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Claroscuros en el escándalo Niemann-Carlsen

Confirmado con creces que el americano hizo trampas muchas veces por internet, esta por ver si también las hizo presencialmente

Ajedrez
Niemann recibe la felicitación de Carlsen tras la derrota de este.Lennart Ootes
Leontxo García

Esta pieza corresponde a uno de los envíos del boletín semanal Maravillosa Jugada, de EL PAÍS, que se envía por correo electrónico todos los jueves a los suscriptores; excepcionalmente, esta semana es de acceso libre.

¿Cómo están? ¡Saludos desde Budapest!

Siento la tentación de desconectarme de este embrollo y hablarles de cosas mucho más edificantes, como el seminario de ajedrez educativo, organizado por la Fundación Judit Polgar, que presentaré este sábado en Budapest (enlazaré la grabación en próximos boletines). Pero eso sería poco profesional. Entre otras razones, porque el escándalo Niemann-Carlsen tiene importantes ramificaciones de fondo que trascienden al ajedrez. Y también porque mi obligación es ayudarles a distinguir lo blanco de lo negro e intentar alumbrar un poco las partes más oscuras de este guirigay.

Empecemos por lo evidente: Hans Niemann es un tramposo en partidas por internet. Lo ha reconocido él mismo; y este martes Chess.com ha publicado muchos datos convincentes (otra cosa es si lo ha hecho de manera correcta; de esto escribiré más abajo) para afirmar que hizo trampas más de 100 veces hasta los 17 años (ahora tiene 19). Y fue castigado por ello (expulsado de la plataforma varias veces).

Esa parte del asunto lleva a reflexiones importantes. Chess.com habla de decenas de miles de tramposos en su plataforma —entre ellos, cuatro grandes maestros que están entre los 100 mejores del mundo—, que, según la empresa, cuenta con más de 90 millones de usuarios. Por tanto, es fundamental que la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), apoyada por las empresas más importantes del sector, afronte dos tareas urgentes: 1) Lanzar una campaña de comunicación donde se manifieste en términos muy contundentes sobre la pésima imagen de quien gana partidas ilegalmente, aunque lo haga solo en línea; si el ajedrez es el único deporte que se puede practicar por internet es imprescindible que esa sala de juego esté tan limpia y vigilada como las de los torneos presenciales; 2) Establecer sanciones muy duras contra los tramposos: por ejemplo, dos o tres años la primera vez y a perpetuidad la segunda en todo tipo de torneos, incluidos los presenciales, aunque las trampas sean solo por internet. Es verdad que esto obligaría a hilar muy fino y decidir siempre en favor del sospechoso cuando haya dudas razonables; por eso, el punto 1) es tan importante como el 2), para crear una cultura colectiva de desprecio a los tramposos. Quizá sirva como ejemplo que la defraudación de impuestos está mucho peor vista socialmente en Escandinavia que en los países latinos.

Si esas medidas hubieran estado ya en vigor, Niemann habría desaparecido hace dos o tres años del ajedrez competitivo. Ahora bien —y esto empieza a introducirnos en el lado oscuro del asunto—, sería inmoral y contrario al derecho internacional aplicar esos criterios ahora con carácter retroactivo. Niemann pagó por sus errores y mostró arrepentimiento en público, lo que le habilita, moral y legalmente, para jugar torneos presenciales con todos los derechos mientras no se demuestre que también ha quebrado la ley en ese terreno.

Y hoy en día no se ha demostrado, por mucho que haya una multitud vociferante en las redes sociales linchando cada día al joven estadounidense. No hay el más mínimo indicio sólido de que Niemann hiciera trampas en la partida de la Copa Sinquefield que ganó a Carlsen ni en ninguna otra de ese torneo, como ha reconocido, entre otros, su compatriota Fabiano Caruana, subcampeón del mundo en 2018, a pesar de que sí sospecha de partidas de 2020. Sí hay datos muy llamativos y partidas de calidad asombrosa en los torneos que ha jugado entre 2020 y 2022. Pero, tras analizar a fondo cinco de ellas, las más espectaculares, en una serie de mi columna diaria, yo no he visto una sola jugada que me hiciera pensar: “Esto solo puede hacerlo una máquina”.

Niemann Carlsen
Niemann mira a Carlsen durante la partida entre ambos, el 4 de septiembre, en la Copa Sinquefield de San Luis (EEUU)Lennart Ootes

Y he encontrado datos a favor de Niemann. Por ejemplo, en el torneo Marshall Spring de Nueva York, 2020, tres de las cinco partidas que ganó son muy brillantes, sí, pero perdió otras tres y acabo cuarto de diez participantes, un puesto normal, que hubiera logrado sin trampa alguna con su categoría de entonces. Si es tan inteligente (estudió en un colegio para superdotados en Países Bajos) como para hacer eso a propósito —no triunfar siempre para no llamar mucho la atención—, también debería serlo para hacer trampas con discreción, sin producir tantas partidas asombrosas en cuanto a su calidad y belleza.

Hay opiniones mucho más importantes que la mía. El matemático Ken Reagan, considerado como el mayor experto del mundo en trampas en ajedrez, dice que no ha detectado ninguna en las partidas de Niemann desde 2020. El gran maestro y eminente entrenador Jacob Aagard (británico), quien trabajó dos años con Niemann, lo define como tan talentoso como irregular. Esto explicaría sus espectaculares curvas de progreso y rendimiento desde los 11 años, con periodos de dos años estancado y subidas meteóricas en los tres últimos. Y ayudaría a entender por qué, en algunas partidas, la gran mayoría de sus jugadas coinciden con las que haría una máquina en esa posición. Aagard está convencido de que Niemann no ha hecho trampas en partidas presenciales. Otros dos grandes maestros cuya reputación intachable va más allá de su fuerza como jugadores, y que han dedicado mucho tiempo a pensar e investigar sobre las trampas, el filósofo británico Jonathan Rowson y el economista australiano David Smerdon, tampoco acusan a Niemann.

En el lado contrario están los fundamentalistas: si Niemann ha hecho trampas por internet, es un tramposo visceral, y, por tanto, también las hace en partidas presenciales. Esa afirmación es muy endeble, y no por el valor de la palabra de Niemann y su anunciado propósito de enmienda a partir de 2020 —reconozco que su credibilidad es poco menos que nula, aunque también digo que me pareció muy sincero y convincente en su entrevista; si finalmente se demuestra que ha hecho trampas presenciales también estaría malgastando un gran talento como actor— sino por un argumento muy pragmático: hacer trampas en línea desde tu casa es muy fácil —con independencia de que los sofisticados sistemas de las plataformas las detecten—, y, por tanto, la tentación es muy grande, ya sea con ayuda de programas que calculan millones de jugadas por segundo o con un buen jugador que te sopla tus mejores movimientos.

En cambio, hacerlas en la sala de juego de un torneo es muchísimo más difícil. No solo porque necesitas un cómplice o manifestar una actitud rara (ir constantemente al baño o hacer movimientos extraños con el cuerpo mientras juegas). Sobre todo, porque los buenos árbitros —esto lo he observado muy de cerca muchas veces— están muy atentos, casi obsesionados, al más mínimo indicio, y vigilan con lupa a cualquier jugador que llame la atención por algo en ese sentido.

Todo ello me lleva a criticar negativamente el comportamiento de Carlsen. Con la información que tengo en este momento, y tras dedicar muchas horas a este asunto, mi hipótesis es que el campeón del mundo jugó esa partida muy sugestionado por la información privilegiada que alguien le pasó sobre los antecedentes de Niemann en internet. Si mezclamos esa emoción con la tremenda rabia de la derrota ―como casi todos los campeones del mundo, Carlsen ha dado repetidas muestras de no saber perder, aunque en otros casos se haya comportado de manera ejemplar—, tiene lógica (pero no justificación moral) que el escandinavo se retirase a continuación de un torneo por primera vez en su vida, que acusase a Niemann sin prueba alguna y que luego cometiese un atentado contra la ética del ajedrez al rendirse ante Niemann tras realizar un solo movimiento en una posterior partida rápida por internet.

Niepómniashi mira la partida de Carlsen contra Niemann el 4 de septiembre en San Luis (EEUU)
Niepómniashi mira la partida de Carlsen contra Niemann el 4 de septiembre en San Luis (EEUU)FULLER

¿Qué debió hacer Carlsen en esa situación emocional tan presionante? No tomar decisiones en caliente, callarse, observar atentamente las jugadas y el comportamiento de Niemann en partidas posteriores de la Copa Sinquefield, acumular todos los indicios sólidos posibles y solo entonces —si realmente los tuviera— denunciarle en público. Creo que no está de más repetir lo que me dijo en Nueva York en diciembre de 2016: “Mi principal punto débil es el control de las emociones”.

Antes de terminar, creo que conviene dedicar un párrafo a las delicadas preguntas que suscita el comportamiento de Chess.com. ¿Por qué no reconoce abiertamente que su postura en este asunto es interesada, dado que está comprando Play Magnus (la empresa cuyo máximo accionista es Carlsen) por más de 80 millones de dólares? ¿Por qué publica toda su información sobre las trampas de Niemann —y no las de otros miles de infractores— en lugar de enviarla a la FIDE discretamente? ¿Por qué no expulsó a Niemann mucho antes de que su número de trampas superase el centenar? ¿No será que la investigación de todo ello ha sido muy reciente, a raíz de las presiones de Carlsen y la confesión parcial de Niemann? En todo caso, también conviene subrayar que la respuesta a esas preguntas no cuestionaría la culpabilidad de Niemann en partidas por internet.

Soy muy consciente de que cualquier día puede surgir alguna información novedosa que me obligue a cambiar de opinión y refute gran parte de lo que acabo de escribir. Pero creo que de momento no podemos descartar que se esté linchando a alguien de manera desproporcionada, y, por tanto, injusta. La paradoja es que la flojedad de las sanciones por trampas hasta ahora quizá permitan que el gran talento de Niemann termine aflorando. Aunque, tras ver partidas como la de anoche —victoria en la primera ronda del Campeonato de Estados Unidos— me pregunto cómo puede seguir jugando muy bien con el diluvio de críticas e insultos que le está cayendo encima.

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Leontxo García
Periodista especializado en ajedrez, en EL PAÍS desde 1985. Ha dado conferencias (y formado a más de 30.000 maestros en ajedrez educativo) en 30 países. Autor de 'Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas'. Consejero de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) para ajedrez educativo. Medalla al Mérito Deportivo del Gobierno de España (2011).

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