa alianza empieza a hacer aguas. Barreras ya ha mostrado su desacuerdo con la reforma de salud e incluso con el proyecto central de Petro, el de la paz total, que busca pacificar el país a través de la negociación con todos los grupos criminales, de las guerrillas al narcotráfico.

Barreras se ha unido a La Fuerza de la Paz, un nuevo partido surgido de una escisión dentro del Pacto Histórico. Con esas siglas concurrirá a las urnas en las regionales y locales y, aunque la nueva formación se declaró la semana pasada como partido de gobierno, necesita diferenciarse del Pacto Histórico. Barreras, con sus últimas declaraciones, trata de buscar el centro político más que la izquierda. La más sonada, hace unos días, fue cuando le pidió al Gobierno de la nación que deje de negociar con los narcos. Petro, en la entrevista en Cambio, aseguró que decir eso es un “insulto”. “Los políticos hacen cálculos, toman sus rutas”, dijo sobre él en otro momento. Negó, sin embargo, una ruptura entre ellos, pero nada hace pensar que su mano derecha en el Congreso esté tan firme hoy con el Ejecutivo como hace unos meses. Justo cuando la mano más falta le hace a sus reformas.

Lo que pase en los próximos meses marcará definitivamente a este Gobierno. Cuántas reformas sacará a adelante, qué tendrá que sacrificar, cuánto desilusionará a los suyos, cuánto enervará a sus contrincantes. Qué pasará con su hijo, de qué tamaño será el cambio. En la entrevista de este domingo el presidente volvió a ensayar un “estoy bien” después de la caída que sonó más sincero que el de su primer tuit. “Bueno, ahí vamos. El presidente de la resistencia”, se denominó a sí mismo.

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Sobre la firma

Inés Santaeulalia
Es la jefa de la oficina de EL PAÍS para Colombia, Venezuela y la región andina. Comenzó su carrera en el periódico en el año 2011 en México, desde donde formó parte del equipo que fundó EL PAÍS América. En Madrid ha trabajado para las secciones de Nacional, Internacional y como portadista de la web.

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